Por Elisa Caballero, Regina Gómez y Andrea Pliego

O mejor dicho, de la destrucción de ésta. Cuando sentimos esa desolación o desesperanza por ver el estado del mundo, por enterarnos que la crisis climática cobra cada vez más fuerza y parece imparable, o por saber que ya hay más plástico que peces en el mar; y qué decir de enterarnos que año tras año se suman más animales y plantas a las listas de especies extintas, nos vemos reducidos a una maraña de sentimientos que pueden ir desde la frustración, ansiedad o tristeza, tanto por el panorama actual, y sobre todo futuro, como por la añoranza del pasado donde no experimentábamos estos sentimientos. 

Todas estas emociones que sentimos ante la degradación del ambiente, y la incertidumbre que esto genera, son parte de un desorden que cada vez estamos experimentando más personas en todos los extremos del mundo: solastalgia, la  cual se define como “el sentimiento de desasosiego por los cambios negativos en nuestro ambiente” y nos hace volver a observar una característica de nuestra esencia; la conexión que tenemos con la naturaleza.

Es normal que experimentar estas emociones “negativas” generen un rechazo o negación. También es común que la sensación sea tan abrumadora que lo que queramos sea rendirnos o desconectarnos de nuestro entorno. Sin embargo, de acuerdo con Johanna Macy, activista e investigadora de estas experiencias de solastalgia, son estos momentos en los que más vivos podemos sentirnos. Permitirnos atravesar ese dolor puede ser la clave para la acción. Para ella, este sentimiento es lo que revela nuestra conexión con el mundo. Duele ver el dolor de la naturaleza porque somos unx con ella. Es entonces necesario permitirnos sentir ese dolor, vivir un duelo y emerger con esperanza para saber que podemos contribuir para alentar o disminuir el deterioro socioambiental.

Sentirnos tristes, enojadxs, cansadxs, hartxs, nostálgicxs, etc., no sólo es válido sino también necesario, porque esa intuición y sentimientos son como una brújula que nos indica que hay algo en el sistema socioambiental en el que vivimos con lo que no estamos de acuerdo, que no hace sentido o que es injusto. También es un llamado para reconectar con nuestros orígenes, nuestro hogar principal —la Tierra—; sobre todo, generar esa chispa que nos encienda el alma para crear nuevas formas de relacionarnos no sólo entre nostrxs, también con nuestro entorno y todos lxs seres que lo habitan.

La motivación para crear nuevas realidades puede llegar desde muchos lugares, como la rabia o la incomodidad, transformando estos pesares en ideas, acciones y conexiones que busquen un futuro mejor para todxs lxs seres vivxs del planeta. 

Un ejemplo de esto es el hacer comunidad. Al acercarnos a personas que comparten nuestras inquietudes o preocupaciones, se pueden tejer estas redes de apoyo donde nos recordamos que no estamos solxs y que no somxs lxs únicxs experimentando esta solastalgia. Además, podemos sentirnxs acompañadxs cuando nos permitimos sentir, cuando lloramos, nos enojamos por esta situación y sabemos que hay alguien con quien compartirlo. Cuando el sistema no funciona y agobia, esta angustia puede llevarnos a retomar la importancia de lo colectivo, a entender la necesidad de crear en conjunto, de recordar que cuando nos unimos y trabajamos por un bien común con las ideas, perspectivas y cosmovisiones de todxs, podemos integrar sistemas interseccionales basados en la empatía, el amor y el acompañamiento. 

Otro ejemplo de cómo esta solastalgia podría ser una herramienta de transformación es que puede llegar a activarnos, a replantearnos qué habilidades o dones tenemos que podemos poner al servicio de la transformación planetaria. Nos invita a crear, ya sea a través de formas artísticas, como la música, la ilustración o la escritura, hasta aplicar y difundir los conocimientos técnicos, como las ecotecnias o la educación socioambiental; incluso, a aportar nuestro tiempo y ganas en iniciativas que llevan a cabo acciones regenerativas concretas. Esta activación nos mantiene sedientxs de aprendizaje, dispuestxs a cuestionarnos si las decisiones y acciones que tomamos son las adecuadas, con la curiosidad bien pendiente de qué tan justa, inclusiva y equitativa es nuestra realidad; elementos clave para seguir transformando los sistemas socioeconómicos en los que coexistimos. 

Finalmente, pero no menos importante, la solastalgia nos recuerda que nuestra salud mental y física están relacionadas con la salud ecosistémica, ya que todxs somxs parte de este sistema llamado planeta; y que hay tantos procesos o emociones como personas en la Tierra, por lo que, para poder transformar lo que provoca estos sentires, primero hay que tenernos mucha compasión, empatía y paciencia, tanto a nosotrxs mismxs como a lxs demás para poder construir desde la unión. 

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También nos invita a entender que estamos viviendo épocas complejas y retadoras, que se han exacerbado con una pandemia global. Cada persona está viviendo (e intentando sobrevivir) estos procesos a su manera y a su paso, por lo cual no podemos exigirnos al 100% cambiar todo a nuestro alrededor o juzgar a quienes tampoco pueden hacerlo o lo hacen a un ritmo distinto al nuestro. Si bien necesitamos acciones concretas y de mayor escala para solucionar las problemáticas ecosociales que nos apremian, también es cierto que cada acción, por pequeña que pueda parecer, y cada proceso en pos de trabajar la solastalgia (y de un futuro sostenible), forman parte de la transformación que buscamos, ya que todo lo que hagamos desde la reflexión, el amor y el deseo de hacer un bien común agrega y se multiplica. 

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Elisa Caballero, Regina Gómez y Andrea Pliego son integrantes de Contaminantes Anónimus.

Twitter:@contaminantesa

Facebook: Contaminantes Anónimus

Instagram: contaminantes.anonimus

Ilustración: “Somos semilla” de Antonio Ramos, de la exposición “Luchas que germinan” de contaminantes.anonimus.

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