Por Beatriz Acevedo
Los suelos de la Ciudad de México

Lxs 9,209,944 habitantes que transitamos a diario en la Ciudad de México muy probablemente vivimos sin tener en cuenta el tipo de suelo que pisamos y en el que habitamos; por ello, es importante conocer aunque sea de manera general algunas de sus principales características.

Los suelos de la Ciudad de México se definen como el producto de la acumulación de sedimentos heterogéneos, de origen volcánico y lacustre, ricos en una variedad de microfósiles —del tipo ostrácodos y diatomeas—, cuya alteración de sus exoesqueletos adicionan una serie de compuestos solubles que forman parte de la microestructura de los suelos capitalinos (Díaz Rodríguez, 1998).

De acuerdo al tipo de uso del suelo, la ciudad se divide en dos zonas, la primera se define como Suelo Urbano, que es donde habita la mayor cantidad de población desde el centro y hacia el norte, la segunda zona es la del Suelo de Conservación, que ocupa el 59% del territorio de la ciudad y que corresponde esencialmente a la parte más rural, localizada en la zona montañosa y lacustre al sur poniente, donde habita casi la cuarta parte de la población (SEDEMA, 2015).

En la zona del Suelo de Conservación se llevan a cabo procesos naturales que nos aportan diferentes beneficios, como la captura del dióxido de carbono, la generación de oxígeno y la recarga de acuíferos. Al menos el 70% del agua que llega a la ciudad proviene de este tipo de suelo, hábitat de especies de flora y fauna, algunas incluso endémicas, sirviendo además como áreas de esparcimiento y recreación (Ibídem, 2015).

De los suelos obtenemos servicios ambientales de soporte, regulación y provisión, indispensables para el sustento de la vida misma. Como habitantes generamos un fuerte impacto en nuestros suelos, resultado de una cúmulo de factores entre los que destacan el uso y desperdicio que hacemos del agua y el volumen de residuos que generamos anualmente.

Pensar en los suelos de nuestra ciudad capital puede asociarse solamente a ambientes urbanos dado que vivimos en medio de miles de edificios y cruzamos a diario cientos de avenidas y puentes, en medio del caos creado por nuestras actividades socioeconómicas. Por todo ello, hoy nos preguntarnos en qué condiciones se encuentran nuestros suelos capitalinos y cuáles son las alternativas que tenemos a la mano para regenerarlos.

En esta entrega hablaremos de la problemática del nitrógeno biodisponible en los suelos y su interacción con las exuberantes palmeras que encontramos en las avenidas y parques urbanos de nuestra ciudad capital; además, revisaremos las soluciones de regeneración bajo sombra, que ya se están aplicando con éxito.

Las palmeras y el nitrógeno en los suelos capitalinos

Las palmeras son plantas tropicales introducidas en la capital desde mediados del siglo XX como parte de un diseño urbano que las incluyó en su paleta vegetal. Hay anécdotas que señalan que el propósito era asemejar las avenidas de otras ciudades famosas del vecino país del norte y, a pesar de que muchas fueron derrumbadas en los años 70 para la construcción de ejes viales, la realidad es que se adaptaron lo suficientemente bien en varias colonias de la Ciudad de México (Colín Moya, 2021).

Las palmeras del Huerto Roma Verde

El laboratorio biosocial orgullo de la Cuauhtémoc y fruto de la conquista de la sociedad civil organizada se emplaza en un hábitat urbano que duró 27 años en el completo abandono. Ello dio paso al crecimiento exuberante de más de 40 palmeras que, en medio de los escombros y del cascajo retirados con el esfuerzo de lxs vecinxs, se abrieron paso a la vida para crecer de manera imparable.

Convivir con las palmeras por increíble que parezca es todo un reto. Su consumo de nitrógeno es elevado y además imponen cambios significativos en los patrones de inserción de luz solar, que definen nuevos micro ecosistemas, aptos para especies vegetales a su sombra.

Tras casi nueve años de crecimiento y consolidación, los expertos en arboricultura señalan que los suelos del Huerto Roma Verde se suponen pobres en compuestos nitrogenados, debido a que las palmeras lo utilizan como uno de sus requerimientos agroecológicos y lo cierto es que sí son muchas palmeras habitando este espacio.

A consecuencia de ello los árboles de este ecosistema, escenario de la cultura ambiental, si bien son elevados en su altura, también es verdad que son delgados en sus troncos y ramas, debido a la fuerte competencia por compuestos nitrogenados con sus compañeras las palmeras.

En los procesos biogeoquímicos del suelo, la fijación del nitrógeno es el resultado de la acción de la vida microbiana que se encarga de degradar los compuestos y hacerlos más biodisponibles, de allí la importancia de las prácticas frecuentes de abonado orgánico y generación de tierra fértil, mediante compostaje y biodigestión de residuos orgánicos que se llevan a cabo en este resilab biosocial, como producto del trabajo en equipo entre expertos ambientalistas y jóvenes entusiastas, que con su trabajo voluntario dan vida a procesos regenerativos de interacción socioambiental.

Regenerando bajo sombra

Adaptándose a las condiciones de sombra de los árboles y palmeras del huerto, recientemente se han trasplantado especies vegetales muy valiosas como la Camellia sinensis, mejor conocida como la planta del té, la Synsepalum dulcificum o fruta milagrosa, además de cafetos originarios de Oaxaca, de la especie Typica, también conocida como criollo. Todas estas plantas han sido donadas por productores orgánicos y amigos del espacio, ideales para el cultivo bajo sombra.

Trasplante de Synsepalum dulcificum o fruta milagrosa.
Fotografía de Natalia Esquivel.
Trasplante de cafeto / Café criollo originario de Oaxaca.
Fotografía de Natalia Esquivel.

En los prácticas de regeneración bajo sombra en el Huerto Roma Verde, se utiliza la tierra fértil allí generada y, como abono orgánico, se emplea una mezcla de paja con estiércol de caballo, rico en compuestos nitrogenados, útil para compensar y balancear el consumo de nitrógeno entre de las palmeras y las demás especies arbóreas del hábitat, que dicho sea de paso es el único lugar en la Ciudad de México totalmente libre de la plaga del muérdago.

Mezcla de paja con estiércol de caballo como abono orgánico.
Fotografía de Natalia Esquivel.
Reflexión final

Dadas las características de sismicidad de la Ciudad de México, los estudios y literatura más frecuentes corresponden a los aspectos geotécnicos, ello nos lleva a pensar que aún se puede ahondar mucho más en temas de edafología y que un área de oportunidad de investigación emana desde la caracterización edafológica actualizada de nuestros suelos.

También resulta oportuno ahondar en los requerimientos agroecológicos de los cultivos de las distintas especies vegetales que tienen como hábitat a la Ciudad de México; en medio de las alteraciones del patrón de lluvias y crisis climática en la que vivimos, sobreviven las distintas formas de vida que aquí coexistimos.

Regenerar y rescatar nuestros suelos es tarea de todxs y para ello sólo es necesario sumar a la inquietud y curiosidad por saber, la fuerza de voluntad y disposición a la acción regenerativa. No tenemos necesidad de esperar los grandes programas de acción gubernamental, —a ellos hay que vigilarlos y exigirles que cumplan con los compromisos que han suscrito en materia ambiental—, lo que sí necesitamos es hacernos parte de la solución fomentando desde nuestras casas la disminución de nuestros residuos para disminuir el impacto ambiental que generamos y buscar disponer de ellos en forma amigable a nuestro entorno.

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Beatriz Acevedo es geógrafa, especialista ambiental, promotora de la cultura ambiental, a través del arte, la cultura y el cine documental.

Twitter: @ConSentidoVerde

Natalia Esquivel es fotógrafa profesional costarricense dedicada a la Photoaventura y Fotografía Turística.

Instagram: @natyesch

Referencias

Colín Moya, Susana (2021). ¿Por qué hay palmeras en la Ciudad de México?.  

Díaz Rodríguez, J. (1998). Los suelos de la Ciudad de México

SEDEMA (2015) Suelo Urbano y Suelo de Conservación

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