Por Héctor Castañón

La casa, ese lugar que nos contiene, que habitamos, donde podemos refugiarnos, es el mundo en que vivimos. La vivienda, ese lugar donde la pandemia nos ha encerrado, a algunas por más tiempo que a otras, ¿por cuánto tiempo es capaz de protegernos realmente y qué tanto nos aísla efectivamente?

De la misma forma en que podemos aguantar la respiración sólo unos pocos segundos, así es como podemos intentar aislarnos del mundo: sólo unos cuantos días. Para algunas personas, unas pocas horas. El aire que respiramos, el agua que tomamos, los alimentos que consumimos, los seres vivos con los que convivimos y la economía que nos sostiene, están todo el tiempo ahí, atravesando nuestras paredes. 

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Imagen: Megan Rexazin | Pixabay

Desde una perspectiva de sistemas, no hay tal cosa como público y privado; sólo distintas intensidades en los flujos y funciones que constituyen un sólo sistema global. 

Si hoy la gran preocupación es la salud, la propuesta es pensarla de esa manera. Esto es lo que plantean investigadores e investigadoras asociadas a la Organización Mundial de la Salud, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático y distintas universidades en todo el mundo, que desarrollaron el concepto de Una Salud (One Health). Esta perspectiva nos invita a entender que nuestra salud y la salud del planeta no son cosas separadas. La salud de los ríos, de todo el ciclo hidrológico, de los bosques, los ecosistemas, el suelo, los océanos y el aire, es un continuo y parte interdependiente de la salud humana.

Si entendemos la salud, no como la ausencia de enfermedad, sino como la capacidad de sanar, la prioridad estaría en restaurar el equilibrio; el balance del que depende esa capacidad.

Es así que la iniciativa de Una Salud llama a la colaboración entre practicantes del cuidado de la salud, la entomología, sociología, veterinaria, nutrición, ecología, de las ingenierías, ciencias climáticas y especialistas en salud pública, entre muchas otras, a entender y buscar ese equilibrio entre las dinámicas sociales, económicas, ecológicas, culturales y políticas.

El cambio climático sería, por ejemplo, uno de sus principales campos de trabajo. Entre sus investigaciones destacan que en las dinámicas de transmisión de virus como el zika y dengue, a medida que aumenta el calor, se incrementa su capacidad de transmisión. Pero no sólo es el calor; entre más eventos de inundaciones ocurren, más se incrementan los brotes de enfermedades gastrointestinales.

Esto es a lo que han llamado enfermedades sensibles al clima y reconocen que aún existe un gran vacío de información sobre la forma en que el cambio climático, y las fuerzas económicas, sociales y políticas que lo impulsan, influye en la incidencia de enfermedades infecciosas. 

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Imagen: Mystic Art Design | Pixabay

Por otro lado, las infecciones zoonóticas; aquellas que pueden saltar de los animales a seres humanos, son otro gran motivo de preocupación en este contexto. Desde hace más de una década se ha explorado el vínculo entre la destrucción de los ecosistemas naturales y la aparición de nuevas enfermedades en humanos

Hoy se tiene evidencia suficiente para afirmar que la deforestación puede llevar al contagio de virus en humanos. Las ciudades, asentamientos y zonas de cultivo y ganadería, entran cada vez más en contacto con animales que anteriormente estaban contenidos en hábitats naturales.

Aunque aún no se sabe con exactitud cómo llegó el virus que causa el COVID-19 a humanos, es muy probable que haya sido por murciélagos desplazados de su hábitat natural en algún lugar de China. Los murciélagos son reservas de coronavirus, gracias a su fuerte sistema inmunológico. Se estima que en murciélagos se alojan más de 3,000 distintos tipos de coronavirus, por ejemplo. 

Las enfermedades sensibles al clima no afectan sólo a humanos, sino también a las plantas y animales con los que convivimos … y que consumimos.

Lo anterior explica el incremento en el uso de antibióticos, pesticidas, agentes tóxicos y carcinogénicos que contaminan nuestros alimentos y afectan la salud global.

No habrá gasto suficiente en los sistemas de servicios médicos para contener el impacto de estos procesos masivos de afectaciones a los sistemas naturales, que condicionan la salud global. Por ello, las estrategias de salud y medio ambiente no pueden estar disociadas. Más aún, no puede haber estrategias de desarrollo que ignoren estas complejas relaciones.

Hoy no es posible concebir un desarrollo sostenible sin un desarrollo regenerativo. No puede haber más una agenda gris y otra agenda verde; una agenda de mitigación y otra de adaptación. Debemos tener una sola agenda de reducción de impacto y de regeneración.

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Foto: Milenio

El concepto de Una Salud no es abstracto; puede llevarse a la política pública. La legislatura de Nueva Jersey está promoviendo esta iniciativa, que sería la primera en su tipo derivada del grupo de tarea de Una Salud (NJ One Health Task Force). Por su parte, el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos ha propuesto este enfoque para el desarrollo de políticas públicas para preservar la salud humana y de todas las especies y comunidades del mundo en que vivimos .

De vuelta a casa, ahora entendemos que lo global se mueve en lo doméstico; en el otro sentido, debemos reflexionar sobre las decisiones económicas, sociales, ambientales, culturales y políticas que tomamos desde nuestro espacio que, en suma, mueven el mundo. Esa nueva realidad más justa, solidaria y sostenible que queremos ver tras la pandemia, inicia en casa; se reclama en la arena pública y se practica en el mundo que habitamos

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Héctor Castañón es doctor en antropología social, y maestro en planeación y gestión del desarrollo. Participa en diversos espacios académicos y de sociedad civil  para promover la igualdad de oportunidades, la participación política y el cuidado del medio ambiente. Integrante del equipo de Pedagogia de Futuro. Padre ocupado resolviendo frustraciones musicales con sus hijxs.

Twitter: @hektanon

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