Por Javier Medina
Es común escuchar discursos o posturas ante el desarrollo que innecesariamente se plantean como antagónicos entre sí y generan falsos dilemas. Un ejemplo que últimamente hemos vivido día a día es el que plantea qué debe privilegiarse, si la defensa de la economía o la protección de la salud de las personas. Temas que, en realidad, no pueden disociarse entre sí.
Así, durante mucho tiempo ha existido una falsa disputa entre el desarrollo económico y su coexistencia con lo social y lo ambiental. Pues el crecimiento económico no necesariamente ha implicado desarrollo social; paradójicamente, ha ampliado desigualdades y tampoco ha significado cuidado a los ecosistemas y uso adecuado de los recursos naturales.
“Satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias.”
Ésta es la concepción sobre Desarrollo Sustentable surgida en 1987 en el informe Brundtland. El concepto ha seguido su desarrollo, pero con elementos aún vigentes. Ésta es una aproximación por armonizar la concepción sobre el desarrollo, aunque hasta ahora se han impuesto las políticas que privilegian lo económico. Uno de los antecedentes a los compromisos climáticos suscritos actualmente podemos encontrarlo en el Protocolo de Montreal surgido por las preocupaciones que desató el “agujero de la capa de ozono”. El Protocolo fue firmado en 1987 y entró en vigor en 1989.
En México, también se comenzaba a reconocer la necesidad de institucionalizar el cuidado y protección al ambiente, y en 1988 surgió la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente, que es aún el máximo referente de la legislación ambiental mexicana y busca incentivar la aplicación y generación de políticas públicas que hagan efectivo el Derecho Humano a un medio ambiente sano para el desarrollo y bienestar de las personas.
Repasar antecedentes y retomar las bases es importante para plantar cara a los desafíos del futuro.
Es indispensable pensar y procurar entornos sanos que nos den oportunidades de desarrollo; entornos que, en su conjunto, establezcan condiciones para poder contar con un planeta sano, pues de ello depende nuestra subsistencia y la de todas las especies con las que cohabitamos. Es vital dejar de lado los enfoques utilitaristas sobre la naturaleza y dar lugar a visiones armónicas y que privilegien lo colectivo, entendiendo que cada vez nos queda menos tiempo para actuar.
México tiene compromisos de preservación con su alta diversidad biológica y cultural. México es un país que cuenta con 11,122 kilómetros de costa, más de 34 millones de hectáreas de bosque y más de 30 millones de hectáreas de selva. La diversidad de nuestro país abarca montañas tan altas como el Pico de Orizaba con sus 5,636 metros sobre el nivel del mar, hasta las amplias extensiones del desierto de Chihuahua. México es también un país en el que habita una población originaria de más de 12 millones de personas, quienes en su gran mayoría tienen una conexión muy importante con la naturaleza y juegan un papel vital para su conservación.
El patrimonio natural de México va acompañado de indicadores que no son alentadores. Uno de ellos es la estimación hecha por la PROFEPA de que, entre 2013 y 2018, 70% del volumen de madera comercializada en el país fue producto de la tala clandestina. A través de sus instituciones, el Estado mexicano debe ser garante de la conservación y protección de su diversidad natural y cultural. El momento actual es grave y no puede postergarse la acción por el medio ambiente y el clima, aunque justo eso es lo que hemos visto de parte del gobierno federal; una agenda ambiental enunciativa, poco ambiciosa y mal posicionada. Instituciones débiles suman a la desprotección de los ecosistemas y también agravan la desprotección social, dejando vulnerables a quienes luchan por la naturaleza y lo colectivo.
¿Qué podemos hacer desde lo local?
La problemática ambiental y climática abarca una escala global, sin que eso signifique que no se puede actuar desde lo local. El enunciado Piensa globalmente, actúa localmente es a lo que nos invita.
El activismo y la colectivización de actividades individuales de cuidado al ambiente pueden darnos respuestas, pues fortalecen nuestra relación con la naturaleza y concientiza sobre el impacto que tiene en ella nuestros hábitos de consumo. También tenemos alternativas en el consumo local y el uso adecuado de los recursos con los que contamos en nuestros hogares.
Es indispensable el acompañamiento de los gobiernos y que éstos asuman sus responsabilidades y obligaciones a través de sus instituciones: enfocarse en combatir desigualdades; capacitarse para educar; apostar por esquemas de movilidad sustentable; ordenar las ciudades; cuidar de la biodiversidad en sus regiones; vigilar sistemas de producción; impulsar mecanismos de restauración progresiva del ambiente; establecer condiciones para que la justicia ambiental sea una realidad; gestionar los residuos, etcétera. Todos los anteriores son parte de los elementos que deben componer sus agendas de manera habitual y sostenida.
Habitar un mundo sano no es cosa de otros tiempos, del pasado; debe ser parte de nuestro presente y una realidad para el futuro. El desarrollo que deja de lado al equilibrio ambiental no es viable. Un medio ambiente adecuado para el sano desarrollo de las personas es cosa de Derechos Humanos, no una aspiración que pueda cumplirse o no.
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Javier Medina es abogado por la Universidad de Guadalajara con enfoque en políticas públicas y medio ambiente. Militante de Futuro.
Twitter: @javier_medinaP