Pocas palabras causan más terror, enojo y frustración en la mente de las y los mexicanos que la de ‘gasolinazos’; o sea, el aumento en el precio de la gasolina. A pesar de que una de las promesas de la reforma energética era una liberalización en el precio de las gasolinas (es decir, que el precio dependa de su oferta y demanda), lo que ha ocurrido desde entonces ha sido exactamente lo contrario: el precio de la gasolina Magna ha pasado de 10.92 pesos en enero de 2015 a 13.98 pesos en diciembre de 2016, fijado siempre por el gobierno federal. Lo hace por medio de anuncios en periódicos, informando que el precio aumentará en cierto mes a cierto precio. Y es ahí donde se suma el reciente anuncio de un alza para el 1 de enero de 2017 que podría llegar a aumentar en 20% el precio actual, según estimaciones.
Por ello, tratemos de explicar los ‘gasolinazos’, una medida muy controversial en la opinión pública por ser muy impopular. Por desgracia, la economía mexicana se suele medir de acuerdo a dos indicadores económicos: el tipo de cambio y el precio de la gasolina. Cuando el dólar y la gasolina están caros, creemos entonces que las cosas van muy mal; sin importar si la economía mexicana crece, si se están generando o no empleos de calidad, o si medio país (LI-TE-RAL) se encuentra en situación de pobreza o altas condiciones de desigualdad.
Pero no, lo que importa es que nos resulte barato desplazarnos en auto y que podamos viajar al extranjero por menos dinero. De ese tamañito es el imaginario económico nacional (de la gente privilegiada, claro está).
La diferencia de precios que vemos entre el exterior (es muy común ver fotografías en redes sociales de las gasolineras de Texas con precios mucho menores) y el que cobran en las gasolineras en México se debe a que el gobierno establece el precio de venta de la gasolina en buena parte del país. Hasta hace poco, el gobierno federal lo fijaba por debajo del precio al que compraba la gasolina, por lo que subsidiaba su precio para que nos saliera más barata —con cargo a las finanzas públicas y en beneficio de quienes más consumen gasolina (o sea, las familias de mayores ingresos en México). Sin embargo, desde 2015 hemos visto el escenario contrario, con un precio nacional por encima del precio internacional. Esto se debe a que, ante la baja en el precio del petróleo crudo (producto que el gobierno mexicano, a través de Pemex, vende al mundo en cantidades considerables), se debió cubrir ese hueco en las finanzas públicas con algo más, pues la baja recaudación en el país no ha sido suficiente para hacerlo.
Sin embargo, desde 2015 hemos visto el escenario contrario, con un precio nacional por encima del precio internacional. Esto se debe a que, ante la baja en el precio del petróleo crudo (producto que el gobierno mexicano, a través de Pemex, vende al mundo en cantidades considerables), se debió cubrir ese hueco en las finanzas públicas con algo más, pues la baja recaudación en el país no ha sido suficiente para hacerlo. Ese ‘algo más’ fue el sobreprecio de la gasolina que hemos visto crecer en los últimos meses. Por ello, el incremento anunciado para enero de 2017 es una muy mala noticia para los bolsillos de las familias mexicanas, pero buena para las finanzas públicas.
Pero, entonces, ¿volver a subsidiar la gasolina para que sea barata de nuevo es una alternativa?
No, por al menos dos motivos que hacen que esa decisión sea desastrosa, contrario a lo que defienden varios líderes políticos y de opinión:
- El primero es que es un impuesto ecológico que desincentiva el uso del automóvil, que además es fácil de recaudar y muy difícil de eludir (o sea, evitar pagarlo): se cubre al momento de pagar en la gasolinera. La gasolina cara hace que nos la pensemos dos veces antes de decidir ir a la tiendita de abarrotes a unas cuadras de casa en automóvil, en vez de caminar (admítelo, tú también lo has hecho).
- El segundo es que el impuesto a la gasolina es progresivo: se cobra más a quienes mayores ingresos tienen, ya que quienes pueden comprarse un automóvil en este país son unos privilegiados (con algunas excepciones, como siempre). Sí, aunque no lo creas, tener un automóvil no es una ‘necesidad’ (aunque las opciones de movilidad de nuestras ciudades nos quieran demostrar lo contrario), sino un lujo.
El costo de tenencia y mantenimiento de un automóvil es alto (y así debe ser): gasolina, mantenimiento, estacionamiento, costos por salud mental, entre otros. En vez de defender al automóvil como único medio de transporte (no, tu automóvil no tiene derechos; tú sí), reclamemos mejores opciones de movilidad en nuestras ciudades. Aunque parezca difícil de creer, alzar la voz, participar en la toma de decisiones locales y ejercer presión, sí funciona.
Aumentar el precio de la gasolina es una medida muy (¡muy!) impopular, pero no del todo mala, aunque definitivamente pegará en el bolsillo de las familias mexicanas. Sin embargo, subsidiar este energético sería desastroso para las finanzas públicas, para el medio ambiente y para nuestra salud. Ahí otra cosa buena que no se cuenta, pero cuenta mucho, o como sea que vaya el eslogan ese…
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Carlos Brown Solà es economista e internacionalista.
Twitter: @cabrowns