Por Mariana Castro Azpíroz
Todavía más útil que la información que nos pudiera conseguir el mismísimo James Bond es la que nos proporcionan las especies centinela. Ellas nos alertan de los riesgos para la salud humana y para el ambiente cuando los niveles de contaminación son muy altos.
El casting
Para seleccionar un centinela se busca que la especie sea común en la región que se quiere monitorear, porque así se puede vigilar cómo cambian sus poblaciones. Se trata de seres vivos particularmente sensibles a los cambios en su entorno y los efectos que sufren como consecuencia deben ser consistentes y medibles. Es por esto que para el elenco hemos seleccionado a los líquenes (esa combinación de musgo y alga que crece en rocas y árboles), expertos en calidad del aire; los caribúes, vigías de la radiactividad; las aves, maestras en químicos sintéticos; y como especialistas en calidad del agua tenemos truchas, mejillones y focas.
Entre los primeros animales en usarse como centinelas estuvieron los canarios. Los mineros los llevaban con ellos para evitar intoxicarse con el gas inodoro, monóxido de carbono. Por su pequeño tamaño, inhalar una dosis menor de este gas era fatal para las aves, pero su muerte le avisaba a los trabajadores del peligro con suficiente tiempo para que salieran de la mina.
El guion
Los centinelas nos cuentan la historia de los contaminantes. Nos dan información sobre su presencia, concentración, origen y dispersión; cuáles son los más persistentes en el entorno y si es que están disminuyendo las cantidades de las sustancias nocivas que ya han sido prohibidas. Nos ayudan a entender cómo dañan los ecosistemas y sus implicaciones en una escala más grande: por las interrelaciones de los diferentes seres vivos y sus interacciones con el ambiente. También reflejan cómo la actividad humana impacta la biodiversidad. Las últimas tecnologías nos permiten usar microsensores y drones para monitorear a las especies centinela y dar seguimiento a su comportamiento y salud.
Algunas de las sustancias tóxicas que se han monitoreado usando especies centinela son: el insecticida DDT (diclorodifeniltricloroetano), los aislantes eléctricos PCBs (bifenoles policlorados), los retardantes de flama con bromo, los PAHs (hidrocarburos aromáticos policíclicos), los fluoroalcanos (usados como refrigerantes y solventes, y antes en aerosoles) y metales pesados como el plomo, cadmio y mercurio. Además se han observado las variaciones en los ciclos naturales del fósforo y del nitrógeno y cómo las modificaciones en la dieta de las especies podrían ser resultado del cambio climático o especies invasoras.
Gatos danzantes, pero no es un musical
En los años 50, los gatos en Minamata, Japón, comenzaron a brincar como locos y no podían caminar derecho. Luego de un tiempo, lo mismo le sucedió a los humanos. ¿Los responsables? Desechos de metilmercurio de una fábrica local.
Cuando una sustancia tóxica se libera al ambiente y contamina el suelo, aire o agua, no tarda en afectar a algún ser vivo y entrar a la cadena alimenticia. La cuestión se agrava conforme avanza en la cadena, porque cada vez que un organismo de mayor tamaño se alimenta con otro que esté contaminado, la proporción del contaminante en su cuerpo aumenta. Esto quiere decir que si una planta absorbió una sustancia tóxica que se produjo cuando se degradó el herbicida que le pusieron, ahora tiene cierto porcentaje de la sustancia en sus tejidos. Cuando un animal se alimente de ella, él acumulará una cantidad mayor en su cuerpo. Y si éste a su vez se convierte en el alimento de otro ser vivo, el último tendrá una concentración aún mayor. A este fenómeno se le conoce como bioacumulación.
La llamada “fiebre de gatos danzantes” fue provocada porque los desechos estaban contaminando los peces y mariscos del puerto de Minamata y, al ser ingeridos por gatos y humanos, causaron una enfermedad neurológica por envenenamiento severo con mercurio. De no haber sido porque los gatos dieron el primer aviso, seguramente habría tomado más tiempo detectar el origen y hubiera habido muchos más casos de envenenamiento.
La alfombra roja
¿Tienes tu computadora a la mano? Mira la tecla que tiene el signo “=”. De ese tamaño son los microcrustáceos llamados Daphnia o pulgas de agua, una especie centinela que se va directo a la alfombra roja. Estos pequeños viven en lagos y estanques donde nos informan acerca de la calidad del agua con su tamaño, color y abundancia. Son el eslabón entre las algas, bacterias y protozoarios que se comen y los peces que los depredan. En el siglo XX, ante el uso exacerbado de productos farmacéuticos y de petróleo, pesticidas y municiones, los niveles tolerados por las pulgas de agua permitieron establecer los límites de seguridad para la legislación de límites permisibles en alimentos y fármacos.
Las especies centinela nos muestran claramente nuestro impacto en el ambiente. Debemos atender la alerta y usar la información que nos dan para tomar acciones que mitiguen el cambio climático. Como dice Kurunthachalam Kannan, del Departamento de Salud de Nueva York: “Entender las fuentes ambientales, rutas, distribución, dinámica y destino de los contaminantes químicos es crucial si queremos crear soluciones a los actuales y futuros problemas ambientales.”
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Mariana Castro Azpíroz estudió biología molecular en la UAM Cuajimalpa. Ha realizado investigaciones en colaboración con el Centro de Investigaciones Biológicas y Acuícolas de Cuemanco (CIBAC, UAM-X); además, se ha dedicado al cuidado y conservación de especies acuícolas endémicas. Desde 2019 se dedica a la divulgación científica y actualmente hace educación ambiental a través de redes sociales.