Por Aranxa Sánchez

¿Alguna vez te has preguntado cómo se festeja en diferentes países las fiestas de fin de año? ¿Existe algo más universal que el árbol de navidad? ¿Algo independiente de los usos y costumbres de cada religión? La respuesta es sí y tiene que ver con la población mundial: la estacionalidad de la actividad sexual y su consecuente concepción.

Pasadas las fiestas decembrinas, hay un fenómeno que ocurre como resultado usual: empieza el periodo de concepción de la población humana. Esto es así, debido a que durante las fiestas de fin de año existe un aumento de las relaciones sexuales con y sin uso de anticonceptivos. De tal manera, que se conoce que (dado un periodo de embarazo de +/- 40 semanas) septiembre es el mes con mayores nacimientos en el mundo conforme a datos de la Organización de las Naciones Unidas.

Más de un siglo de estudios ecológicos han demostrado la importancia de la demografía (estudio de las poblaciones humanas) en la configuración de la variación espacial y temporal en la dinámica de la población. El aumento de la población de manera exponencial, desde la Revolución industrial, ha sido una problemática analizada desde muchos enfoques.

La Tierra, como ya se ha mencionado, al ser un sistema abierto y, a su vez, albergar a la vida (biodiversidad) que dispone de recursos inagotables, renovables y no renovables enfrenta un límite: la capacidad de carga. Ésta puede ser definida como el tamaño máximo de población que el ambiente puede soportar indefinidamente en un periodo determinado.

Imagen: Pixabay

La capacidad de carga es aplicable a cualquier población (conjunto de seres vivos de la misma especie que habitan en un lugar determinado), incluida la humana. La preocupación por dicha capacidad de carga humana de la Tierra, ha sido estudiada desde hace varios años; sin embargo, si quisiéramos realizar una actualización a varios de estos estudios, bastaría considerar una posición feminista sobre el cuerpo y el derecho a decidir.

En efecto, la población ha aumentado desde la Revolución industrial en todo el mundo; sin embargo, se espera que en las próximas décadas la mayoría de esa población se encuentre en países en desarrollo, como México. Este cambio dramático en la población humana durante los últimos siglos, ha venido acompañado de dinámicas machistas como el embarazo adolescente, la preponderancia de anticonceptivos dirigidos al cuerpo de la mujer y la negativa a legalizar el aborto.

Comprender al cuerpo como un territorio—es decir, que se habita—implica reconocer derechos humanos de cualquier ser humano y, en consecuencia, de las niñas, adolescentes y mujeres. 

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El derecho a decidir sobre el propio cuerpo, a respetar procesos biológicos (como la menstruación), a entender la concepción como un acto de dos partes (óvulos y espermatozoides) generando anticonceptivos en la misma cuantía y accesibilidad, a comprender que los abortos son tan antiguos como el mismo embarazo y asegurar que las maternidades y paternidades sean exclusivamente deseadas, es comprender una visión de la sociedad radicalmente diferente.

En México, particularmente, dichas problemáticas toman un matiz peculiar, al considerar que:

Una política pública que vele por la sostenibilidad de la población humana en la Tierra debe forzosamente considerar dichos aspectos y proponer desde el feminismo una evolución demográfica diferente. El impacto del covid-19 en el embarazo adolescente, por ejemplo, ha tenido como resultado su exacerbación, de acuerdo a un reporte del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

En conclusión, una recuperación económica sostenible e incluyente debe escuchar la voz de las niñas, adolescentes y las mujeres. Ojalá que el ejemplo de gobiernos feministas como Argentina sean replicables en el contexto mexicano; asegurando educación sexual para descubrir, anticonceptivos para disfrutar y aborto legal para decidir.

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Aranxa Sánchez es economista por la UNAM.

Twitter: @AranxaSanz

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