Por: Katia Guzmán Martínez
@guzmart_

Este texto tiene como objetivo describir los principales hallazgos, diferenciados por género, de la encuesta MCCI-Reforma en 2019 y 2020. Se observa que las mujeres tendemos a ser más escépticas de que la corrupción disminuya, y evaluamos peor al presidente y su gestión anticorrupción, que los hombres.

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La piedra en el zapato que más incómoda al presidente tiene tintes morados por feminista. Se trata de una piedra que exige decidir sobre su propio cuerpo; que protesta contra la violencia machista; que, en general, evalúa de peor manera la gestión de López Obrador.

En un contexto en el que sólo 3 de cada 100 homicidios de mujeres tienen una sentencia (“Desigualdad y violencia…”, 2020), no sorprende que una mayor proporción de mujeres consideremos a la inseguridad como el principal problema del país —en comparación con nuestros pares masculinos. Tampoco sorprende que, ante políticas públicas insuficientes para proteger a niñas y mujeres de la violencia feminicida (Gire, 2020), campañas gubernamentales que nos revictimizan y declaraciones presidenciales desafortunadas que buscan deslegitimar las demandas feministas (“Conservadores se…”, 2020), la desaprobación presidencial haya doblado su magnitud entre las mexicanas. Mientras que la desaprobación de AMLO creció, entre 2019 y 2020, en 17 puntos entre los hombres, entre las mujeres la desaprobación aumentó en 22 puntos.

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A pesar de haber sido el único candidato presidencial con un documento cuyo propósito fue explicar la plataforma en materia de género de su proyecto (“Femsplaining…”, 2018), incluso en lo discursivo se ha quedado corto. De un total de 772 apariciones públicas del presidente (del 4 de diciembre 2018 al 5 de marzo 2020), en 445 se detectó al menos una mención a la palabra “mujer” o derivados, pero en 275 ocasiones no es AMLO quien lo menciona sino algún acompañante del gabinete, de entre los periodistas o del público. Sólo en 22% de sus apariciones públicas (en 170 intervenciones), el presidente nombró a las mujeres, que somos el 51% de la población.

¡Increíble lo fácil que es ignorar a la mitad de la población en la narrativa pública!

Al analizar la misma información correspondiente al término feminicidio los números empeoran, pues el presidente y su gabinete prefieren también ignorar un problema de violencia que va en aumento: sólo en 64 apariciones se hace referencia a esta palabra o derivados; y sólo en 9, es López Obrador quien la menciona, lo cual representa apenas 1% del total de sus discursos. Mientras tanto, el número de mujeres asesinadas con violencia misógina aumenta año con año (Martínez, 2020).

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A más de un año de comenzar su mandato, y tras una de las protestas más grandes en la historia de México —aquella realizada el 8 de marzo de 2020—, las mujeres no quitan el dedo del renglón: ante la indiferencia e insensibilidad frente a las violencias machistas (Ramos, 2020), se resiste en las calles y se castiga en las encuestas.

Lo personal es político

Lo personal es político (Hanisch, 1969). A finales de la década de 1960, esta afirmación de la segunda ola del feminismo apelaba al reconocimiento de que lo que sucedía dentro de la esfera privada, como la violencia doméstica y el trabajo del hogar, tenía implicaciones y necesitaba soluciones públicas. Hoy en día, afirmar que lo personal es político, al menos en el campo de los estudios demoscópicos, tiene otro sentido: las características individuales influyen en la formación de opiniones y evaluaciones.

En el comportamiento político y social, existe evidencia de que el género tiene un efecto sobre el interés en la política y la participación ciudadana: los hombres tienden a involucrarse más en los asuntos nacionales, mientras que las mujeres se involucran más al tratarse de asuntos locales —como las escuelas públicas—, de forma que la brecha se acorta al grado de conseguir un interés y participación igualitario (Burns, Scholzman y Verba, 2001).

Además, la participación de candidatas mujeres en cada contienda electoral acota la brecha entre hombres y mujeres (Aguilar, 2014). En México, en 2012, las mujeres se interesaron más en las campañas y en la política que antes, y utilizaron más medios para informarse que en el 2006. De esta manera, en 2012 ya no se registran diferencias en el interés por los asuntos públicos entre hombres y mujeres.

También los temas y valores sociales son atravesados por el componente de género. En México, las mujeres tienden a ser más conservadoras debido a la preeminencia de valores tradicionales (Inglehart y Norris, 2000). Sin embargo, estas actitudes pueden liberalizarse si el grupo está expuesto a estímulos sociales como una transición democrática o una nueva concepción de roles de género.

En este sentido, las mujeres nos interesamos más en temas que conocemos. Por ejemplo, la mayoría de las mujeres ha oído hablar de las marchas de mujeres en septiembre 2019 y marzo 2020 (Parametría, 2020), por lo que éstas son un escenario ideal para la politización de las mujeres… posiblemente en detrimento de la aprobación de la actual administración.

Una misma realidad, distintos problemas

Tanto para hombres como para mujeres, el principal problema del país es la inseguridad. Sin embargo, la proporción de mujeres que lo considera es mayor que entre los hombres. Si bien este problema se ha arrastrado desde administraciones pasadas, la política implementada por el gobierno actual para atenderlo ha sido deficiente, en particular en lo que respecta a prevenir violencias machistas y atender a sus víctimas.

En ese tenor, la violencia contra la mujer ocupa el sexto lugar en la lista de problemas según los hombres, mientras que las mujeres lo posicionan como el tercer problema más importante —junto con desempleo.

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Incluso, bajo una lógica de austeridad, el enflaquecimiento de recursos públicos destinados a la atención de víctimas de violencia familiar han puesto en riesgo la operación de refugios que acogen a mujeres en esta situación (Caretto, 2019), cuando en el agregado del presupuesto federal su costo es (era) realmente marginal (Arteta, 2020).

Falta de apoyo se paga en las urnas

No sorprende que, dado el pobre manejo de la crisis de violencia machista, sumado a la disminución de acciones gubernamentales en favor de niñas y mujeres,  la simpatía de las votantes hacia el presidente López Obrador esté claramente diferenciada por género. A lo largo de su historia como candidato, las mujeres siempre lo han preferido menos que los hombres (Aguilar, 2019), e incluso lo votaron menos en 2018 (Abundis, 2018).

Sin embargo, no sólo el apoyo para que continúe en el cargo tiene una diferencia de 5 puntos porcentuales, sino que el apoyo a Morena en las próximas elecciones es 8 puntos porcentuales menor entre las mujeres que entre los hombres.

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Otro factor que tiene efecto electoral directo es la mala gestión anticorrupción (Ramírez, 2019). En el sexenio de Peña se registró un voto de castigo por este rubro y en esta administración podría tener cierto impacto electoral.

Y es que en cuanto a la percepción de corrupción y a la evaluación de la política anticorrupción en específico, las mujeres somos más pesimistas. La evaluación positiva hacia la gestión del presidente en el rubro anticorrupción y la percepción de que éste sea honesto disminuyeron significativamente. Adicionalmente, tanto las percepciones retrospectivas y prospectivas son peores al separar por género: las mujeres perciben un aumento mayor en los actos de corrupción cometidos en el país durante el último año; también se tiene menor optimismo en que ésta disminuya en el próximo año, con 59% y 46%, respectivamente.

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Una de las posibles explicaciones de este pesimismo, más allá del ambiente adverso en el que se vive, es el desconocimiento que las mujeres reportan tener en las instancias de denuncia: mientras los hombres se dividen a la mitad al preguntar si conoce en dónde denunciar un acto de corrupción, dos de cada tres mujeres lo desconocen. Este dato tiene implicaciones públicas muy relevantes: las mujeres tienden a ser víctimas de corrupción en mayor medida, a pagar sobornos más caros y a tener que hacer favores sexuales a cambio (Sierra y Boehm, 2015).

No se puede resolver un problema público sólo con palabras sin la implementación de políticas que respalden lo discursivo. La principal agravante hacia las mujeres ni siquiera parece ser lo suficientemente relevante para ser nombrada: lo que no se nombra, no se ve; lo que no se ve, no se atiende.

Por el bien de todas, primero las políticas públicas focalizadas

Una de las principales críticas realizadas desde la trinchera feminista al documento Femsplaining consistía en que éste no contenía un plan focalizado a resolver los problemas que se planteaban. La plataforma obviaba que, por ejemplo, en la medida en la que se apoyara a personas de bajos recursos, las mujeres se verían beneficiadas sin la necesidad de utilizar una herramienta de priorización. Lo mismo se observa en el tema de violencia: a pesar de que la violencia contra las mujeres obedecen a factores particulares en razón de género (Vela, 2019), el documento plantea que el acabar con la impunidad, y la mera voluntad política, es suficiente para la óptima solución de este problema público.

Otra apuesta de este gobierno fue la composición de un gabinete igualitario. Sin duda, la representación de mujeres en puestos de toma de decisiones significa un cambio positivo en el paradigma de lo público, pero un sistema de cuotas, aunque necesario, no es suficiente para transformar la realidad de las mujeres.

En este sentido, urge que el gobierno se tome con seriedad la implementación de políticas focalizadas para atender aquellos problemas que se profundizan por razón de género. A este enfoque transversal, además, habría que sumarle una vista interseccional de distintas condiciones que implican desigualdades estructurales: el color de piel, la orientación sexual, la identidad sexo-genérica, por nombrar algunas.

Las evaluaciones negativas y el pesimismo en distintas áreas de la vida pública que capturan las encuestas no es algo malo en sí mismo, pero sí funciona como termostato del ánimo social. Cuando el 51% de la población te califica peor que el restante 49%, valdría la pena revisar cuáles son tus prioridades y cuáles son las ellas.

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Katia Guzmán es investigadora y analista política de la Unidad de Investigación Aplicada de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad. La puedes encontrar en Twitter en @guzmart_

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