Por Bernardo Bastien-Olvera, El Capi Planeta

Cuando recuerdo mis épocas de estudiante de licenciatura siempre me viene a la mente la explanada de Prometeo en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Para algunos, el fuego que Prometeo roba del Olimpo para entregarlo a los humanos es visto como símbolo del conocimiento que permite el desarrollo de las civilizaciones. El fuego no sólo nos sirve para cocinar, también calienta, ilumina y regenera. Resultaría impensable privar del fuego a una sociedad, pero, aunque parezca contradictorio, ha sido justo eso lo que hoy mantiene a México en llamas, con más de 2400 incendios registrados del 1 de enero al 25 de marzo de 2021. 

El fuego es tan antiguo como los propios ecosistemas sobre la faz de la Tierra. Los árboles no sólo resisten a las llamas, muchos las necesitan. En México, alrededor del 40% de los ecosistemas dependen de que haya incendios cada 3 a 15 años. Estos incendios eliminan las ramas con follaje viejo que ya no es tan eficiente para hacer fotosíntesis, las cenizas fertilizan el suelo y los pastos quemados abren camino para que crezcan nuevos pinos. Los incendios forestales por sí mismos no son algo malo y eso es bien sabido por los pueblos originarios, pero desde la conquista y hasta hoy en día ha sido un conocimiento continuamente descalificado y contra el cual han atentado políticas nacionales y regionales. 

El desastre de 1998

El año 1998 fue un parteaguas en la historia reciente de los incendios en México. Durante ese año se detectaron más de 14,000 incendios que quemaron un área de más del doble que el promedio. La razón principal fue el poderoso fenómeno de El Niño de 1997 y 1998, que trajo consigo altas temperaturas y sequías de proporciones históricas en varias partes del país, además de que había pasado una temporada de huracanes muy activa, dejando mucha vegetación caída que serviría como combustible. Los incendios fueron tan destructivos en ese año que se declaró emergencia en varios estados y la presión internacional fue tal que llevó al gobierno a acciones cuestionables

Después de estos sucesos, el gobierno federal implementó el Programa de Conversión Productiva de las Áreas de Roza-Tumba-Quema, el cual promovía disminuir drásticamente esta práctica milenaria que consiste en desmenuzar la vegetación leñosa delgada, tumbar parcialmente los árboles y quemar un área previamente delimitada con zanjas. De esa forma el gobierno prohibió el uso del fuego por parte de los campesinos, viéndolo como una actividad a la que recurrían los pobres que no tenían acceso a tecnología. 

Desde entonces varias comunidades perdieron por completo su tradición de hacer uso del fuego en el bosque. Tal es el caso de la comunidad de Tziscao en el Parque Nacional Lagunas de Montebello en Chiapas, quienes tenían una relación íntima con el fuego y el bosque, la cual fue borrada desde 1998. Hoy en día sólo los abuelos y abuelas de la comunidad recuerdan las épocas en que los “corredores de fuego”, personas especializadas en quemar, diseñaban y cuidaban las quemas de la comunidad teniendo en cuenta factores como la dirección y velocidad del viento. 

Panorama actual

Si bien los incendios desde siempre han sido parte de los socio-ecosistemas, hoy en día su intensidad y frecuencia se están exacerbando debido a varios factores. Por un lado, a pesar de que actualmente las políticas nacionales ya no tienen la visión cerrada de únicamente prevenir y combatir al fuego, en otros niveles de gobierno esta visión prevalece y las actividades de campesinos que usan el fuego son criminalizadas, como lo reporta el estudio de Ponce-Calderón y colegas en 2020. Prohibir pequeños incendios hace que se acumule combustible y que los fuegos se hagan incontrolables una vez que se inicie la primera chispa. 

Además, el cambio climático tiene repercusiones importantes en los incendios forestales. En México, investigaciones reportan que las altas temperaturas y cambios en los patrones de lluvias hacen que el contenido de humedad en la vegetación y árboles muertos de los bosques disminuya. Esto se traduce en combustible más seco y hace que los fuegos se esparzan más rápido, lleguen más lejos y duren más. Según el último reporte de CONAFOR sobre los incendios que ha habido en lo que va de 2021, éstos tienen una duración de casi tres horas más que el promedio de 1998 a 2021 y cada incendio afecta a 7 hectáreas más que el promedio para los mismos años. 

El fuego es parte fundamental de los ecosistemas y tradicionalmente los pueblos originarios han convivido con él, pero la crisis climática y la criminalización de incendios controlados han hecho que hoy en día sea un problema serio para la sociedad y los ecosistemas de nuestro país. Si queremos aprender a convivir en este nuevo régimen de fuego tendremos que prestar más atención a las prácticas que tradicionalmente estaban más conectadas con los ciclos naturales del ecosistema; mientras tanto, si ves un incendio forestal recuerda reportarlo y no intentes apagarlo si no estás calificado. 

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Bernardo Bastien Olvera, mejor conocido como Capitán Planeta, es científico y divulgador de cambio climático, ciencias de la Tierra y sustentabilidad. Es ex-becario Fulbright-García Robles y candidato a Doctor en Geografía en la Universidad de California Davis. Actualmente es co-director del proyecto de divulgación Planeteando.

Twitter: @Capi_Planeta

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