Por Verónica V. Zentella

Los huertos urbanos son una respuesta para hacer frente a los periodos de crisis económicas y alimentarias; en esta pandemia vale la pena recuperar el potencial ambiental y de fortalecimiento de la comunidad que ofrecen estos proyectos dentro de las ciudades.

Por ejemplo, el periodo de crisis que trajo la Primera Guerra Mundial provocó la aparición masiva de huertos en las ciudades, los cuales, en su conjunto, fueron conocidos como War Gardens (huertos de guerra). Es en este lapso bélico que se pusieron en marcha los llamados Liberty Gardens (huertos de la libertad) promovidos por el gobierno de Estados Unidos para hacer frente a la escasez alimentaria y que en este afán acogieron el lema: Grow your own food (Cultiva tus propios alimentos). De igual forma, Reino Unido casi triplicó sus huertos urbanos en el lapso de tres años; esto es, de 600 mil huertos repartidos en distintas ciudades en 1916, se llegó a un volumen total cercano a 1.5 millones de parcelas en 1919. Medidas similares fueron tomadas en otros países como Alemania.

No obstante, al término de la guerra, dichos huertos fueron desapareciendo progresivamente en los Estados Unidos para volver a resurgir con fuerza en la década de los 30 a causa de  la Gran Depresión, y volver a repuntar durante la Segunda Guerra Mundial con el nombre de Victory Gardens (huertos de la victoria), utilizando lemas como: You can use the land you have to grow the food you need  (Tú puedes usar tu tierra para cultivar el alimento que necesitas) y Grow vitamins at your kitchen door (Cultiva vitaminas a la puerta de tu cocina). Tales huertos fueron de suma importancia para lograr la seguridad alimentaria estadounidense en tiempos de guerra; se calcula que en 1944 unos 20 millones de huertos producían más del 40% de los vegetales frescos del país.

En esta misma lógica, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial en Europa, las destruidas ciudades recobraron el cultivo de los huertos urbanos como estrategia para la disponibilidad y acceso de alimentos frescos y de calidad.  

A pesar de su centralidad en la producción de alimentos, los huertos urbanos no se limitan a un fin alimentario únicamente. Desde la época romana, los huertos, organizados en las casas en torno a un patio central, tenían una doble función: por un lado eran considerados como espacios de trabajo, pero, por otro lado, también constituían espacios de recreo. De ahí la conocida afición de la aristocracia romana por la horticultura en la que, en ese entonces, huertos y jardines se confundían para albergar plantas productoras de alimentos que a la vez cumplían con funciones ornamentales, medicinales y de esparcimiento. Del mismo modo, en España a partir del 712 d. C., es decir, durante la época musulmana, los huertos en las ciudades se extendían como espacios para la producción de alimentos, pero también como espacios para el ocio, el paseo y la contemplación.

Sobre este entendido, hacia los años sesenta, los huertos urbanos empezaron a ser concebidos más allá de su función alimentaria para ser pensados entonces como espacios idóneos para la regeneración urbana y comunitaria. En este tenor nace en Nueva York, a principios de la década de los setenta, la  iniciativa denominada Green Guerrilla (guerrilla verde), la cual conjunta a personas con inquietudes ecológicas y sociales con el fin de promover la sostenibilidad y el respeto ambiental, así como los lazos sociales y comunitarios en torno a la siembra y el cultivo en espacios baldíos, desalojados o abandonados. Dicho movimiento se extendió por muchas ciudades estadounidenses como es el caso de Detroit, Chicago y Los Ángeles.

De manera paralela, iniciativas parecidas tuvieron lugar en Europa como las denominadas City Farms (granjas urbanas) y los Community Gardens (huertos comunitarios). De esta forma, los huertos urbanos han venido recuperando su protagonismo y ganando valía en cuanto a su potencial como espacios comunitarios de desarrollo social y contextos clave para la educación ambiental, extendiéndose a nuevos lugares físicos como azoteas, terrazas y balcones.

No sobra señalar que además de la producción directa de alimentos, los huertos generan otros productos, como son los condimentos, plantas medicinales, combustibles, flores, miel, semillas, etcétera, que también son importantes para el fortalecimiento de los medios de vida, la economía familiar y comunitaria. 

La horticultura urbana y periurbana crea ciudades más verdes al tiempo que contribuye al bienestar de la comunidad traducido en empleo, mitigación de la pobreza, conservación de la biodiversidad y tradiciones culturales, gestión de los desechos, seguridad y soberanía alimentaria. 

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Verónica V. Zentella es Doctora en Pedagogía por la UNAM. Autora y co-autora de libros y artículos varios. Se desempeña como docente universitaria e imparte cursos, talleres y diplomados a maestros de enseñanza básica y superior en México.

Twitter: @verozentella

 

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