Por Elisa Caballero y Mitzi Balderas

Ante grandes problemas, ¿grandes soluciones? No cabe duda que para mitigar la crisis climática que estamos viviendo es necesario utilizar la mayor cantidad de herramientas posibles; sin embargo, ¿estas soluciones a gran escala pueden contrarrestar los problemas socioambientales? ¿Podrían empeorarlos aún más? Hoy hablaremos de la geoingeniería, una propuesta “audaz” (e incierta) para combatir el cambio climático.

Geoingeniería o geoingeniería climática

Se refiere a las técnicas diseñadas para intervenir y alterar los sistemas de la Tierra a gran escala, particularmente por medio de la manipulación del clima (Heinrich-Böll-Stiftung, 2021) o la alteración artificial del medio, con el fin de “remediar” el cambio climático. Por lo general están clasificadas en dos rubros: las enfocadas a la captura/manipulación de CO2 y las que inciden sobre el efecto de insolación del planeta (Delgado, 2012).

Dentro del primer rubro, las que hacen referencia a la captura, plantean la inyección subterránea de este CO2 o la “fertilización de océanos”. Por medio de la adición de elementos como el hierro o nitrógeno, se buscaría provocar florecimientos de fitoplancton que, a su vez, fungirían como sumidero de carbono. También existe la opción “Biochar” que  alude a la siembra de grandes extensiones de monocultivos de potencial energético que, además de ser sumideros de CO2, servirían como biomasa para la generación de energía por medio de la quema controlada de éstos (Delgado, 2012).

En el segundo rubro, referente a las tecnologías enfocadas a la insolación, se proponen procedimientos que balanceen la radiación a la que es expuesta el planeta. Desde esta visión, se proponen escudos solares para reflejar/bloquear la luz recibida por el sol o la inyección de aerosoles en la estratosfera. Esta última propuesta surgió de la gran erupción volcánica en 1991 del Monte Pinatubo en Filipinas. Lxs científicxs notaron que las emisiones de dióxido de azufre derivadas de la erupción al mezclarse  con el agua en la atmósfera crearon velos en la estratosfera, lo que produjo una barrera para los rayos del sol, con efectos que fueron percibidos globalmente hasta 3 años después de la erupción; inspirados en esto, algunxs científicxs creen que podemos replicar este proceso y que sería fácil y barato en comparación con los efectos próximos del cambio climático, pues bastaría con rociar el dióxido de azufre (de 5 a 8 megatones por año) en la estratosfera una vez al año a lo largo del ecuador con aeronaves especializadas para reflejar la suficiente luz y así disminuir la temperatura del planeta e incluso frenar el cambio climático (kurzgesagt, 2020), 

Al rociar estos químicos en la atmósfera el efecto deseado sería  que la mezcla pueda filtrar los rayos de sol que entran a nuestro planeta a través de la atmósfera. Aproximadamente 71% de la energía solar se absorbe en la tierra y atmósfera terrestre, regresando en forma de radiación infrarroja al espacio, donde los gases de efecto invernadero (GEI) al llegar a la atmósfera impiden que la radiación infrarroja sea devuelta al espacio, lo que produce un aumento en la temperatura de la Tierra. Entre los GEI se encuentran el CO2 y el metano, ambos producidos en exceso debido a las actividades humanas.

Medidas drásticas… y temporales; y sus efectos secundarios

La geoingeniería está tratando de dar soluciones globales y drásticas al cambio climático, pero sólo son para ganar tiempo, eso es en el imaginario, como una medida desesperada mientras se logra transitar hacia economías y sociedades verdes que prioricen las energías renovables.

Por ello, a pesar de sonar como opciones viables para ganar algunos años o décadas a la carrera contra la crisis climática, como toda acción humana, estas alteraciones podrían traer efectos secundarios  extremos; por ejemplo, podría alterarse el curso y patrón de las lluvias lo cual aumentaría las sequías y escasez de un recurso que ya se encuentra en estrés a nivel mundial; esto no sólo afectaría la agricultura, también aumentaría la vulnerabilidad de millones de personas en el mundo, particularmente a aquellas que ya se encuentran en situaciones precarizadas. 

Por otro lado, las intervenciones que se lleven a cabo con esta tecnología podrían salirse de control debido a fallas mecánicas, error humano, falta de conocimiento y de información sobre el clima, provocando fenómenos naturales aún más potentes, impactos transfronterizos, cambios en los regímenes políticos o fallas en los financiamientos (ETC Group, 2017), entre otros, llegando a ser peor que la condición actual.

Además, aplicar estas tecnologías demandaría grandes cantidades de recursos, lo que provocaría la pérdida de especies, estimularía el despojo de tierras y promovería la migración climática. Lo que resulta ilógico cuando esos recursos podrían utilizarse directamente para mitigar nuestro impacto de formas menos extremas y más regenerativas, como invirtiéndolo en reforestaciones masivas, agroecología, la restauración de hábitats o en investigación que pueda evitar esta crisis mundial, teniendo como foco central la mejor gestión y ahorro de recursos, infraestructura para energías renovables y limpias, educación ambiental, etcétera.

Un ejemplo de cómo la geoingeniería no resultó ser una solución permanente fue la misma erupción del 91, donde la superficie terrestre se enfrió, pero la estratosfera se calentó, y el ácido sulfúrico incrementó el tamaño de los agujeros en la capa de ozono.

Agendas sociopolíticas incorrectas

Como se ha mencionado, hay efectos peligrosos, pero dentro de los más alarmantes que pueden tener este tipo de soluciones es que lxs políticxs y empresarixs aprovechen este retraso momentáneo de la crisis climática para seguir produciendo de manera insostenible y depredadora o se llegue al punto de la comercialización del clima por medio de monopolios. También, se presta para que continúen con agendas negacionistas que quieran evitar los costos políticos de las reducciones de carbono; en cambio, se prestaría para la desviación de recursos, financiamiento y esfuerzos necesarios para generar propuestas más viables, justas y ecológicas para la mitigación y adaptación al cambio climático. 

Países y grandes corporaciones con mayores presupuestos y con la tecnología disponible para desarrollar y ejecutar las propuestas de geoingeniería son al mismo tiempo los principales países emisores de GEI. Por ende, al estar ellxs al mando, los intereses de los pueblos y países del sur quedarían marginados (ETC Group, 2017)

Es importante notar que los inicios de la geoingeniería son de uso militar, y en algún momento de la historia se pensó en utilizar el clima como arma, de ahí surgió el Convenio sobre la Modificación Ambiental para evitar dichos usos. Sin embargo, ha sido retomada por universidades como Harvard, petroleras como Exxon y fundaciones como la de Bill Gates (de Alba, 2017) lo cual demuestra  que quienes puedan hacer uso de la geoingeniería son lxs actorxs con mayor acceso a recursos, por lo que  podría incrementar aún más la desigualdad social y vulnerabilidad del sur global.

Al comprar tiempo, se podría evitar transitar a economías sostenibles, lo que nos puede costar demasiado, ya que si se enfría artificialmente el planeta por años, pero se sigue produciendo igual o mayor cantidad de GEI, cuando se detenga la geoingeniería sufriremos un shock térmico que muy posiblemente erradicaría cualquier ecosistema en la Tierra.

La geoingeniería no es magia

Por más atractivas que puedan parecer estas propuestas, y a pesar de que teóricamente podrían ofrecernos opciones para afrontar más “eficientemente” la crisis climática, hay que recordar que no hay soluciones mágicas a esta problemática, que nace y continúa nutriéndose de la visión antropocéntrica de la vida y el planeta. 

Las soluciones de geoingeniería están lejos de ser las únicas alternativas; en realidad, son una respuesta a la incapacidad de la política y la economía convencionales para resolver el cambio climático (Fuhr, 2016). 

La crisis socio ecológica no es por la falta de tecnologías; al contrario, existe y se exponencia porque seguimos tratando de resolver el problema de la forma tradicional, manteniendo la visión del “desarrollo” extractivista y lineal como guía, lo cual no sólo es un objetivo imposible, sino, también, sumamente destructivo. Debemos retomar el uso de demostrar nuestra capacidad de imaginar y materializar futuros diferentes, colectivos, totalmente disociados del status quo si queremos realmente lograr un cambio radical. 

Para combatir esta problemática tenemos que ir más allá, romper con el confort que nos da vivir en sociedades consumistas. Debemos replantearnos cómo funcionan (y en favor de quien) cada uno de los sistemas sociales, políticos y económicos en los que vivimos y a costa de qué y de quiénes se están manteniendo. Tenemos que reconocer y exigir la creación desde políticas públicas, acuerdos y contratos hasta industrias socio ambientalmente responsables a las que se les exija una rendición de cuentas para poder asegurar una pronta transición a la independencia de combustibles fósiles y sociedades más sostenibles.

Nuestra labor como sociedad, además de consumir de manera responsable y consciente, es seguir cuestionándonos todo y mantenernos informadxs, no dejar de exigir a quienes nos gobiernan que lo hagan con un enfoque eco social, pero, sobre todo, participar activamente con lo que esté en nuestras manos para reducir nuestras emisiones a la atmósfera. 

No podemos esperar (ni a nivel individual ni colectivo) que estas soluciones mágicas nos compren el tiempo que necesitamos para corregir la crisis climática, tenemos que actuar ahora y transitar a formas de vida más armónicas y conscientes con los ecosistemas, todxs lxs seres vivxs y las personas más vulneradas. 

Esto puede ser tan fácil como empezar desde casa, al usar ecotecnias, como baños secos, captación de agua de lluvia, huertos/jardines urbanos, calentadores solares o sistemas más avanzados como los captadores de CO2, paneles solares, energía geotérmica, etcétera. Existen muchísimas formas de migrar a estilos de vida más sostenibles, ya sea retomando conocimientos y tradiciones ancestrales o poniéndonos creativxs inventando nuevas formas. Sólo es cuestión de empezar por algo, por más “pequeño” que parezca, porque así, y forjando comunidad, es como evitaremos tener que llegar a medidas tan extremas como la geoingeniería.

Si quieres saber sobre los proyectos de geoingeniería que se llevan o han llevado a cabo en México y el mundo, puedes revisar el mapa interactivo de Grupo ETC y la Fundación Heinrich Böll. 
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Elisa Caballero y Mitzi Balderas son integrantes de Contaminantes Anónimus.
Instagram: @contaminantes.anonimus

Fuentes

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