Por José Luis Lezama y Ana De Luca
…el propósito del análisis histórico es rastrear en el tiempo la alienación del Mundo Moderno, su doble huida de la tierra al universo y del mundo al yo…
Hannah Arendt
Si volteamos a ver hoy en la noche a las estrellas, haríamos consciencia que somos habitantes de un planeta irrepetible, producto de un proceso evolutivo cósmico y universal inigualable. En este vasto, creativo y hermoso universo en constante devenir, que se expande incesante hacia la nada, no parece haber certeza alguna de la existencia de un planeta como el nuestro. Basta con saber un poco de la obra creadora, de la que somos productos, para valorar las bondades de nuestro planeta, su generosa fuente de vida; para mostrar gratitud ante su inmensa capacidad de dar alegría, belleza, vida y sustento.
Actuamos sin reconocer el lugar preciado que ocupamos en el universo, un lugar que permite la posibilidad de albergar vida de la que no sabemos que haya hasta ahora en ningún otro planeta. Nos comportamos, además, como si todos aquellos procesos que permitieron que la vida en la Tierra tuviera la forma que tiene ahora no hubieran tardado millones de años. Todo lo que tuvo que suceder en el tiempo y en el espacio para estar conectados a través de este texto es tan improbable que pareciera casi imposible; requiere un nivel profundo de humildad. Si tomáramos consciencia de ello, no podríamos continuar con la devastación de este planeta al ritmo de consumo de naturaleza observado, nos sería insoportable la idea de acabar en tan poco tiempo lo que tardó una inmensidad para ser creado.
La realidad es que seguimos actuando como si la Tierra estuviera en el centro del Universo. La revolución copernicana no trastocó el sedimento ideológico y político subyacente en la idea de que la Tierra era el centro del Universo, el cual se traslada a ese sentimiento y convicción de aquellos que sienten y viven como si realmente fueran el centro de este mundo, y que todo gira alrededor de ellos; esa sensación de pensarse tocados por la gracia divina, sobre todo una élite que se siente autorizada a convertir a la vida en el planeta en simples instrumentos de su engrandecimiento y de sus privilegios.
No hay un “Planeta B”
Actuamos como si, una vez devastado este mundo, pudiéramos mudarnos a un Planeta B, como si fuera desechable esta grandiosa esfera proveedora de vida. Pero no hay un Planeta B a la vuelta de la esquina del universo al que nos podamos mudar, y este reconocimiento es un cubetazo de agua fría para aquellos que no asumen sus responsabilidades en el deterioro de la vida terrestre y en la amenaza que esto representa para mantener el sistema de la vida del que dependemos todos. No podemos huir a un Planeta B aunque lo queramos hacer con una inquietante ansiedad. Las soluciones a nuestros problemas no las vamos a encontrar en otros planetas, aun si éstos existieran e hicieran posible formas de vida equivalentes a la nuestra. Lo que requerimos hacer está aquí, poniendo los pies en la Tierra, entendiendo el origen, las causas profundas de nuestros problemas y planteando las soluciones con toda la radicalidad que las circunstancias exigen. Esto es, necesitamos replantear a fondo nuestra forma de ser, de vivir, de habitar, repensando y dinamitando también ese conjunto de valores de la sociedad moderna capitalista y patriarcal que nos hace actuar de una manera que destruye todo aquello que nos da vida y sustento. Sólo una praxis iluminada por el más rotundo pensamiento crítico, y las acciones congruentes hacia un cambio verdadero, abrirán las puertas a un amanecer distinto de vida y de justicia.
También queremos encontrar ese Planeta B aunque no podamos mudarnos a él, para ver si otras formas de vida nos pudieran dar pistas para sobrevivir a la inminente catástrofe. Buscamos respuestas a millones de años luz, para huir de nosotros, para no mirarnos en el espejo de nuestra precaria condición humana, para no confrontarnos y reconocer el mundo de pobreza que hemos construido. Tratamos de encontrar esas respuestas lejos para evitarnos tomar las grandes decisiones, las grandes rupturas que tendríamos que operar para corregir nuestras torpezas y crear las condiciones para cohabitar de forma más amorosa y pacífica en este planeta. Hemos puesto nuestros ojos y nuestra atención hacia afuera, porque mirar hacia adentro implica salirnos de nuestro cómodo, autocontenido y autorreferencial mundo interior.
Si esta noche observamos las estrellas, que esa mirada al espacio sea también un vistazo íntimo a nuestros pensamientos y al reconocimiento del lugar que ocupamos en este universo. Reconocernos en nuestras debilidades, en nuestra vulnerabilidad, y también en una cierta grandeza, ese inmenso potencial para el cambio que alientan nuestras utopías. Quizá así dejaremos de buscar otros mundos fuera, y encontremos infinitos mundos de posibilidad albergados en nuestro interior, mundos poderosos y creativos que nos muestren posibilidades de cuidado y aprecio por la vida en este planeta.
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José Luis Lezama y Ana De Luca son fundadores del Centro de Estudios Críticos Ambientales ¨Tulish Balam”.
Twitter: @C_TulishBalam