Por Diego Castañeda
Durante esta semana la Ciudad de México presenció dos movilizaciones de tamaño considerable encabezadas por distintos grupos de campesinos. La razón es sencilla: el campo es el sector que más perdió con la entrada en vigor del TLCAN. Entender las causas de tales afectaciones y su situación actual es una tarea importante, sobre todo si hemos de evaluar el TLCAN de forma objetiva aunque sea al final de su vida.
Tras la firma del TLCAN, el campo mexicano perdió por causa de la presión competitiva y la existencia de prácticas desleales en el sector agrícola de Estados Unidos (subsidios que producen lo que técnicamente se llama dumping, exportar algo por debajo de su costo de producción) entre 1.3 y 1.9 millones de empleos (alrededor del 65 por ciento para hombres y 35 por ciento para mujeres). El efecto directo fue el enriquecimiento del sector agro-industrial en Estados Unidos y el encogimiento del mismo sector en México.
¿Quiénes fueron los grandes perdedores del TLCAN?
En economía, a este proceso se suele llamar racionalización (los productores más competitivas sobreviven mientras que los menos competitivos desaparecen). Otros bien podrían llamarlo darwinismo social. Desde la firma del tratado, Estados Unidos incrementó sus exportaciones en algunos cultivos hacia México hasta en un 707 por ciento, provocando una dramática disminución de los precios de dichos bienes y, por consecuencia (tal como la teoría económica predice), haciendo al factor de producción más intensivo en su producción en México (el factor trabajo) más barato (es decir con menores salarios) y generando una pérdida próxima a los $1000 millones de dólares al año para productores mexicanos de cultivos como trigo, soya, algodón, maíz y arroz. De igual forma, en otras actividades agropecuarias produjo pérdidas de alrededor de $175 millones de dólares al año, siendo el ejemplo más notable los productores de carne.
Los ganadores de este efecto en particular son los consumidores que experimentan precios menores en dichos productos; no obstante, es importante no dejarnos engañar, este beneficio en parte se ve compensado por la tremenda pérdida de calidad de vida que el sector agrícola del país sufrió, especialmente en el sur. Lo anterior se ha visto reflejado en una serie de efectos secundarios, como el incremento en migración fuera del país hacia los mismos sectores, pero en Estados Unidos, y el incremento de la migración interna del campo a las ciudades. Estos fenómenos traen consigo mayor sufrimiento a las personas, conforme los mercados laborales de las ciudades agotan su capacidad de absorber una población más grande, teniendo como efecto final un incremento en la pobreza urbana y una mayor disminución en la calidad de vida.
Por lo explicado anteriormente podemos entender por qué el campo fue el gran perdedor de la firma del TLCAN en México. Teniendo esto en cuenta, podemos comprender mejor por qué hoy en día las organizaciones campesinas son las primeras en exigir, en estos días, que el TLCAN desaparezca.
Y frente a esto, ¿qué plantean los hacedores de política pública?
La respuesta frente a un posible fin del TLCAN es substituir las importaciones del sector agro-alimentario desde Estados Unidos por importaciones desde otros países, como Argentina. En los hechos esto continuaría dejando en la misma terrible situación al campo mexicano y, además, mantendría el problema de soberanía alimentaria que el país enfrenta actualmente.
Antes del TLCAN, México tenia un esquema de precios a través de la CONASUPO que garantizaba cierto nivel de precios al productor e incentivaba su uso; sin embargo, con la entrada en vigor del tratado, CONASUPO desapareció y el campo —especialmente el pequeño productor— quedó en el abandono, en muchos casos terminando en un nivel de producción de subsistencia.
Solucionar el problema del campo en México requiere, entonces, que de verdad se tome en serio el problema y que se voltee a ver al sur del país para atender las condiciones de vida de los productores y su acceso al mercado. Cuestiones como la inversión en proyectos críticos de infraestructura como carreteras y puertos se vuelve parte esencial de cualquier solución al sector (y de paso para verdaderamente conectar la economía del sur del país con el resto).
¿Y qué se puede hacer?
Una estrategia más inteligente en el país sería el de tratar de entender las necesidades especificas de alrededor del 20 por ciento de la población que vive en zonas rurales y que son los más expuestos a condiciones de pobreza y marginación. En un país donde la mitad de las personas en situación de pobreza son niños, jóvenes, mujeres y ancianos que viven en el campo hace necesario entender su contexto y considerar su experiencia en el diseño de soluciones.
Quizá deberíamos buscar entender un poco más la lucha del de al lado…
La lección que quizá debemos obtener de observar todos los conflictos que nuestro contexto social nos arroja es el de buscar un mayor entendimiento de lo que pasa por la mente de los demás en el día a día y las causas de sus luchas. En un tiempo en donde parecen existir pocas certezas sobre el rumbo del país, lejos de caer en el error de seguir haciendo lo mismo o seguir el consejo de las mismas personas que han sido parte de nuestra miopía, quizá debemos considerar la posición que Ursula K. Le Guin, una de las escritores más importantes en la ciencia ficción y fantasía moderna, plasma en sus mejores novelas (La mano izquierda de la oscuridad, Los desposeídos, El nombre del mundo es Bosque, La rueda celeste): intentar comprender al otro, comprender sus luchas a pesar de que hacerlo pueda resultar muy complicado.
No es fácil comprender el contexto de una economía dual como la mexicana (muy moderna, urbana e industrial en algunas cosas, al mismo tiempo que es tradicional y rural). Parte de entender fenómenos como las recientes protestas o sus causas implica reconocer que la pobreza y la marginación son una forma de violencia. Que la violencia tarde o temprano termina siendo un catalizador de movilizaciones y enojo contra lo que es una de sus principales causas en este país, una economía que tiene demasiado tiempo sin funcionar y que le roba a las personas la oportunidad de tener una vida digna.
En El nombre del mundo es Bosque de Le Guin —que puede ser leída como una metáfora sobre el colonialismo y de la cual muchos directores de cine y novelistas han tomado inspiración o pirateado cosas, como James Cameron en Avatar, por poner un ejemplo— su protagonista es un antropólogo (Raj Lyubov) quien se encuentra en un mundo extraño colonizado por los humanos donde éstos han impuesto su forma de vida, producción e incluso violencia (en el sentido tradicional de la violencia, como se ve en una película de Tarantino): una especie de TLCAN intergaláctico donde los humanos obtienen la mejor parte, recursos naturales para su propio mundo y mano de obra barata y un mercado de consumo para algunos de sus bienes (familiar, ¿no?). Al final de la historia (spoilers), Lyubov reflexiona cómo a pesar de que este mundo logra liberarse del colonialismo humano, la violencia permanece.
Tal vez la ciencia ficción tiene cosas que enseñarnos
Exactamente de la misma manera, aunque hoy el TLCAN desaparezca y aunque comencemos a atender algunos de los problemas del sur del país, en especial su falta de conectividad, la violencia permanecerá. La única forma de ir transitando a formas más cooperativas de convivencia es reconociendo justo este hecho, que la pobreza es violencia y que el comercio, como muchas otras cosas en la economía, tiene ganadores y perdedores, pero que no pueden ser siempre los mismos. Debemos pensar en cómo pueden ser compensados. Hoy los problemas del campo mexicano, y lo que vimos durante la semana en forma de protestas y un grito contundente a favor de la muerte del TLCAN, son un microcosmos de muchos de los problemas más generales del país. Algo que debe hacernos cuestionar de raíz en qué maneras podemos construir una economía más justa.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda