Por Héctor Castañón

Hábitat: el lugar que una especie elige en conjunto para sobrevivir; donde encuentra lo que necesita; el que reconoce con su instinto y con el que se asocia en relación simbiótica; el espacio físico con el que co-evoluciona. El hábitat elegido debería ser un lugar seguro, no libre de riesgos, pero al menos ofrecería los recursos para manejarlos satisfactoriamente. Para los seres humanos, hábitat es un concepto que nace de una comprensión eco-sistémica, en donde se asocia el oikos, que es la casa -como el lugar en el que es posible refugiarnos, alimentarnos, darnos calor, descansar y soñar- con el sistema, que supone unión e interacción de elementos. Así, el hábitat es la casa inserta en un conjunto de elementos que se mantiene en pie gracias a la interacción entre ellos.

Según recientes hallazgos arqueológicos, los seres humanos nos asentamos en un hábitat con el propósito de permanecer cerca de los lugares que consideramos sagrados porque daban sentido al universo y nos permitían establecer una conexión con el cosmos. De ahí surgió la agricultura y la ciudad como dispositivo hace 11,020 años, según sugieren los hallazgos en el sitio de Göbekli Teppe, hoy Turquía.

Desde entonces nuestro hábitat es cada vez menos espiritual y menos natural. Cada vez con más prótesis y artefactos con los que hemos buscado sustituir las funciones y emociones que durante milenios nos ha ofrecido la naturaleza, y que han dejado de ser recursos comunes, alrededor de los cuales se van configurando fronteras, divisiones, barreras, y toda serie de artificios que hoy permiten la reproducción de la vida urbana.

Foto: Pixabay

El lugar de la cosecha ha sido sustituido por el de la tienda de conveniencia; el circulo alrededor del fuego por espacios de consumo cada vez más cerrados y exclusivos; el taller por la fábrica; el paisaje por la pantalla; el bosque por el jardín; el río por el drenaje; el suelo por el asfalto; el horizonte por un skyline; y la realidad por la virtualidad. El hábitat se ha transformado a un ritmo mucho mas acelerado que el de nuestra especie; con ello, se han desfasado las dinámicas de adaptación entre la especie y el lugar.

Las interacciones y funciones del hábitat, ya casi desligadas de la naturaleza, quedan definidas y programadas por lógicas distintas a las de la comunidad que habita en ella. El hábitat se moldea por las fuerzas del mercado, de las finanzas y del poder dominante; no de ese que se ejerce para resolver necesidades básicas, como lo haría una especie dominante en la cadena alimenticia, sino el de aquel que busca ejercerlo por ambición y vanidad.

El ritmo de industrialización, de desconexión, de ocupación, de explotación, extracción y captura movido por estas fuerzas ha roto el equilibrio que se supone inherente al hábitat. En la búsqueda de sustitutos, llegamos a un punto en que descubrimos lo insustituible y vivimos las consecuencias de ignorarlo.

Y empezamos de nuevo a migrar en busca de un hábitat propicio para continuar la vida. De acuerdo con el Reporte Global sobre Desplazamientos Internos 2020 el número de personas desplazadas dentro de sus propios países está en los niveles más altos de todos los tiempos. En 2019 la cifra de personas desplazadas en todo el mundo por desastres naturales fue tres veces mayor al número de personas desplazadas por el conflicto y la violencia.

Y con nuestros desplazamientos vamos desplazando a otras especies, y así seguimos alterando otros hábitats. En este proceso habitamos y somos habitados. El covid-19 se origina de un desplazamiento, y el virus se monta en nuestras migraciones globales. Nos cambia el hábitat, y nos enseña lo mucho que descuidamos los sistemas naturales de protección y dejamos de crearlos en nuestro hábitat artificial, individual, desconectado, fragmentado y cada vez más ajeno.

Ante el regreso a lo básico nos dimos cuenta que en el campo las y los jóvenes saben poco de trabajar la tierra. Las y los viejos y sabios que conservaron las semillas criollas y la milpa todavía trabajan con la naturaleza. El campo se ha llenado también de artificios que corren el riesgo de colapsar y hacer colapsar el sistema del que depende la vida.

Recuperar la esencia del hábitat supone restablecer conexiones con él, partiendo de una reconexión espiritual con ese sistema natural que sigue siendo nuestra casa y que tiene elementos que no son sustituibles: el aire, el agua, la justa dosis de energía solar, la temperatura precisa y los procesos biológicos que nos alimentan.

Recuperar el hábitat también supone resistir. La lucha por el hábitat es hoy una lucha por la justicia social; por la justicia ambiental; por la justicia en la distribución de los recursos que se han hecho escasos; es decir, la justicia económica.

Este Día Mundial del Hábitat (ayer, lunes 5 de octubre) nos ha llamado a recuperar nuestro espacio habitable y restablecer el equilibrio en los sistemas que lo soportan, para que podamos nuevamente reconocernos en él, gestionarlo en comunidad e integrarlo a nuestro hacer cotidiano para seguir el rumbo de la co-evolución y no el de la auto-destrucción.

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Héctor Castañón es doctor en antropología social, y maestro en planeación y gestión del desarrollo. Participa en diversos espacios académicos y de sociedad civil  para promover la igualdad de oportunidades, la participación política y el cuidado del medio ambiente. Integrante del equipo de Pedagogía de Futuro. Padre ocupado resolviendo frustraciones musicales con sus hijxs.

Twitter: @hektanon

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