Por Raiza Pilatowsky Gruner

Con la reciente publicación del sexto informe del Grupo 1 del Panel Gubernamental de Cambio Climático (IPCC) sobre el estado actual de la ciencia climática, hubo una frase que quedó marcada en las mentes de quienes sólo retuitearon las opiniones de quienes sí leyeron el informe de 3,372 páginas (sin contar el material suplementario): “Es inequívoco que la influencia humana ha calentado la atmósfera, los océanos y la tierra” 

Con esta frase, los científicos del Grupo 1, dedicados a revisar los últimos avances en la ciencia climática, comunicaron su acusación, juicio y veredicto sobre el estado de las cosas: sin duda alguna, la humanidad es culpable del cambio climático que estamos viviendo

Por un lado, esta certeza es de gran significancia en el sentido de que ya no puede atribuirse el calentamiento del planeta a causas naturales, y por lo mismo, debe ser un llamado a la acción para que detengamos la fuente del problema; es decir, la quema de combustibles fósiles. Sin embargo, hay que destacar que si bien esa quema de combustibles fósiles es realizada por seres humanos, no es un instinto innato de nuestra especie o una característica que defina a alguien como humano, sino que es el resultado de más de 200 años de un sistema de organización socioambiental conocido como capitalismo racial, por lo que usar la palabra “humanidad” como sustituto de ese sistema extractivista a estas alturas ya no sólo es ingenuo sino que también tiene repercusiones en cómo visualizamos la solución a este problema. 

La Era de los Humanos

Así como el Mesozoico también es conocido como la Era de los dinosaurios, en los últimos años es cada vez más común escuchar que nos encontramos en el Antropoceno, una nueva época geológica determinada por las marcas profundas que hemos dejado como especie en la faz de nuestro planeta. Aunque este término ganó popularidad a principios del nuevo milenio, desde mediados del siglo 18 ya existía la idea del Antropozoico como una nueva era que marcaba la dominación humana sobre lo no-humano. 

A diferencia de la connotación negativa que esto tiene hoy en día, naturalistas como Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, o el geólogo Antonio Stoppani, veían esta dominación como algo positivo, un identificador de una nueva etapa en la evolución civilizatoria del ser humano como agente que modifica la geología del planeta y finalmente es capaz de subyugar a la naturaleza. A pesar de que también utilizaban el prefijo anthropos, del griego para “humano”, es claro que esta categoría sólo hacia referencia a un subconjunto de toda la humanidad: la sociedad europea. Esto debido a que, para ellos, el “hombre” al fin se habría independizado de la naturaleza y eso caracterizaba la modernidad y el progreso de la civilización a la que pertenecían. En cambio, todos aquellos grupos (no sociedades, ni civilizaciones) que aún estaban a la merced de su ambiente eran “salvajes”, “bárbaros”, “bestias”, muy lejos del camino predestinado de la civilización, y muy cerca de lo “natural”. (Hablar de la separación entre Lo Humano y Lo Natural y la devaluación de lo segundo tendrá que ser tema de otra columna).

Este tipo de pensamientos no eran inusuales en esa época. Al contrario. Desde tiempo atrás, con la conquista de América y la instauración de la trata trasatlántica de personas de origen africano, considerar a otros como no-humanos o sub-humanos fue integral para justificar su explotación y esclavización, el despojo del territorio y la destrucción de sus comunidades. Es así como la era del humano “civilizado” se caracteriza por la deshumanización de la gran mayoría de la población, con el propósito de expandir imperios, acumular riquezas e imponer una visión muy limitada de quién puede ser humano, en términos de creencias, color de piel, organización social alrededor del género y, claro, su relación con la naturaleza. Los planteamientos del conde de Buffon y Stoppani muestran que, una vez que los motivos religiosos empezaron a ser sustituidos por explicaciones científicas, fue necesario adaptar el discurso de deshumanización desde una justificación religiosa a una desde la perspectiva del darwinismo social, con distintas sociedades posicionadas en diferentes puntos de la escalera evolutiva, siendo la europea el punto de referencia para todas las demás.

Un mundo, una comunidad

Ya entrados en el siglo 20, esta misma “cúspide de la civilización” se empezó a enfrentar a las consecuencias de sus propias acciones: su concepción de dominar la naturaleza también traía consigo repercusiones para ellos mismos en forma de problemas ambientales, problemas que alcanzaron la escala global en forma de amenazas nucleares, el hoyo en la capa de ozono y el cambio climático. 

Así, empiezan a surgir los discursos universalistas donde de pronto todos los humanos nos encontramos en el mismo barco y, más importante, tenemos la misma responsabilidad en la causa de estos problemas. Surgen campañas como la de “People Start Pollution. People Can Stop It.” (Las personas causan la contaminación, las personas pueden pararla) de la coalición “Keep America Beautiful”, donde fabricantes de productos desechables invitaban al público a tomar la responsabilidad del reciclaje, e irónicamente, utilizaban en su publicidad la imagen de un nativo americano llorando por la contaminación, quien era interpretado por un actor de ascendencia italiana. 

Imagen: Keep America Beautiful tomada de chicagotribune.com 

Más recientemente, tenemos el caso de la petrolera BP y la agencia de publicidad Ogilvy & Mather, que en el año 2004 lanzaron una calculadora de huella de carbono, una herramienta para que todos podamos medir la cantidad de dióxido de carbono que emitimos en nuestras actividades y que por muchos años redirigió la atención lejos de las emisiones que tiene esa empresa y la han enfocado en depositar los esfuerzos y el sentimiento de culpa a nivel individual. 

Ahora, este tipo de lavado verde que nos pone a todos en el mismo saco no implica que la deshumanización haya parado y que en este planeta ya no existan humanos que consideran a otros como menos humanos. Lamentablemente, hoy en día esa actitud continúa como en el caso destacado por la escritora Sylvia Wynter, donde la policía de Los Angeles utilizaba las siglas N.H.I. (No humanos involucrados) en casos donde oficiales asfixiaban a jóvenes negros, y en general, expresiones como “salvaje” o “primitivo” siguen utilizándose de forma despectiva para atacar a quienes están en contra del progreso como lo define el proyecto dominante del capital. Incluso el que la supuesta sobrepoblación en países del sur global siga siendo considerada como la causa de los problemas ambientales indica una continuidad en esta lógica que sólo ve cuerpos racializados sin agencia propia, y no personas, como grupos para ser juzgados y salvados como hace 500 años argumentaba la iglesia.

Así que, en conclusión, la Humanidad es y no es responsable de la crisis climática. Lo es en el sentido de que por tantos años Humanidad ha simbolizado un proyecto imperial y extractivista, causante de la problemática ambiental actual, pero dentro del cual sólo muy pocos han sido considerados humanos. Al mismo tiempo la humanidad, en el sentido de los seres humanos que habitamos el planeta, no es igualmente responsable del problema, por lo que es importante que problematicemos el uso de esta expresión en documentos tan difundidos como fue el informe del IPCC. 

Eso sí, aunque estos matices nos exoneren de la responsabilidad del problema, no es un cheque en blanco para quedarnos de brazos cruzados esperando a que los verdaderos responsables hagan algo, sino que debe ser un motivo más para unirnos en esta lucha que sueña con nuevos mundos donde todes quepan.

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Raiza Pilatowsky Gruner es co-fundadora y directora de Estudios Planeteando. Lleva tres años investigando, escribiendo y siendo conductora de videos y podcasts con el fin de comunicar las problemáticas socio-ambientales que afectan a nuestro país y nuestro planeta a través de la plataforma Planeteando, bajo una visión de justicia ambiental. Es Maestra en Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable por la Universidad del Colegio de Londres y Licenciada en Ciencias de la Tierra por la UNAM. Tiene estudios en comunicación de la ciencia, desastres y cambio climático, y ha colaborado con organizaciones de la sociedad civil enfocadas a crear una sociedad más sustentable

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