Por Ana De Luca

La crisis ambiental está aquí, ahora, y es una de las razones por las que estás leyendo este texto en el confinamiento. Hay un fuerte vínculo entre la pandemia y el estado actual de deterioro ambiental. Estamos frente a un escenario –uno de los muchos ya advertidos– que nos vino a estallar con una enorme potencia en nuestra cara. 

La pandemia es un fenómeno complejo. ¿Qué quiere decir esto? Que la crisis ambiental la tenemos que entender en conjunto con otros sistemas como el económico, el de salud, el científico-tecnológico, entre muchos otros.

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Foto: Xinhua

   

Aquí te presento un ejemplo. No solamente necesitamos entender cómo se contagió una persona. También influye el sistema económico y su funcionamiento. Por ejemplo, alguien en China realiza un viaje de negocios y, contagiado de COVID-19 (y sin saberlo), al día siguiente está en Nueva York en una reunión de trabajo. Influye el sistema cultural pues quizá después de un estornudo saluda de mano a sus colegas porque ésa es la costumbre. El sistema de salud está vinculado porque ante esa facilidad de contagio los hospitales públicos se saturan porque no han planeado y prevenido una situación así. Influye la pobreza y la desigualdad que lleva a que muchas personas tengan que salir a trabajar y exponerse al virus porque tienen hambre. Y así nos podemos seguir.  

Crisis ambiental y pandemia

Por ahora me concentraré en el vínculo entre la crisis ambiental y el SARS-CoV-2. La pandemia está ligada a la pérdida y degradación de los ecosistemas, nuestra relación con los animales y el sistema alimentario.  Déjenme les explico con detalle. Los animales y los humanos se han trasmitido enfermedades mutuamente a lo largo de la historia. Ellos nos infectan, pero nosotros también los infectamos. Esto se conoce como zoonosis. Según la OMS, la transmisión puede darse a través de la exposición directa o indirecta a los animales, por comer productos derivados de los animales -como la carne, la leche- o por el entorno.  Muchas de estas enfermedades las conocemos y están controladas, pero no sabemos el impacto que pueden tener en los humanos otros patógenos de animales con los que no hemos convivido. 

Cada vez más estamos penetrando espacios en donde viven animales que se han mantenido alejados de la gente por milenois. Es decir, hay una pérdida acelerada del hábitat de los animales debido a la “conversión” de la naturaleza para uso humano. Los bosques, y otras formas de biodiversidad que sirven como una barrera, evitan que haya una migración del virus del hábitat natural a los espacios habitados por gente. Cada vez perdemos más de esta naturaleza y a un ritmo aceleradísimo. Esto último crea las condiciones idóneas para que los virus transmitidos por animales salten hacia los humanos. Lo preocupante es que según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) las zoonosis están ocurriendo cada vez con más frecuencia

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Foto: Ann Petersen | freeimages.com

Aunado a esto, la agricultura y la ganadería industrial –de donde obtenemos la mayor parte de nuestra comida- están teniendo efectos nocivos en los ecosistemas y en nuestra propia salud. Se llevan a cabo a través de métodos que implican pérdida de biodiversidad y el uso desmedido de pesticidas (para el caso de la agricultura) y de antibióticos (para el caso de la ganadería).  Todo este proceso a gran escala afecta nuestra salud; juega un papel fundamental en crear las condiciones propicias para la evolución de los virus y su propagación.

Si esto fuera poco, sabemos que la degradación ambiental aumenta las posibilidades de muerte de las personas con COVID-19. Por ejemplo, se ha divulgado que la contaminación del aire es un factor que incrementa la tasa de mortalidad. Aunado a esto, la falta de agua que se vive en muchas partes del mundo, pone en jaque la posibilidad de obedecer la aparentemente “fácil” consigna de que, para evitar el contagio, hay que lavarnos las manos continuamente.  

Verde que te quiero verde 

Si bien estos son algunos de los temas que están vinculados a la pandemia, la crisis ambiental a la que nos enfrentamos abarca otros problemas muy serios, incluyendo el cambio climático. La pandemia nos ha mostrado que los pronósticos no son un juego. Los escenarios que se nos han planteado para nuestro futuro pueden ser más graves que la situación actual. 

Dada la complejidad del tema, los esfuerzos para hacer frente a este fenómeno se tienen que dar en todas las esferas – en la sociedad, en la política, en la economía- y en todos los niveles, desde lo individual hasta el internacional. Lo deben impulsar diversos actores, desde los gobiernos, las empresas, las instituciones académicas, las organizaciones de la sociedad civil, así como medios de comunicación. 

Es por ello que estaremos discutiendo en este espacio, que llamaremos Verde que te quiero verde, el estado actual del medio ambiente desde la complejidad. Lo haremos a partir de una postura sensible y humana; desde la visión de que necesitamos una transformación profunda y ética sobre la manera en la que se ha construido y organizado nuestra vida

La herida está abierta, pero algún día esta pandemia será cicatriz

Verde que te quiero verde será un recordatorio semanal de que no podemos regresar a la normalidad.  Este mensaje de querer olvidar lo sucedido nos va a seducir con una tremenda potencia.  Cuando salgamos a la calle y regresemos a nuestras actividades habituales, pensaremos que ya todo está resuelto. Mucho más cuando elaboren la vacuna y esté disponible para todos.  Esa supuesta “normalidad” nos va a cautivar porque recordar este momento nos va a incomodar. Va a doler. 

Los invito a que pensemos esta pandemia como una cicatriz que llevaremos en el cuerpo. Que estos meses de dolor e incertidumbre – la herida que ahora está abierta y agonizando- se convierta en una cicatriz que nos acompañe en el futuro. Regresar a la “normalidad” y pretender que esta pandemia que nos sacude no pasó, es una propuesta perversa que pone en jaque nuestra vida.  Verde que te quiero verde será una forma activa de reconocer la cicatriz que esta pandemia nos dejó.

Y que esta cicatriz sea una marca indeleble de que las cosas deben y tienen que transformarse. Que sea un recordatorio imborrable de que somos personas vulnerables, que podemos afectar a otros y ser afectados por ellos. Para recordar que debemos colocar a la vida en el centro de nuestras actividades.

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Ana De Luca es candidata a doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Tiene una maestría por la London School of Economics and Political Science en Desarrollo y Medio Ambiente, y una licenciatura en Relaciones Internacionales por la UNAM. Es parte de la Red Nacional de Investigación sobre Género, Sociedad y Medio ambiente; asimismo, es co-autora y coordinadora de varios libros relacionados a medio ambiente e igualdad de género. Es editora de la sección de medio ambiente de la revista Nexos.

Twitter: @anadeluca21

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