El flujo migratorio hacia Estados Unidos desde los países de Centroamérica no es opcional. Las condiciones de algunos países de la zona como Honduras, El Salvador y Guatemala, obligan a las personas, sobre todo las que viven en condiciones de pobreza, a abandonar su país, a atravesar un territorio extenso y peligroso como México, en busca de un asilo y oportunidades de vida en Estados Unidos… sin embargo, nada está más alejado de la realidad.
Desde que se aplicaron las políticas de cero tolerancia del gobierno de Donald Trump en cuanto a migración, una gran parte de los migrantes se encontraron con un infierno que no se alejaba del que intentaron abandonar en sus países de origen: la separación de padres y niños, dejándolos en condiciones aún más vulnerables.
Es por esto que la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (American Civil Liberties Union), una organización sin fines de lucro, en asociación con la actriz Maggie Gyllenhaal y 30 otras celebridades de alto perfil, lanzaron un video en el que salen leyendo la carta de una madre hondureña llamada Mirian que cuenta la historia de cómo al pedir asilo, la separaron de su hijo de un año y medio durante dos meses.
Junto a Gyllenhaal aparece su hermano Jake, Chadwick Boseman, Oscar Isaac, Ryan Reynolds, Emma Thompson, Jeff Bridges, Glenn Close, Mira Sorvino, Casey Affleck, James Franco, Julia Louis-Dreyfus, Tim Robbins, Amy Schumer, Peter Sarsgaard, Jamie Lee Curtis, Riz Ahmed, Ellen Burstyn, Thandie Newton y más.
De acuerdo con una publicación de CNN, Mirian N. quien prefiere mantener su nombre en el anonimato por cuestiones de seguridad, escribió una carta abierta sobre su experiencia con el objetivo de que sirva como testimonio para que la gente voltee a ver los casos que aún no han sido resueltos. Miles de niños, sin explicación alguna, fueron separados de sus padres y puestos a “disposición” del estado en condiciones poco humanas.
“En la frontera me arrebataron a mi hijo. Vine a Estados Unidos el 20 de febrero de 2018 para buscar asilo político. Mientras caminaba por la frontera internacional, que conecta Brownsville, Texas con Matamoros en México, el miedo me consumía. Caminaba sin saber qué me deparaba el futuro. Al mismo tiempo, estaba dejando atrás un vida llena de peligro. Huí de mi casa en Honduras con mi hijo de 18 meses después de que la violencia se apoderó de nuestras vidas. Ahora, con mi hijo en mis brazos, busqué entrar a los Estados Unidos para buscar un refugio.
Sabía que el proceso de asilo tomaría un tiempo, y que era posible que a mi y a mi hijo nos detuvieran por un tiempo mientras esperábamos a que un juez decidiera nuestro futuro. Pero nunca me imaginé que me lo quitarían. Pronto descubrí cómo es que el sistema de inmigración de Estados Unidos realmente funciona. Después de que le dije a los oficiales que estaba buscando asilo, me llevaron a un cuarto para hacerme preguntas sobre el porqué quería entrar a su país. Les hablé del peligro que enfrentaba en Honduras como resultado de una represión militarizada contra las protestas que se suscitaron por los resultados de unas elecciones. Todos los días desaparece gente. Huimos después de que los militares atacaron nuestro hogar.
Me llevé todos los documentos que confirmaban mi identidad y la de mi hijo, incluido mi identificación hondureña, su certificado de nacimiento y su registro del hospital donde nació y los dos documentos que me certificaban como su madre. Los oficiales guardaron mis papeles y nunca preguntaron nada sobre mi hijo. Pasamos la noche en un centro y esa sería la última noche en que mi hijo durmió en mis brazos. Cuando despertamos a la mañana siguiente, oficiales de migración nos llevaron fuera del centro donde había dos autos esperando. Me dijeron que yo iría a un lugar y mi hijo a otro. Varias veces les pregunté por qué, pero nunca me dijeron la razón.
Me obligaron a ponerle el cinturón de seguridad en el auto. Mientras buscaba las hebillas del cinturón, mis manos temblaban y mi hijo comenzó a llorar. No me dieron un momento para consolarlo y cerraron la puerta. Pude ver a mi hijo a través de la ventana, él también me miraba esperando que me metiera al auto con él, pero no me dejaron. Comenzó a gritar mientras el coche se alejaba.
Me llevaron al Centro de Detención Port Isabel en Los Fresnos en Texas. Apenas si me podía mover, hablar o pensar sabiendo que mi hijo no había estado alejado de mi antes y ahora estaba solo en otro centro del gobierno. Al día siguiente, me dijeron que se lo habían llevado a un hogar de acogida en San Antonio, Texas, pero no me dijeron quién cuidaría de él, cuánto tiempo estaría ahí y cuando podría volver a verlo. Me dieron un número de teléfono para hacer una llamada, pero no tenía acceso al teléfono.
Dos días después, me transfirieron al Centro de Detención Laredo donde pude llamar a mi hermana para que me ayudara. Le permitieron ver a mi hijo a través de una video llamada, pero yo no podía verlo ni ver fotografías suyas. Mi hijo es muy pequeño como para hablar, pero al menos le dejaron escuchar mi voz. No sabía si algún día la olvidaría. En esos días de desesperación, después de semanas de estar detenida, me encontraba en un punto crítico. Afortunadamente, conocía a otras dos mujeres, Laura y María, que también estaban detenidas y quienes me ayudaron para encontrar fuerza. Me dijeron que debía superar la separación de mi hijo y que debía salir a buscarlo.
Cuando me trasladaron a tres centros de detención distintos por todo Texas, recé, limpiaba todo, tomé clases de inglés, hice cualquier cosa para mantenerme concentrada en la posibilidad de recuperar a mi hijo y no sufrir el dolor de perderlo. Le pedí a Dios que me ayudara a mantener mi espíritu fuerte y él respondió.
El 3 de abril, un juez de migración aceptó que mi solicitud de asilo era válida y que me dejarían libre un par de semanas más tarde. Así tendría la capacidad de pedir a la Oficina de Reinstalación de Refugiados que me regresaran a mi hijo. El 2 de mayo, me entregaron a mi hijo después de haber estado separados dos meses con 11 días. No hay palabras para describir el momento lleno de alegría en que pude abrazarlo. No podía dejar de besar su cara. Todo este tiempo que estuvimos separado, mi hijo fue la única razón por la que me mantuvo fuerte y por la cual, finalmente, lo vi como si se tratara de una visión. Este mayo celebré mi primer Día de las Madres con mi hijo en Estados Unidos.
Soy la prueba de que los padres que están buscando asilo, son separados de sus hijos sin razón. Mi corazón está con las madres que siguen buscando a sus hijos. Rezo por ellos para que consigan la fuerza y encuentren personas que puedan ayudarles a cargar con la pena como otras mujeres me ayudaron a mi. Frente a tanta crueldad, eso hace la diferencia”.