Por Mariana Pedroza
“an empowered and informed member of society
(pragmatism not idealism)
will not cry in public”.
Fitter Happier
A veinte años de su lanzamiento, recordamos al tercer álbum de Radiohead, OK Computer, como uno de sus mejores discos, catalogado por los críticos musicales como una obra maestra de rock moderno, no sólo por su icónico estilo musical sino también por su propuesta temática, un poco postapocalíptica, de un mundo tomado por las máquinas y el automatismo.
En casi todas sus canciones escuchamos versos que apuntan en esa dirección: la reivindicación repetitiva que reza I’m not an android (“Paranoid Android”), aliens merodeando en la ciudad (“Subterranean Homesick Alien”), intolerancia burocratizada (“Karma Police”) y voces mecanizadas como la que se escucha en “Fitter Happier”, que, más que una canción, parece una serie de consignas para la funcionalidad de los ciudadanos.
more productive
comfortable
not drinking too much
regular exercise at the gym (3 days a week)
getting on better with your associate employee contemporaries
at ease
eating well (no more microwave dinners and saturated fats)
a patient better driver
a safer car (baby smiling in back seat)
sleeping well (no bad dreams)
no paranoia
Si los mundos distópicos nos seducen es por lo familiares que nos resultan al sentimiento y lo análogos que son a nuestras propias vidas, sociedades y temores. Por más que estén vestidos de ciencia ficción, la crítica social que transmiten no nos es ajena. Ése es el caso de OK Computer, ¿no estamos ya, finalmente, lidiando con esa ideología enajenante de ser menos humanos y más máquinas, siempre funcionales, siempre productivos, siempre estables?
“Fitter Happier” en particular me parece terroríficamente vigente. Hemos dado por sentado, para empezar, que la felicidad es un deber y es un estado permanente. Quien no está siendo feliz, está fallando y es incómodo para los de su alrededor. Sin embargo, desde un punto de vista psicológico, toda crisis supone evolución, porque es precisamente en la crisis en donde se reajustan los paradigmas bajo los que operamos.
Imagen: briff.me
La pretendida estabilidad no es sino una invitación a la estaticidad y, en ese sentido, al silenciamiento de procesos vitales que, en última instancia, podrían aportar un nivel de bienestar mayor, pero cuyo precio no queremos pagar a nivel social, pues atenta contra la productividad constante e implica negociar las diferencias entre los individuos, mientras que el automatismo promete hacer a todos iguales, siempre con la misma capacidad para trabajar y con interacciones de bajo impacto (favours for favours /fond but not in love).
Paralelamente, la felicidad es una industria. William Davies, en su libro La industria de la felicidad, explica cómo tanto los Estados como el mercado nos incentivan todo el tiempo a ser felices, pero detrás de esa consigna hay una serie de dispositivos de poder cuya finalidad es perpetuar el statu quo. Para empezar, quien es feliz no está inconforme, no se queja independientemente de la situación de opresión en la que se encuentre, pero, además, se nos vende una cara de la felicidad que exige aceptar las reglas del sistema: por ejemplo, es feliz quien puede acceder a ciertos bienes materiales, pero para alcanzar eso hace falta aceptar un trabajo que posiblemente sea explotador y entrar en el sistema bancario de préstamos y deudas. En otras palabras, si una mercancía es el vehículo —comprado con dinero— para sentir placer o evitar sufrimiento, la felicidad comienza a depender de la economía.
Resuena de fondo Marx: entre mayor es el lugar que ocupa el trabajo explotador concebido como necesario, el tiempo libre comienza a condenarse y, de hecho, deja de existir como tal, pues está dedicado fundamentalmente a la recuperación de la fuerza de trabajo, lo que a su vez impide que los trabajadores puedan tener la energía y la creatividad para rebelarse o elaborar alternativas (slower and more calculated / no chance of escape /now self-employed /concerned but powerless).
Imagen: Shutterstock
La pregunta que todos deberíamos hacernos es “¿Realmente queremos ser funcionales?” Concibo la funcionalidad como un modo de existencia adaptada al sistema y, en tanto tal, aceptada por todos y con la retribución que nos han enseñado tanto a valorar: un sueldo fijo y, como dice “Fitter Happier”, un coche bien lavado incluso si es domingo, ¿pero a qué precio?
Parece contraintuitivo abandonar la búsqueda de la felicidad, en cuanto a que es algo que nos apela a todos. Finalmente, ¿quién no quiere ser feliz? No obstante, quizá podemos empezar a liberar ese concepto de falsas asociaciones. ¿Por qué creer que ser feliz es ser funcional? ¿Por qué asumir que «estamos mal» si estamos procesando las emociones que nos genera estar vivos, por más doloroso que a veces nos resulten?
La crítica que esconde”Fitter Happier” comienza por la voz robótica sugiriendo el destino deshumanizado de ese tipo de vida higiénica y eficiente. Si me lo preguntan, yo prefiero seguir siendo aquella que –y una vez más cito la canción– todavía llora con una buena película y besa con saliva.
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Mariana Pedroza es filósofa y psicoanalista.
Twitter: @nereisima