Por Guillermo Ferrer y Elisa Caballero
Todx aquel que viaje entre la Ciudad de México y Cuernavaca ha cruzado o comido en Tres Marías, lugar famoso por su oferta de garnachas. Pero eso no es lo único característico de la zona, por ahí, unos kilómetros más arriba, se está llevando a cabo un proyecto comunitario que vale la pena conocer.
Este lugar, conocido cómo Real Montecassino, tiene calles con nombres de actrices y actores del cine de oro Méxicano, como Katy Jurado y Fernando Soler, la cual al subir por ella y dar la vuelta en el Senda de los Murmullos, nos lleva a una ladera donde se mezclan varios terrenos de bosque con terrenos con casas; y es ahí donde nos encontramos un espacio con una larga barda de tierra que se ha estado construyendo desde finales del año pasado. Ésta, además de delimitar el terreno, nos enseña el lugar donde varias personas de diferentes edades dejaron por horas y varios fines de semana un poco de sí al trabajar colaborativamente en su construcción.
Barda construida con la técnica bahareque. Foto: Guillermo Ferrer
Este espacio ubicado en Huitzilac, Morelos, conocido cómo “La Ladera”, da vida a un proyecto que nace de la necesidad de buscar alternativas para contrarrestar la delincuencia y violencia en la región, a través de la creación de un espacio que brinde a sus habitantes una opción de desarrollo y vinculación cultural.
Si bien por ahora puede parecer una simple barda artesanal la que se ha construido, el significado va más allá, pues detrás de ésta se fusionan las visiones y el trabajo de cuatro mujeres que están rompiendo paradigmas de formas sorprendentes.
Dos de ellas son Irati y Lorena, conocidas como Las Cucharas, que juntas fundaron Cuchara Taller de Arquitectura, que está formado por un grupo de mujeres dedicadas a la construcción utilizando técnicas artesanales y de bajo impacto ambiental.
Este proyecto surge de la necesidad de crear espacios seguros para las mujeres que quieren incorporarse y desarrollarse en uno de los campos de trabajo más dominado por hombres, como lo es la construcción. Las Cucharas buscan formar mujeres como Tania, quien lleva 2 años trabajando para convertirse en maestra de obra; por supuesto, éste ha sido un espacio que le ha permitido tener un trabajo que de otra forma sería mucho menos accesible.
Además, buscan que las mujeres se desarrollen en lo que ellas se sienten más inclinadas a hacer y a lo que le van agarrando gusto, pudiéndose especializar tanto en acabados, obra, como desarrollo de materiales.
Su preferencia por la arquitectura vernácula fue lo que las hizo conectar (en parte) con Carmen (de quien hablaremos más adelante) y proponer el uso de estas técnicas para construir la pared.
Foto: Cuchara taller de arquitectura
La arquitectura vernácula constituye una tradición regional entre pueblos autóctonos de cada región, como una respuesta a sus necesidades de hábitat. Lo que hace diferente a estas edificaciones de otras es que las soluciones adoptadas son un ejemplo de adaptación al medio desarrollada a lo largo de muchas generaciones, son realizadas por lxs mismxs usuarixs, apoyadxs en la comunidad, y con el conocimiento de sistemas constructivos heredados ancestralmente.
Muy ligada a la bioconstrucción, para el caso de La Ladera se optó por construir esta barda a partir de la técnica basureque, haciendo referencia al uso de “basura” dentro de la técnica tradicional de bahareque; un sistema de construcción que se realiza a partir de palos o cañas entretejidos y que cumplen la función de cimbra y de armado a la vez. Al final, este entramado es rellenado y cubierto por barro. Además, como nos comentó Irati, uno de los recursos que abunda en la zona son los residuos y es por esto que se decidió utilizar como recurso para la construcción de esta barda, ya que a final de cuentas no tiene un propósito habitacional.
Con las manos llenas de la mezcla que se produce a partir del agua, paja y arena, fuimos recubriendo de barro esta barda rellena de residuos y aprendiendo que, al usar estos residuos, que representan los recursos más presentes en la zona; es decir, no sólo se estaba evitando que terminaran contaminando el ecosistema, también resignificamos los materiales que se pueden utilizar para construir que, al combinarlos con otros elementos del entorno local, ofrecen soluciones viables para edificaciones de menor impacto ambiental.
Tania y voluntarixs construyendo la barda. Foto: Guillermo Ferrer
Hay dos cosas que caracterizan La Ladera: una, es la aplicación de técnicas de bioconstrucción; la otra, es la importancia del trabajo colectivo. Ambas nos demuestran que hay cosas que ni una pandemia global puede detener: el deseo de tejer redes, unirse por un bien común y construir o crear en comunidad.
Entre risas, sol, ritmo y lodo, mucho lodo, voluntarixs nos pudimos olvidar de la emergencia sanitaria en la que vivimos aunque fuese un poquito, sin dejar de lado, claro, las medidas sanitarias y el cubrebocas, pero si con la oportunidad de estar en medio de la naturaleza, rodeados de árboles, el sonido de los pájaros, el aire fresco y la tierra; sobre todo, en un ambiente donde lo que más importaba, además de aprender de técnicas de bioconstrucción, era disfrutar de la buena vibra y atmósfera que se crea cuando se está trabajando colectivamente, tejiendo redes comunitarias donde todos aportan para poder construir algo desde cero.
Mientras estamos ahí, llega una vecina que nos ofrece unos chiles que cosechó de su huerto, nos dice que ella no puede comérselos todos, que nos llevemos unos a nuestras casas. Poco después llega otra vecina que vende queso de cabra, que hace de la leche que dan sus cabras y nos da de probar a la hora de la comida, la cual fue provista por otra vecina que con gusto cocinó para lxs 20 o 25 personas que éramos voluntarias.
Aquí no hay aporte menor, así como tampoco un límite de edad de voluntarixs, desde niñxs hasta grandes, trabajamos en conjunto, ya sea regalando nuestro tiempo, nuestros conocimientos técnicos que iban desde la arquitectura hasta la artesanía; proveyendo de alimentos para todxs tres veces al día, acarreando materiales, compartiendo cobijas o sleepings para acampar. Durante dos días, además de compartir, aprender y construir, recordamos que, para cambiar al mundo, se debe trabajar en colectivo.
Finalmente, pero no menos importante, durante el voluntariado, además de tener la oportunidad de compartir con María del Carmen Díaz Domínguez, una de las fundadoras de La Ladera Terreno Cultural, también pudimos entrevistarla. A continuación les compartimos la conversación que sostuvimos.
“María del Carmen Díaz Domínguez”. Foto: Guillermo Ferrer
¿Qué es La Ladera y cómo se originó?
La Ladera es un espacio en un área semi rural dentro del bosque, en el que decidimos hacer estas manifestaciones culturales con personas del teatro y el arte que nos donan su trabajo. Nació hace 7 años sin tener realmente mayor infraestructura (que el espacio mismo) y por eso el nombre de La Ladera Terreno Cultural . Es el espacio como tal del bosque donde, cada último domingo de mes, implementamos estas actividades.
Ahora con la pandemia hemos tenido que suspender un poquito, pero cada último domingo de mes hemos estado trabajando en colaboración con profesionales del teatro que donan su trabajo y vienen de la Ciudad México.
La razón de ser de La Ladera es contrarrestar la inseguridad que se vive en Huitzilac, un espacio en la zona norte de Morelos que tiene una fama triste en ese sentido.
Donde, por otra parte, los niños se ven realmente vulnerados tanto por las familias, los problemas como tales y también por parte de las bandas de narcotráfico que se han venido hacia acá.
¿Los talleres están dirigidos principalmente a niñxs o a toda la familia?
Se supone que nuestros nichos fundamentales son lxs niñxs, sin embargo, les traen lxs papás, entonces por añadidura también se han beneficiado porque tampoco han tenido esta oportunidad de tener estas manifestaciones culturales.
Somos como lo mencioné un espacio semi rural, porque estamos en esta transición en la que se vende el terreno para ocuparlo como habitacional, pero todas estas zonas, eran tierras de labor y lxs jóvenes que son oriundos del lugar y que sus padres eran campesinos, pues ya no lo quieren hacer.
Con todo y que estamos muy cerca de la Ciudad de México como de Cuernavaca, que está a 15 minutos, no tienen ese chance de tener este tipo de manifestaciones culturales. Entonces esto, para ellxs ha sido una oportunidad de disfrutarlo y vienen lxs papás, traen a lxs niñxs, vienen lxs abuelxs y toda la familia y de repente se olvida esta cotidianidad y la pobreza, en actividades que normalmente no son accesibles económicamente.
¿Cómo ha sido la evolución del proyecto a lo largo de estos siete años y cómo lo ha tomado la comunidad local?
Comenzamos sin saber bien qué es lo que íbamos a hacer. Le dije a mi amiga Ana Luisa Alfaro, que es productora de teatro y tiene dos compañías, que hiciéramos algo y ella me dijo que buscáramos un apoyo. Pasaron varios meses y pues nada, ni siquiera sabíamos de qué manera podíamos gestionar un apoyo. Yo le dije, hagámoslo con lo que tenemos ¿Qué tenemos? Tenemos la voluntad. Y bueno lo que hicimos fue tender al piso una colcha y empezar a contar cuentos.
Empezamos con seis personas, seis niñxs y de a poco fuimos teniendo más y más público, la gente creyó en nosotrxs y le decíamos a las personas que trabajan cerca, en las casas, a las mujeres que están haciendo el aseo de las casas, nos hicimos amigas de ellas, y de esa manera es cómo empezaron a ir sus hijitxs y ellas mismas fueron corriendo la voz. Y de a poco trajimos algunas presentaciones de títeres, ya con dos actores en vivo, obras de teatro para los chicxs y así fue evolucionando hasta que llegamos a lograr tener antes de la pandemia a 130 personas como visitantes y algunxs ya cautivxs como lxs niños de las escuelas.
Aquí la gente se rige mucho por los usos y costumbres y lxs que somxs los fuereñxs y los que son lxs oriundxs y hay esta línea invisible que se llega a pintar, pero creo que la estamos logrando romper y bueno, ésa ha sido hasta este momento la evolución.
Y en este tiempo de pandemia, pues nos hemos dedicado a hacer algunos videitos, desde adivinanzas, o la felicitación de diciembre, por ejemplo; de esa manera, hemos seguido teniendo el contacto. La idea es no perder el contacto.
¿Cómo conociste a Las Cucharas y cómo ha sido trabajar con ellas en el proyecto de la barda que delimita La Ladera y cuál crees que es la importancia en general del trabajo comunitario que se ha dado?
Entre varias de las cosas que hago en mi vida, una de mis pasiones es la arquitectura y sobre todo la arquitectura vernácula, la arquitectura con tierra, reconocer y reivindicar con este conocimiento ancestral de las personas, de los pueblos, que ellas mismas autoconstruyen sus casas. En muchos años me he dedicado a investigar y a tomar algunos talleres y vincularme con gente que está dentro de estos grupos de la construcción con materiales naturales, y Las Cucharas llegaron a vivir aquí y me dijeron que había otro contingente, y dije ¡ay qué maravilla esto! Ya tengo a alguien más. Porque siempre estoy sola aquí en mi trinchera.
Entonces las conozco y de alguna manera hicimos mancuerna, hicimos clic y fuimos al siguiente coloquio de bioconstructores y pues las invité también a que vean qué es lo que yo hago, que es este proyecto de La Ladera y me ofrecieron el apoyo para poder, por medio de un fondo que ellas gestionaron (y con otros tips que nos dieron otrxs amigxs), hacer lo que estamos haciendo ahorita, que es tratar de delimitar, para seguir construyendo, lo que tenemos como el sueño de La Ladera, que es hacer un espacio cultural más en forma.
Ahora hay mucha gente con nosotros en muchas áreas, esto es algo multidisciplinario, no son nada más lxs actorxs o arquitectxs. La intención es llegar a ser un espacio que ofrezca desde artes y oficios hasta darle el apoyo a los niñxs con sus tareas.
Y éste es el vínculo que he establecido con ellas, Irati y Lorena, Las Cucharas, de poder hacer esta infraestructura que permita justamente que eso se dé, y formar en este espacio de la montaña una gran comunidad.
Con esto de la pandemia nos ha tocado repensarnos, creo que todxs queremos algo mejor y todxs tenemos buenas intenciones, lo que tenemos que hacer es equipo, entonces la comunidad se está dando y hay mucha gente muy interesante aquí y nos estamos conociendo. Algunas personas lo ven como una ecoaldea, pero no, somos un pueblo. Somos un pueblo en el que cada quien con sus respectivas formas de ver y de percibir la vida, con sus costumbres, sus diferentes condicionamientos y todo este tipo de cosas que te marcan, pero que se respeta y que además siempre tendremos también puntos en común en dónde nos encontramos y eso son justamente lo que hace que tengamos esta parte de esta reunión y de hacer esta mancuerna que está siendo padrísimo.
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Guillermo Ferrer y Elisa Caballero son integrantes de Contaminantes Anónimus.
Instagram: @contaminantes.anonimus