Por Diego Castañeda
Ayer amanecimos con la noticia de que la administración Trump impuso aranceles a sus importaciones de acero y aluminio a algunos de sus principales socios comerciales (México, Canadá y la Unión Europea). Los aranceles son del 25 y 10 por ciento, al acero y al aluminio respectivamente.
En respuesta, los distintos países afectados optaron por tomar represalias con aranceles a productos de Estados Unidos. Por ejemplo, la Unión Europea le impondrá aranceles al Bourbon y a los jeans, México a productos de puerco, lámparas, arándanos, uvas y otros; de igual forma, los otros países afectados han anunciado que tomarán medidas semejantes. Tan sólo las medidas de la Unión Europea se espera lleguen hasta los 3 mil millones de dólares en costos para Estados Unidos.
La estrategia que parecen seguir todos los países es la de golpear a los productos que tienen como origen los estados en donde Trump tiene su mayor fuerza electoral, causarles malestar para que éstos presionen a su gobierno y retire los aranceles. Es imposible saber si la lógica detrás de las medidas funcionará, es un entorno internacional incierto y el clima político en Estados Unidos es complicado por las elecciones en noviembre.
En el pasado, México ha enfrentado circunstancias parecidas. En 2009, cuando la administración Obama nos puso restricciones para los transportistas mexicanos que cruzan hacia Estados Unidos, México respondió con una estrategia llamada comúnmente “carrusel” (nombre poco afortunado dado el periodo de elecciones y que comparte nombre con una clásica estrategia de fraude electoral). El carrusel consiste en poner aranceles a una serie de productos diferentes cada semana, en una suerte de aleatoriedad que hace difícil anticipar en qué sector o industria caerán y maximiza la incertidumbre que sufren las industrias que se buscan afectar. Esta estrategia en su momento resultó muy efectiva y México logró que Estados Unidos retirara sus restricciones al transporte.
Lo que México anunció es una estrategia diferente que deseamos tenga resultados. El problema más serio es que parece que Estados Unidos está por imponer nuevos aranceles a otras industrias, entre ellas la automotriz con lo que las afectaciones a nuestra economía serían mayores. El argumento de todas estas medidas por parte de Trump es la “seguridad nacional” bajo el argumento de que una industria debilitada dificulta las capacidades de manufactura de vehículos de guerra y armamento.
En el fondo lo que parece estar detrás del proteccionismo de Estados Unidos es una idea un tanto vieja, aunque de mucho debate en la academia: el conflicto entre “el poder y la abundancia” (power vs plenty). En el pensamiento mercantilista del siglo XIX existía la disyuntiva sobre qué era más importante: una economía fuerte o una fuerza militar fuerte. Los mercantilistas pensaban que la primera sólo servía como medio para obtener la segunda. Trump y sus colaboradores parecen entender al comercio mundial en estas líneas.
Hoy no es secreto que las estrategias de crecimiento del pasado que fueron muy efectivas para países como China, crecer hacia afuera, exportando mucho, parece que ya no estarán disponibles para México. Desperdiciamos la oportunidad que teníamos durante los años noventa y hasta la fecha; es hora que nos demos cuenta que ese modelo ya no funciona el día de hoy.
Las disputas comerciales son asuntos comunes, no causas de pánico, no fueron las causas de la gran depresión como algunos atribuyen incorrectamente (los aranceles que Estados Unidos impuso en 1930 fueron posteriores al inicio de la crisis en 1929, agravaron la situación pero no fueron su causa): no deben causar temor pero, por su contexto actual, sí deben motivar una reflexión más profunda.
Las guerras comerciales dañan a los consumidores de todos los países involucrados; las economías difícilmente se benefician de participar de forma directa en estas disputas comerciales. No obstante, quizá una ganancia inesperada de lo sucedido es obligarnos a repensar nuestra estrategia de desarrollo, abrirnos los ojos a que no podemos seguir pensando con las reglas de siempre. Necesitamos aprender las nuevas reglas o formar parte de su diseño, dando un vistazo al pasado: revisando los últimos dos siglos de historia económica quizá podamos ir encontrando algunas ideas.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda