Cuando hablamos de desarrollo, quizá las primeras ideas que vienen a la mente tengan que ver con actividades económicas, vialidades y expansión de las zonas urbanas. Aunque así se ha concebido el desarrollo, las dinámicas actuales demandan replantear estas ideas y poner a las personas y al cuidado de los ecosistemas al centro; entender que las ciudades dependen enteramente de espacios naturales sanos para su correcto funcionamiento y que las actividades económicas no necesariamente están disociadas del cuidado de nuestro capital natural si se aplican de manera efectiva criterios de sustentabilidad.
En este contexto, un concepto que toma especial relevancia es el de Servicios Ambientales. Éstos, dentro de la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente, se definen como “los beneficios tangibles e intangibles, generados por los ecosistemas, necesarios para la supervivencia del sistema natural y biológico en su conjunto, y para que proporcionen beneficios al ser humano”. Además, existen diversos tipos de servicios ambientales que, en su conjunto, generan condiciones aptas para la vida.
Se clasifican en servicios de provisión, de regulación, culturales y de soporte o sustento. Todos ellos, en su conjunto, hacen posible el desarrollo de nuestras actividades cotidianas y dan sustento a cada asentamiento humano. Por ello, resulta indispensable que tome una especial relevancia el cuidado, protección y conservación de los bosques, selvas, ríos, arroyos, cañadas y lagos que se encuentran cercanos a las ciudades, pues de estos espacios dependen en gran medida las condiciones climáticas de los espacios que habitamos, el agua y los alimentos que consumimos.
Foto: Javier Medina
El cuidado de ecosistemas y el aprovechamiento sostenible de elementos naturales, por sí mismo, conlleva una importante aportación en términos económicos, pues los servicios ambientales tienen valor ecosistémico, cultural y también económico que puede ser cuantificable. Esto es así porque, desde hace ya tres décadas, datos del INEGI señalan que el daño ambiental impacta de manera negativa en un equivalente a entre el 5 y 7% del producto interno bruto que se genera en el país. En contraste, —aun habiendo recursos— se destina sólo un 1% o menos del gasto público para las agendas ambientales y las instituciones encargadas de ejecutarlas.
Un gran ejemplo del aporte de los servicios ambientales lo encontramos en lo que nos ofrecen los polinizadores. Se estima que en 2015 aportaron 198 millones de pesos a la producción de jitomate y dos millones de dólares al cultivo de aguacate. Otro ejemplo está en las áreas naturales protegidas que a través de un manejo adecuado son capaces de hacer importantes aportaciones económicas.
Datos: INEGI
En 2018 el INEGI estimó que los costos por agotamiento de recursos naturales y degradación ambiental llegaron a un monto de 1, 019,751 millones de pesos. Algo queda claro. Prevenir daños ambientales resulta mucho más redituable que invertir en restaurar ecosistemas y reparar daños. Urge posicionar al medio ambiente como una palanca de desarrollo.
Hay que poner esto en contexto. Un ejemplo cercano de lo que ocurre en nuestro entorno, y que es palpable, es el caso de la cuenca de Zapotlán el Grande. Este espacio, de acuerdo a datos de la CONAFOR, es alimentado por una superficie cercana a las 10 mil hectáreas de bosque —de encino, pino, pino-encino y tropical caducifolio— que hacen posible que Zapotlán dé sustento y viabilidad a sus dinámicas sociales y económicas.
Foto: Javier Medina
La economía depende de lo que le provee la naturaleza. De manera progresiva, la inversión ambiental debe nutrirse de presupuestos más robustos; además, de políticas ambientales bien focalizadas. Las ciudades debe ser pensadas para reducir la presión que ejercen hacia espacios naturales.
El contexto definitivamente es complicado, pero necesitamos comenzar desde ya. Atravesamos por un momento de crisis que nos demanda acción; asimismo, de compromiso y generosidad con las próximas generaciones. No podemos delegarles problemas. Debemos darles posibilidades de desarrollo.
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Javier Medina es abogado por la Universidad de Guadalajara con enfoque en políticas públicas y medio ambiente. Militante de Futuro.
Twitter: @javier_medinaP
Nota de referencia: http://elrespetable.com/2020/12/03/la-crisis-ambiental-contra-la-economia2/