Por Guillermo Núñez Jáuregui

La rama mexicana de la distribuidora Panini ha puesto a circular desde 2017 la serie Masterworks of Comic, una interesante estrategia que les permite reimprimir, bajo licencia, series limitadas que ya han probado su valía. En diciembre de 2017 (aunque apenas se le puede encontrar en algunas revisterías) lanzaron el tercer título de esta serie, Hard Boiled, una mini-serie de tres cómics que Dark Horse Comics publicó originalmente entre 1990 y 1992. La versión que presenta Panini México –de un solo tomo– es la traducción de la “segunda edición”, que apareció en su lengua original, y en pasta dura en septiembre de 2017. Esta versión hizo algunos cambios, especialmente en la paleta de colores: se pasó de los estridentes amarillos, rojos y púrpuras (que acentuaban atmósferas psíquicas), a una más discreta y precisa, que ayuda a resaltar la miríada de elementos que han hecho famoso al trazo de Geof Darrow. Esto, me parece, mejora al libro (como lo fue también la decisión, en 1998, de publicarlo en un gran formato; esa versión puede encontrarse en varios precios, que a veces alcanzan un rango más bien prohibitivo, que va de los 90 hasta los 240 dólares; la edición de Panini –que no tiene una calidad excelente– cuesta 219 pesos).

¿Por qué cambiar los colores para darle atención al trabajo del dibujante es clave en este caso? Porque el relato que hila al libro, escrito por el desigual pero celebrado Frank Miller, es, en realidad, poco interesante. Apenas una anécdota de la ciencia ficción, Hard Boiled sigue a un investigador privado que podría ser, o no, el indicado para liberar a una singular raza de robots. Como muchas otras historias noir (un género que ha encontrado a menudo un feliz matrimonio con la ciencia ficción distópica), ésta se desarrolla en Los Ángeles. Y, de nuevo, como en muchos relatos negros, da un poco igual la trama.

Pero digamos algo más sobre la trama y el tema: posterior a Ronin (publicado entre julio y agosto de 1984 por DC Comics, también de Frank Miller), parece que Hard Boiled no sólo siguió algunas de las obsesiones de ese título (el ciber-justiciero que toma conciencia), sino que ya llevaba a cuestas la influencia del hito del cine cyberpunk Robocop (estrenada en julio de 1984). Tal vez ésa sea una de las razones por las que Miller terminara escribiendo los guiones de las (malas) secuelas de Robocop (la segunda, de 1990; y la tercera, de 1993, donde aparece un villano que recuerda a sus personajes de Ronin; entre ambos estrenos, además, Dark Horse Comics publicó la serie Robocop Vs. Terminator, también escrito por Miller).

Cerrado el paréntesis de Miller, volvamos al trabajo de Geof Darrow, uno de los nombres más reconocibles en la industria del cómic norteamericano. Un estudiante (y colaborador) aventajado de Moebius y la línea clara de Hergé, Darrow posee un estilo caracterizado por sus paisajes barrocos y su atención al detalle, así como por la capacidad de sintetizar una innumerable serie de gags visuales en sus dibujos –una estrategia que evoca la narrativa visual de grandes murales o la obra del Bosco. En una de sus series más famosas, Shaolin Cowboy (que escribe y dibuja; se ha publicado en Burlyman Enterteinment y en Dark Horse) su estilo está completamente al servicio del comentario político, un poco como sucede en algunos momentos de Hard Boiled: los espacios urbanos pero también los naturales llenos de basura; la comida chatarra; las secuelas de la “era Trump”; la obsesión por la cháchara; el cisvestismo; la pasión por las armas, la violencia o el placer pasajero… son temas que Darrow ataca con paisajes sobrepoblados y abrumadores.

 

En ese sentido, Hard Boiled es interesante también por mostrar a un Darrow más contenido. Ello no implica que se resista a los paisajes barrocos (que atrapan la mirada y obligan a la reflexión) pero sí que estén diseñados al servicio del relato de Miller: Los Ángeles imaginada por Darrow es una ciudad retrofuturista, donde el hacinamiento y el tráfico son eternos, pero los automóviles, los rascacielos, y los robots, aún tienen las líneas “futuristas” de los cincuenta. El recurso evoca el diseño retrofuturista del videojuego Fallout 3, un mañana imaginado a mediados del siglo XX. El realizador Ben Wheatley, quien ya llevó a la pantalla el relato retrofuturista El rascacielos (2015), a partir de la novela de J.G. Ballard, prepara actualmente una adaptación del cómic.

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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.

Twitter: @guillermoinj

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