Los terremotos ocurridos el 7 y el 19 septiembre han traído de vuelta a la memoria colectiva de México, especialmente de la capital, imágenes, sentimientos y vivencias ocurridas hace 32 años durante el terremoto de 1985. Es por eso que decidimos echar mano de un breve comentario y recuerdo de Rocío Olivares a la gran labor de Carlos Monsiváis como cronista del terremoto de 1985, acompañando el texto con fotografías de lo vivido en estos días en el otrora Distrito Federal tomadas por Argel Ahumada de Mendoza.
De las obras de Carlos Monsiváis (1938- 2010), Entrada libre abarca los sucesos más conspicuos y apabullantes de esta década mexicana: el terremoto de 1985, la explosión de San Juanico, los hechos en Juchitán en torno a la COCEI, el asesinato del líder magisterial Misael Núñez, el Mundial de Futbol, el movimiento urbano popular y el paro de los estudiantes universitarios en 1987. Como podrá suponerse, el capítulo más impresionante del conjunto es el referente al terremoto, el cual se conforma de las publicaciones periódicas en Proceso y otros medios.
Uno de ellos el autor lo deja sin retoque alguno, precisamente el que abre el libro y fue escrito un día después del acontecimiento. Releer estas páginas me ha hecho sacar lo que tenía empaquetado en la parte más alta del closet de la memoria, y las consecuencias han sido, nuevamente, estrujantes y sobrecogedoras.
En un espléndido “Collage de voces, impresiones, sensaciones de un largo día”, Monsiváis desmenuza los hechos para explicar cómo “La solidaridad de la población en realidad fue toma del poder”. Ante la visión del derrumbado edificio de Tlaltelolco, la devastación de la colonia Roma y la pulverización de buena parte del Primer Cuadro, el cronista parte de los olores, los ejércitos de voluntarios, los taxistas transportando gratis a los pasajeros, las cadenas de rescatistas entre los escombros, pero sobre todo, las “proporciones épicas” de la solidaridad ciudadana:
“…no se examinará seriamente el sentido de la acción épica del jueves 19, mientras se confine exclusivamente en el concepto ‘solidaridad’. La hubo y de muy hermosa manera, pero como punto de partida de una actitud que, así sea efímera ahora y por fuerza, pretende apropiarse de la parte del gobierno que a los ciudadanos legítimamente les corresponde”.
Ante el desorden y estupefacción oficiales, el pueblo se convirtió en gobierno y orden civil. Y así, la tenacidad con la que se escarbaba para tener la alegría de resucitar a alguien, la desesperación rayana en la locura de los padres ante las escuelas desplomadas, los enfermos y médicos del Centro Médico convertidos en víctimas iguales en un instante -el marasmo del derrumbe-, todo ello a partir de las diversas perspectivas de los protagonistas, hacen de esta crónica de Monsiváis una filmación más allá de las posibilidades cinematográficas, pues atestigua, penetra, recoge, manifiesta y juzga, todo de un brochazo, y pincelada a pincelada, hasta componer un lienzo en el que “cerros de cascajo por todos lado, alarmas ante posibles incendios, humo, cables eléctricos destrozados, fugas de agua y de gas, aguas negras que invadían la calle, banquetas levantadas…”, ponían el telón de fondo.
Más adelante relucen los certeros artificios estructuradores del autor: cinco “Noticieros”, cinco “Editoriales” y tres “Expedientes”, distribuidos alternadamente y aderezados con algún “Catálogo de las reacciones” o con “Escenas de un paisaje reconstruible”, obran como tres métodos de aproximación: el testimonio, la valoración y el registro del hecho trascendente.
Baste ahora con subrayar lo último: el heroísmo voluntario que brotó de los grupos juveniles marginados; el descomunal fraude de las inmobiliarias responsables de los edificios “de interés social” que se desplomaron como castillos de naipes, y el surgimiento, de los propios escombros de los talleres de San Antonio Abad, del sindicato de las costureras.
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Texto tomado del capítulo “Los años ochenta”, por Rocío Olivares Zorrilla, en el libro La literatura mexicana del siglo XX coordinado por Manuel Fernández Perera. México, Fondo de Cultura Económica, Conaculta y Universidad Veracruzana, 2008, pp. 401-456.