Por Alejandra Eme Vázquez

Los adolescentes son gigantes dormidos,  siempre en peligro de despertar y empezar a destruir el mundo sin darse cuenta, sólo porque no caben en él.

Aristóteles tiene una enfermedad terminal. Es visitado frecuentemente por su amiga Lluvia, quien es su amor platónico aunque ella tenga un novio muy posesivo del que, por cierto, no está enamorada. Lluvia tiene una prima, Doris, que irrumpe en la dinámica de su grupo de amigos, autonombrado “Comité de Lucha”, y comienza a interferir en la relación de noviazgo perfecto que tienen María Inés y Marcelo, quienes por primera vez saben de celos y desconfianza. En el grupo hay un par de hermanos gemelos, Miguel y Gabriel, con sus propios secretos a cuestas, y también está Angelita, asustadiza y distraída. Pese a sus diferencias, carencias y debilidades, todos ellos deberán emprender una aventura al otro lado de la realidad, en el que encontrarán nuevos aliados, con el único fin de que Aristóteles cumpla su mayor y último deseo: conocer a su padre.

Tal es la premisa de la novela Fieras adentro y tales son sus complejos personajes centrales, cuyas edades oscilan entre los nueve y los quince años.

Uno de los grandes retos de los escritores de Literatura Infantil y Juvenil es salir bien librados de los prejuicios que rodean a los conceptos de infancia y juventud, que han ido afinándose con los siglos, pero que son bastante recientes y aún suscitan polémicas. Pensemos que la declaración universal de sus derechos data de 1959 y que hay muchos sitios del mundo en donde esos derechos no son cumplidos, mientras que en otros se condicionan o de plano se aplican a conveniencia de los adultos, porque no hay sistema que haya resuelto del todo cómo incluir a los más jóvenes en perfecto equilibrio. Escribir para estas edades puede entonces volverse un terreno pantanoso en el que resulta complicado posicionarse con absoluto éxito. Pero hay libros (cada vez más, afortunadamente) que cruzan el pantano y no se manchan: el plumaje de Fieras adentro es de ésos.

Foto: Agustín Cadena, de unionhidalgo.mx

Este libro es profundo en varios niveles: el más evidente es la construcción de los personajes jóvenes, cuyos problemas, angustias, hallazgos, miedos y reflexiones son tratados con la seriedad y hondura que corresponde a los grandes iconos literarios. Lluvia se enfrenta a la violencia de un novio obsesivo, al desamor irresuelto, al manejo de su propia ira y a su amistad complicada con Aristóteles, quien está a punto de morir a los nueve años y es todo un pesimista consumado. Por su parte, María Inés y Marcelo conforman una pareja cuyo amor no se cuestiona ni se subestima y que, por el contrario, se ve amenazado por la veleidosa Doris, quien rompe muy pronto el estereotipo de la bonita-tonta y también aquel otro que sentencia que dos mujeres interesadas en el mismo hombre están destinadas a ser enemigas. Cada personaje, pues, tiene una historia muy interesante que el autor no escatima en mostrar y poner en juego.

Este contexto se dimensiona y toma alcances mayores cuando los personajes deben enfrentarse, en la búsqueda del padre de Aristóteles, a la existencia de El Hogar, una especie de “reino al revés” creado dentro de la misma ficción para albergar a quienes convencionalmente se llamaría “locos” o “inadaptados”. Si en el plano de nuestra realidad estas personas van a parar a hospitales psiquiátricos, cárceles o albergues, esta novela postula la creación de una ciudad alterna en la que una mujer septuagenaria puede tener una fiesta de quince años todas las noches o un hombre puede poner una librería donde no hay libros a la venta. Ahí, los jóvenes protagonistas conocerán a otro personaje de su edad, Kumi, y a dos ancianos memorables, Madlen y Baltasar, que les amplían el universo mostrándoles otra de sus múltiples caras.

El Hogar da pie para interesantes reflexiones sobre la cordura, la discriminación, la libertad, las fallas del sistema que originó un submundo como ése, y es sumamente entrañable que tales reflexiones sean encarnadas por estos jóvenes y ancianos, cuya voz es restituida con amor y lucidez en la narrativa de Cadena, llena de detalles con los que podemos engancharnos y de párrafos enteros que necesitamos anotar urgentemente en libretas o publicar en redes sociales. Aunque las experiencias lectoras son tan variadas como las personalidades y los momentos de vida, sí es posible saber cuándo un libro puede potenciar nuestros múltiples modos de leer, y Fieras adentro es uno de esos casos.

Agustín Cadena es un autor que ejemplifica a la perfección con qué facilidad se destruye el mito de que la LIJ es “menos profunda” que la literatura escrita para adultos. Ha pasado por todos los géneros y todas las convenciones con altos honores y eso se nota en Fieras adentro, donde habla sobre la muerte, la locura, el amor y la amistad con un compromiso emocionante, pero sobre todo con una horizontalidad que agradecemos los lectores, los personajes y la literatura misma. Porque al final, si los libros son síntomas del mundo en el que se insertan, cómo no va a resultar esperanzador cuando en ellos logran crearse dimensiones en las que cada quien recibe un trato con el que puede sentirse en libertad. Y como dice muy claro esta novela, “la libertad es también para equivocarse, (…) para cometer errores, para ser infeliz si uno quiere”.

Agustín Cadena, Fieras adentro, Editorial Progreso, México, 2015.

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Alejandra Eme Vázquez es profesora y ensayista. Estudió en la UNAM la maestría en Letras Latinoamericanas.

 Twitter: @alejandraemeuve

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