La pandemia nos obligó a identificar y reconocer distintas cosas de nuestras rutinas cotidianas. Lo muy rápido que un problema se puede salir de control. Y lo expuestos que estamos a problemas epidemiológicos en cualquier momento. Ni se diga de las complejidades detrás de procesos de enseñanza-aprendizaje que hicieron de la escuela en línea un calvario. Lo rápido que la naturaleza busca recuperar espacios cuando no se ven amenazados por la presencia constante del ser humano. La dificultad de tener que pasar todo el día encerrados en casa. Con ello, lo muy acostumbrados que estamos al ruido en grandes ciudades, como la Ciudad de México.

Durante los confinamientos de los años pasados, intentar trabajar en casa implicaba que en cualquier momento comenzaran a sonar en medio de una videollamada los sonidos peculiares del ambiente que frecuentemente interiorizamos como ruido blanco. El sonsonete de “Seeeeeee coooooompraaaaaan cooooolchoneeeeees”; la música a todo volumen del vecino; motos ruidosas pasando a toda velocidad en una zona residencial; o, de plano, la marimba que empieza a tocar Coldplay a cualquier hora de la mañana.

Pero el ruido excesivo en un ambiente es todo menos normal. Genera disrupciones que tienen impactos considerables en la salud de las personas; asimismo, desequilibra el balance de la fauna—e incluso la flora—de un ecosistema. Si el ruido de fondo de una ciudad puede mandar al traste una reunión de trabajo virtual, la realidad es que tiene la capacidad de causar estragos enormes en una comunidad completa y el medio ambiente a su alrededor. Por tal motivo, no es menor que se le considere contaminación auditiva. Y que, por ello mismo, existan esfuerzos considerables para tratar de erradicarla.

El ruido: invisible pero pernicioso

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido en 30 decibeles un nivel sano de exposición a ruido constante de las personas. Sin embargo, la Unión Europea (que es quizá de las comunidades que más se preocupan por los niveles de contaminación de este tipo) calcula que 40% de sus ciudadanos está expuesto a ruido por 55 decibeles nada más por el tráfico de sus calles; alrededor de 20% se expone a más de 65 decibeles durante el día; por último, más de 30% convive con 55 decibeles por las noches.

La exposición prolongada al ruido deja daños, a veces irreparables, a la salud de las personas. Provoca problemas en ciclos del sueño. Incide en el bienestar y salud mental de la población. Además, puede impactar en los sistemas metabólico y cardiovascular. De hecho, se estima que el ruido mismo es causante de 48,000 casos anuales de enfermedad de las arterias coronarias, así como de 12,000 muertes prematuras año con año. El ruido será invisible, pero no por ello deja de ser pernicioso.

La exposición prolongada al ruido deja daños, a veces irreparables, a la salud de las personas y a la fauna de un ecosistema.
Foto: Pixabay

El ruido no sólo afecta a las personas. Tiene un impacto negativo en los ecosistemas. Distintas especies ven una reducción considerable de la calidad de sus hábitats naturales; aumentan sus niveles de estrés; incluso, el ruido disfraza sonidos necesarios para su supervivencia y bienestar. Particularmente, causando disrupciones entre animales cuya supervivencia depende de la comunicación y la caza colectiva

Atenuar y mitigar la exposición crónica a un ruido excesivo debería ser parte de la articulación de comunidades y ciudades que sean más habitables y menos estresantes. Una búsqueda por privilegiar ambientes armónicos que permitan, tanto a humanos como animales, llevar una vida placentera. 

En busca de ciudades más habitables

La crisis ambiental actual puede ser desoladora. Los esfuerzos por atender los problemas del cambio climático son para que la situación no empeore. Pero es casi imposible revertir los estragos que ya se dejaron sobre el planeta. Igualmente, la mayoría de los cambios que se pueden lograr requieren de mucho tiempo para que se hagan notar. En ese contexto, a veces se siente como fútil la lucha por el cuidado del medio ambiente para muchos.

Pero con la contaminación auditiva la historia es otra. Se trata de un fenómeno que, de ser atendido, inmediatamente mostraría resultados positivos, para humanos y animales por igual. Y los caminos hacia una ciudad más habitable comienzan con esfuerzos pequeños y de fácil implementación.

La contaminación auditiva la historia es otra. Se trata de un fenómeno que, de ser atendido, inmediatamente mostraría resultados positivos.
Foto: Pixabay

Por ejemplo, en París se acaban de instalar radares de sonido para identificar autos y motocicletas que generen demasiado ruido en las calles. Algo así como los sistemas de fotomultas para exceso de velocidad, pero para cuando se pasa de ciertos decibeles. A lo largo de 2022 se operarán en una fase de prueba para comenzar a cobrar multas en 2023. La apuesta sólo es parte de un programa más amplio de atención al ruido excesivo en ambientes urbanos de la Unión Europea.

La pregunta que subyace a este tipo de acciones es cómo podemos hacerle para vivir mejor, dentro de los límites que el planeta ofrece. La cotidianidad de las ciudades es una llena de ruido y estímulos estruendosos. Pero si la naturaleza nos enseña algo es que el silencio, la tranquilidad y la armonía  dejan espacio para que la vida florezca. El bienestar de todos está en juego con cualquier tipo de contaminación, la auditiva incluida. Bien vale la pena prestarle atención y atenderla.

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