Por Diego Castañeda
La migración es uno de los grandes fenómenos globales; hoy, y a través de la historia, es un problema en esencia de diferencias en estándares de vida. Como tal, su solución pasa estrictamente por la dramática mejora de ellos. Aunque este texto tratará sobre migración, no lo hará discutiendo este punto. Más bien, me enfocaré en algo a lo que prestamos muy poca atención: la política migratoria. Pero no como un asunto coyuntural. No como la respuesta a una crisis o a presiones. Tampoco como algo que se puede solucionar de forma unilateral porque no se puede.
Tenemos que hablar de la política migratoria dentro del gran esquema de la política de desarrollo económico del país; es decir, entender a la migración como algo que interactúa con nuestra economía con efectos de largo plazo.
La migración tiene efectos sobre el mercado laboral de los países receptores. Estos efectos dependen en buena medida de las características de la economía del país en cuestión; por ejemplo, la literatura económica (Nathan 2014, Hunt 2011) encuentran que la migración suele tener componentes de auto selección, dominados por las diferencias en ingresos descontando los costos de migración. Es decir, los migrantes con ciertas características eligen migrar en ciertas condiciones. Países en los que existen mayores retornos a la educación tienden a atraer migrantes con mayor capital humano; países con menores retornos a la educación a migrantes con menos capital humano.
Usualmente los países más desiguales, como Estados Unidos, atraen migrantes con más capital humano por tener mayores retornos; países menos desiguales, como Suecia, suelen atraer migrantes con menos capital humano, pues los salarios para trabajadores de pocas habilidades son relativamente altos. México es un caso extraño. Es un país muy desigual lo cual podría favorecer migración de más habilidades; no obstante, al mismo tiempo ofrece muy bajos retornos a la educación lo cual atrae a aquellos con menores habilidades.
Entre la falta de empleos de calidad o alta productividad y la creciente oferta de egresados universitarios (cosa que mantiene los retornos bajos) y la enorme concentración de ingreso y riqueza conectada a sólo parte de la economía, se produce una dinámica muy interesante y complicada de fuerzas centrífugas y centrípetas sobre los flujos migratorios. Manejar estas fuerzas y encausarlas para generar valor debería ser un tema de gran interés para los que diseñan políticas públicas en el país.
Así pues, ¿cómo la economía mexicana puede asimilar y aprovechar mejor el tipo de migrantes que recibe?
Igualmente, tenemos que pensar cómo integrarlos a la economía en una forma que produzca valor. La respuesta no es fácil y probablemente requiere diferentes medidas para diferentes sectores.
Por ejemplo, las migraciones de españoles escapando del franquismo tuvieron un efecto enorme en el desarrollo del país. Trajeron mucho capital humano con ellos. Eso permitió que se integraran a la economía de forma mucho más sencilla. Lo mismo podría ser hoy el caso de científicos que salen de Brasil u otros países y buscan lugares en México.
Este tipo de migración suele tener efectos potentes en temas de innovación. El conocimiento que traen genera valor rápidamente.
Para el caso opuesto este tipo de integración es más complicada. Está bastante documentado en la literatura (Zheng 2016) que enfrentan costos mayores. Incluso, los nacidos de primera generación de esas camadas de migrantes tienen dificultades. En este caso, el reto es mayor para la economía mexicana; sin embargo, potencialmente los beneficios pueden ser grandes.
Diferentes estudios como, el de Clemens (2011), muestran que los países receptores de flujos migratorios cuando logran que los migrantes se integren tienen impulsos en sus tasas de crecimiento. ¿Por qué pasa esto? Son distintos mecanismos. Uno de ellos es la mayor capacidad de innovación (cuando se trata de alto capital humano); asimismo, la mayor disponibilidad de mano de obra; igualmente, el mayor consumo que impulsa la demanda agregada. Por mencionar algunos.
La sociedad mexicana no debería ver con temor los flujos migratorios. O como una amenaza. Debería considerarlos una oportunidad para obtener ganancias. Para ello, el país debería pensar en una política migratoria que esté integrada con su desarrollo económico.
Atraer talento de otras partes, invertir fuertemente en educación, ciencia y capacitación (algo absolutamente necesario).
Un problema del estado actual de la discusión sobre la política migratoria es que obvia el debate sobre cómo la política económica y la migratoria tienen puntos donde se tocan. Se podrían producir ganancias económicas para el país. Además, mejorar calidad de vida para las personas que buscan oportunidades en México.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda