Por Diego Castañeda
Por poner mucha atención a lo que pasa en la economía nacional, le hemos prestado poca atención a los temas de la economía global. Para retomar ese otro tipo de temáticas, qué mejor que una discusión importante sobre la economía china que se presenta como importante porque nos enseña una lección muy sugerente que debemos tener en cuenta al analizar de forma profesional o cuando pensemos sobre qué pasa en cualquier contexto económico.
Hace unos días, una investigación publicada por Brookings Institution, quizá el más famoso think tank en el mundo, ha encontrado que la economía de China tiene unos serios problemas de medición. Para los que ponen atención a estos asuntos, no es nuevo que se dude de algunas de las estadísticas que China provee, existen razones válidas para tener dudas, como la naturaleza política de las cifras, cosa común en las economías centralmente planificadas o herencia de las que lo fueron, además de la enorme dificultad de medir cosas como la informalidad y muchos otros problemas de medición que las economías en desarrollo suelen tener.
De acuerdo al reporte, desde la crisis de 2008-2009 la economía china ha sobrestimado sus tasas de crecimiento en un 1.7 por ciento cada año, no parece mucho pero si agregamos toda esa subestimación, nos dice que hoy el tamaño de su economía, su PIB, debe ser cerca de 12 por ciento menor que lo que oficialmente se reporta. La implicación de esto no sólo es un asunto de que a China aún le tomará unos años para sobrepasar en tamaño a la de Estados Unidos, hecho que en mediciones de paridad de poder compra ya ha sucedido, sino que además, probablemente, la economía se esté desacelerando más de lo que pensamos. Esto último con implicaciones importantes para el crecimiento global, ya que China es junto con Estados Unidos uno de los grandes motores de la economía global.
El estudio de Brookings también cuestiona otras cifras, como la inversión que la sitúa 7 por ciento abajo de lo oficialmente registrado. La fuente de la sobrestimación parece encontrarse en los reportes regionales, donde las autoridades locales sobre estiman sus niveles de producción, inversión, etcétera, buscando recompensas en la vida política de su país. La lección que esto nos debe dejar, y es algo que todos debemos estar muy conscientes, es que como medimos las cosas importa casi tanto que las razones por las que las medimos.
Dependiendo de cómo medimos algo podemos llegar a conclusiones totalmente diferentes. Un gran ejemplo de esto es el famoso proyecto Maddison para medir la evolución de las economías en el muy largo plazo. Dependiendo si se mide como lo hacía Maddison, o como lo hacen ahora los encargados del proyecto o como lo hacen varios investigadores, podemos encontrar que las economías convergen más rápido o más lento o no convergen. Otro ejemplo es la desigualdad, otro es la pobreza dependiendo si se mide con las líneas de pobreza del Banco Mundial (pensadas para países africanos) o si se mide con mediciones específicas de cada país u otras. Existen muchas maneras de medir lo mismo y esas mediciones modifican sustancialmente que vemos.
Antes de sacar conclusiones sobre información que veamos, la lección a aprender es que debemos ser críticos, no sólo pensar en por qué nos importa medir algo, también en cómo lo medimos. Por ejemplo, la misma estimación de Brookings es falible, y ellos mismos lo reconocen. Lo que vemos en China es relevante para nuestras discusiones locales porque, al final, la discusión pública mejora cuando nos preguntamos cómo se estiman las cosas y por qué en México no somos ajenos a tener muchas dificultades para medir cosas bien.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda