Por Diego Castañeda
A lo largo de las últimas tres semanas, me he dedicado a analizar varios aspectos importantes de las economías escandinavas que podríamos aprender en México. (Se pueden leer aquí, acá y acá.) Como ya debe ser evidente para los lectores, esta serie de textos sobre los países nórdicos no es más que una excusa para argumentar por la necesidad de recaudar más impuestos en México y pagar por las cosas que todos queremos que el país tenga. Por eso es tan importante el gasto público.
Ahora, algo que quizá sorprenda a algunos es que antes de impuestos los países nórdicos tienen distribuciones del ingreso similares a las de México, índices de Gini que rondan 0.44-0.48, en lo que suele llamarse la “distribución del mercado”. El de México es de 0.44-0.45 después de impuestos.
La diferencia en cuanto a la desigualdad es que en aquellos países, una vez que el sistema de recaudación y de redistribución entra en acción y paga por todas las cosas bonitas que hemos estado discutiendo, estos niveles caen a 0.31, 0.28 o alrededores; disminuciones enormes, mientras que en México quizá disminuye de 0.46 a 0.44. Es decir, en esencia no cambia nada.
En este asunto tenemos un círculo vicioso. Recaudamos poco por diversas razones y tener pocos recursos hace que la calidad y alcance de los servicios públicos sea menor; además, hay que sumar la tradicional falta de redistribución del gasto público. Esto a su vez alimenta otro círculo vicioso: peores servicios públicos en el futuro se transforman en desigualdades de oportunidades que una vez más en el futuro se vuelve más desigualdad de ingresos; así, hacia el futuro.
En retrospectiva, para producir una sociedad más igualitaria en México necesitamos remediar varios problemas que existen de mucho tiempo en la país. La reforma fiscal que ya discutimos hasta el cansancio es un paso absolutamente necesario; la calidad del gasto es otro.
Producir confianza en el Estado es crucial.
Hay señales de que comenzamos a movernos en la dirección correcta, pero algunas cosas tienen que cambiar rápidamente. La austeridad republicana como forma de control del gasto público de forma que se genere confianza no es sostenible. Los recursos que se liberan lo hacen una sola ocasión y la restricción presupuestal regresa rápidamente a donde estaba antes.
En el corto plazo debemos comenzar una serie de discusiones nacionales sobre cómo pensamos financiar el desarrollo que queremos y qué cosas consideramos realmente prioritarias. Es mi pensar que dos son los asuntos fundamentales: el sistema de pensiones y la salud universal. En términos de seguridad social son quizá los pendientes más urgentes entre varios también urgentes (educación, inversión pública). Garantizar estos dos puede llevarnos a igualar oportunidades de forma sustantiva; con ello, a que el gasto público sí combata la desigualdad de forma efectiva.
La reforma fiscal es una condición absolutamente necesaria e inevitable para que estos asuntos se atienden de forma correcta y para que los otros tengan oportunidad de ser atendidos. Esto no quiere decir que toda la carga está en la administración federal. Otro tema que debemos acordar es qué va pasar con las finanzas del Estado, las participaciones y aportaciones federales no pueden seguir igual, los gobiernos estatales y en cierto grado los municipales tienen que tener responsabilidades recaudatorias, tienen que enfrentar los costos políticos de recaudar y no ejercer bien el gasto. Una parte muy importante de la construcción de una sociedad más igualitaria pasa por hacer presión a los gobiernos locales y por hacerlos proveedores de servicios públicos eficientes.
Estas discusiones deben pasar pronto, quizá en los próximos dos o tres años; de lo contrario, los problemas de nuestra transición demográfica y otros se harán más y más costosos en el tiempo. Con ello, disminuirá la capacidad de hacer del Estado, esto último con enormes costos para todos.
En el fondo una buena parte del secreto del estado bienestar está en cómo pagarlo, distribuir sus costos y generalizar su acceso. Todo lo demás constante, mejorar la calidad de vida al nivel del primer mundo requiere poder pagar por esa calidad.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda