Por Ana De Luca

Cuando pienso en las próximas décadas, anhelo que no se derrita el Ártico y sus majestuosos icebergs de rayas verdes y azules, que no se extinga nunca nuestra vaquita marina o nuestros bellos y mágicos ajolotes.  Deseo que podamos conservar los ecosistemas que nos dan comida, ropa, refugio, belleza: vida. Todo esto y más quiero que se sostenga para el futuro. Para lograrlo hay mucho en el orden de lo político, socio-cultural y económico que debe transformarse, pues son estas estructuras las causas centrales de nuestro deterioro ambiental, de la extinción masiva de especies, de la crisis civilizatoria, y del sistema de la vida en general. En otras palabras, si bien hay algunas cosas que requerimos que se sostengan, son muchas más las que se tienen que modificar.

En “Nuestro futuro común”, también conocido como el informe Brundtland, se consolidó  en 1987 el concepto de Desarrollo Sostenible. De ahí derivó la corriente principal que se utiliza actualmente en la ONU a través de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y a la que se han sumado muchas empresas alrededor del mundo y en donde están puestas la mayor parte de los recursos y energías.

Esta propuesta que surgió de una preocupación por el deterioro del medio ambiente, en realidad no pretende hacer cambios radicales a nuestro modelo económico actual; al sistema social profundamente desigual y jerárquico, sexista y racista, al sistema de valores de la modernidad con el cual convivimos con la naturaleza, por lo que tampoco nos invita a reflexionar en torno al vínculo instrumental que tenemos con la naturaleza. Es decir, no es un paradigma nuevo que cambie la forma en la que pensamos y habitamos nuestro mundo. Ahí la importancia de cuestionar el Desarrollo Sostenible y discutirlo, pues, en un mundo injusto, ¿qué queremos sostener y para quiénes?

Se sostiene nuestro modelo económico 

Si bien la intención inicial del desarrollo sostenible puede haber sido proporcionar un enfoque contrastante a la actual racionalidad económica, en realidad se coloca al desarrollo económico como prioritario sobre la protección ecológica. La lealtad está puesta con las fuerzas del mercado y no con la protección del ambiente; por tanto, el desarrollo sólo se considera sostenible cuando también es económicamente rentable. 

La gran contradicción es que este modelo económico actual, el capitalismo neoliberal extractivista, opera a favor del capital; destruye a la naturaleza; arrasa irremediablemente con ecosistemas completos; además, violenta la vida humana. No hay forma de modular este sistema y hacerlo ecológicamente sustentable. 

Se sostiene una relación utilitaria con la naturaleza 

El Desarrollo Sostenible adopta una visión antropocéntrica de la naturaleza; la considera un medio para lograr un fin y no como un fin en sí mismo. Es decir, se reduce a la naturaleza a los recursos naturales, a la materia prima que nos sirve para la evolución de la economía futura. Lo que se quiere sostener es la relación utilitaria, dominante y destructiva que tenemos con la naturaleza. 

Así como esa naturaleza se somete y se domina para ponerla al servicio de nuestras necesidades, pero sobre todo a las necesidades de la economía, también así lo hace con la vida humana. Es un sistema que vive de la degradación de la vida, de su explotación sistemática y permanente

Se sostiene una sociedad injusta

El Desarrollo Sostenible desde su origen, si bien se planteó que buscaría una sociedad más igualitaria, ha pasado por alto las cargas y responsabilidades de la crisis ambiental asumidas desproporcionadamente por los países ricos, en relación con los pobres, de los centros sobre las periferias, de las élites económicas a la clase trabajadora, de hombres hacia las mujeres. Así, el Desarrollo Sostenible pretende sostener este sistema que mantiene en privilegio a muchos.

Sin embargo, ya no podemos hablar de un “Futuro Común” de manera colectiva, mientras guardamos silencio sobre la injusticia.  Tenemos que erradicar este sistema social infame que jerarquiza la vida humana, que excluye y margina a los humanos al determinar el valor de los cuerpos a partir del color de piel, del lugar de nacimiento, la edad, el género, identidad y orientación sexual, y discrimina y margina en una suerte de discriminación especicista, al mundo no humano. Al día de hoy, las vidas que valen son aquellas compatibles con el orden afín al sistema económico. 

En búsqueda de alternativas  

El proyecto de Desarrollo Sostenible al que me refiero es doblemente conservador. Por una parte, pretende conservar de manera discriminatoria y utilitaria sólo cierta naturaleza, la que es útil y rentable. Por otra parte, procura conservar las estructuras injustas que operan en este mundo y que mantienen a unos con una gran calidad de vida y a otros (aunque sobre todo otras) en extrema pobreza. 

Entre más atención le demos a este proyecto menos haremos para atacar las causas subyacentes que están dando pie a la devastación ambiental actual. Esta propuesta se volverá contra sí misma: lo que supuestamente está protegiendo la vida, en realidad, será la razón de su propia destrucción. 

Afortunadamente hay alternativas a esta postura que desafían el privilegio y el orden existente, que pretenden proteger los derechos humanos y la salud del planeta, que entretejen las luchas ambientales y las sociales. Tal es el caso de las propuestas ecofeministas, y de las de la ecologías políticas feministas que a lo que aspiran es a un mundo radicalmente diferente: con justicia, con libertad, con ternura, con compasión, poniendo en el centro los cuidados, recuperando y restaurando la naturaleza, y abriendo las posibilidades de alojar diversas formas de vida.

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Ana De Luca es candidata a doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Tiene una maestría por la London School of Economics and Political Science en Desarrollo y Medio Ambiente; asimismo, una licenciatura en Relaciones Internacionales por la UNAM. Es parte de la Red Nacional de Investigación sobre Género, Sociedad y Medio ambiente; asimismo, es co-autora y coordinadora de varios libros relacionados a medio ambiente e igualdad de género. Es editora de la sección de medio ambiente de la revista Nexos.

Twitter: @anadeluca21

 

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