El cambio climático y la crisis ambiental generalizada son los dos problemas más grandes que tendremos que enfrentar como humanidad a lo largo del siglo XXI. Cada vez queda menos tiempo para poder hacer algo al respecto; asimismo, la mayoría de las veces parece imposible poner a la comunidad internacional de acuerdo. Con frecuencia queremos pensar que la acción individual puede lograr cambios mayúsculos, pero lo cierto es que mientras no se orquesten soluciones expansivas, encabezadas por quienes más contaminan y por quienes más rango de acción tienen, poco se podrá lograr. En ese contexto, francamente catastrófico, la incorporación de satélites en todo el mundo al combate contra el cambio climático podría ser definitorio.

A lo largo de los últimos años, la Agencia Espacial Europea (ESA por sus siglas en inglés)—a veces impulsada por la NASA y el gobierno de China—ha promovido el uso de satélites, tanto privados como gubernamentales, para obtener información precisa sobre la situación de la crisis ambiental en todo el mundo. Esto sirve para medir meticulosamente niveles de gases de efecto invernadero (particularmente de la expulsión de metano), cómo es que se encoge la criosfera, cuáles son los niveles del mar y en qué medida se observan procesos de deforestación en todo el mundo. ¿Y por qué es que vale la pena invertir dinero, recursos y tiempo en la medición de la terrible situación del planeta? En palabras de María Fernanda Espinosa Garcés, ex presidenta de la Asamblea General de las Naciones Unidas, porque “lo que no se puede medir, no se puede administrar”. 

Sin información clara y detallada sobre lo que sucede en nuestro planeta es imposible articular las medidas necesarias para atender adecuadamente esta crisis que vivimos.

Avances tecnológicos

La información no es algo que necesariamente falte en el debate público sobre el medio ambiente. A final de cuentas, todos los días se publican notas y reportajes de fácil acceso sobre la numeralia catastrófica del cambio climático y la crisis ambiental. Además, la comunidad científica lleva décadas alertando sobre este cataclismo, producto de pésimos hábitos de consumo y producción. Sin embargo, ha habido en la última década algunos avances detrás de la tecnología de satélites que están empujando a su uso más generalizado para entender mejor el cambio climático y, con ello, tratar de reestructurar estrategias desarrolladas para su mitigación; particularmente, cuando se trata de desarrollos que contribuyen a una mejor predicción de patrones de variaciones en el planeta.

En general, se habla de cuatro grandes avances tecnológicos en la última década que han llevado a que cada vez más se utilicen satélites para entender mejor el cambio climático. En primer lugar, cada vez se miniaturizan más los sensores que se utilizan para la recolección de información satelital. Esto supone muchísimos más puntos de “cosecha” de datos. En segundo lugar, la transferencia de información entre sensores y satélites y, después, con terminales es cada vez más rápida, lo que permite se hagan mediciones casi en tiempo real. Igualmente, el desarrollo de computadoras más potentes y más pequeñas en los satélites han logrado que sus capacidades de almacenaje les permitan guardan mejor y por más tiempo los flujos de información que mueven. Por último, la resolución de imágenes satelitales mejora prácticamente a diario. 

¿De qué sirve usar satélites para medir las consecuencias del cambio climático?

La Agencia Espacial Europea ha propuesto a lo largo de varios años que se implementen estas tecnologías para la creación adecuada de políticas públicas, nacionales e internacionales, para hacer frente a la crisis ambiental del planeta. Más allá de la obtención de datos, la idea es que se pueda sistematizar el conocimiento que se adquiera; con ello, se busca trazar líneas claras de evolución en términos de los problemas medioambientales que enfrentamos. El Earth Observatory de la NASA, por ejemplo, muestra claramente procesos de degradación ambiental clarísimos a través del tiempo por medio de sus imágenes satelitales. No se trata de nada más caer en tristezas y ansiedad por lo que sucede con el planeta—lo que se conoce como solastalgia—, sino de tratar de entender los procesos que ocurren en la Tierra, como una pieza que permita mejorar los modelos científicos de predicción que ya se usan.

De igual manera, se ha propuesto el uso de satélites para el estudio del cambio climático como una herramienta política. Pactos internacionales, como el Acuerdo de París, no cuentan realmente con instrumentos de coerción para obligar a sus firmantes a seguirlos al pie de la letra. Cualquier país hace a un lado estos compromisos cuando les estorban, sin que haya consecuencias de por medio. Las mediciones exactas de gases de efecto invernadero o de deforestación por región o por país tal vez funcionen como formas de presión pública, para que se tomen medidas adecuadas.

Nada está libre de polémicas

Algunos países, acompañados por la ESA y Naciones Unidas, plantearán en la próxima COP26 en Glasgow, que comienza este domingo 31 de octubre, comenzar con una fiscalización institucional (usando satélites) de los países que arrojen más metano al medio ambiente y que en general contaminen más. Ese tipo de discusiones se empantan fácil y rápidamente. Incluso si se confirma que Xi Jinping no estará presente, China es un país que ha rechazado con anterioridad este tipo de iniciativas; no obstante lo anterior, el gobierno central ha mostrado interés en medir ellos mismos con sus propios satélites este tipo de variables medioambientales.

Algo similar sucede con Rusia. Cuando, con información satelital de la ESA, se hizo público que aumentaban los niveles de metano en ese país, Vladimir Putin salió a desestimar la crítica y anunciar que ellos iban a lanzar sus propios satélites y trabajar con sus propias mediciones. De ese modo, es probable que la comunidad internacional tarde tiempo para aceptar de manera orquestada la implementación del uso de satélites en el combate al cambio climático; tiempo, cabe destacar, que quizá no tengamos de sobra para desperdiciar. 

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