Por Carlos Monroy
La noticia política, en las semanas previas al sismo del 19 de septiembre, fue la formación del “Frente Amplio Democrático” entre el PAN y el PRD. Después, la alianza cambió su nombre a “Frente Ciudadano por México” por la inclusión del partido Movimiento Ciudadano y porque todo en política suena más bonito si tiene las palabras “ciudadano” o “ciudadanía” incluidas. Falta que incluyan la palabra “independiente” para abarcar todos los lugares comunes en la política mexicana del momento. La excusa para la formación del frente, dicen sus promotores, es detener al PRI y que no vuelva a ganar la presidencia. No vayamos a pensar que es mera estrategia electoral de las burocracias partidistas para repartir puestos. Quizás esta alianza hubiera sido más pertinente en 2013 cuando Michoacán estaba en llamas, Murillo Karam defendía la verdad histórica sobre la desaparición de los 43 o se presentaba el escándalo de la casa blanca de EPN. En ese entonces, los líderes de la “oposición” (no se rían) estaban ocupados en otra alianza, la del Pacto por México. Hay que decirlo: el motivo real del Frente es frenar a López Obrador.
Fuera de las dudas ideológicas y políticas que genera esta extraña alianza, cabe preguntarse cómo podría ser un gobierno de “coalición” en México. El llamado Frente sería, en primer lugar, una coalición bastante dispar. El PAN es por mucho el mayor partido de la alianza. En una encuesta hace algunas semanas se muestra que el PRD aportaría alrededor de 2 por ciento al candidato del Frente. Es decir, habrá muchas personas que se identifican con el PRD que no votarían por ese partido en una alianza con el PAN. Esto condicionaría un gobierno del Frente: el PAN sería el socio mayoritario y, muy probablemente, sería quien determinaría la candidatura presidencial y la mayoría de las secretarías. Pensar que el PAN por “buena onda” cedería estas posiciones es ingenuidad.
A diferencia de los gobiernos parlamentarios –como ocurre en España o Canadá– en el que la permanencia de la primera ministra depende de mantener una coalición, en México el presidente no depende de los partidos que lo llevan al poder. Incluso después de la reforma política de 2014 que estableció la posibilidad de los gobiernos de coalición, nada obliga al presidente a respetar las bases sobre las que se hace la alianza. Cuando el presidente esté dispuesto a asumir los costos políticos, que probablemente será antes de las elecciones intermedias, la coalición se romperá. En la constitución sólo se especifica que la coalición se regirá por un “convenio” que deberá ser aprobado por la mayoría del Senado. Quizás, la mayor innovación de la reforma es que de optar por un gobierno de coalición, los secretarios de gobierno deberán ser ratificados por el Senado; sin embargo, nuevamente, sólo el presidente puede despedirlos.
El gobierno de coalición, que según los defensores del Frente salvará a México, será probablemente un gobierno panista más con un par de secretarías para el PRD. La experiencia internacional muestra que cuando existe un presidente que concentra funciones de jefe de gobierno, la política nacional girará en torno a esta figura. Dicho de otra manera, el PRD y MC quedarán relegados a segundo plano como el Partido Verde o Nueva Alianza durante el gobierno del PRI. Aun en un país semi presidencialista como Francia, donde existen tanto la figura del presidente como del primer ministro, cuando ambos son del mismo partido, el primero domina la política francesa. Seguramente muchas personas que leen estas líneas conocen a Macron, pero desconocen el nombre del primer ministro francés.
Quienes promueven el Frente dicen que México será como Alemania cuando gobernó la gran coalición de democristianos y socialistas en 2013. Todo parecería indicar que, más bien, la política se vería como en el informe de Mancera, en el que los panistas, en vez de denunciar el aumento de homicidios en la ciudad, se desvivieron en aplaudir al jefe de gobierno. El Frente no abonará a la pluralidad que tanto necesita la política mexicana, sino que su objetivo es reducirla y convertir las opciones políticas en un juego binario: o nosotros o AMLO. No hay que engañarse: en esta alianza, el PAN, junto con todos los intereses que representa, es el partido dominante, mientras que el PRD será sólo su acompañante.
El Frente es el síntoma del desprestigio y la crisis que sufre nuestro sistema de partidos, no es de ninguna manera la solución.
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Carlos Monroy es politólogo.
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