Por David Lameiras

La facilidad con la que el Presidente de México marca la agenda política del país es sabida. Sus declaraciones y acciones llevan la conversación pública, dejando espacio sólo para responder sin garantía de la escucha. Los medios convencionales, las élites de la economía y de la política profesional dan juego a esta relación; al comportarse como reacción, legitiman la “transformación”. Hay quienes no militan en ninguno de esos bandos porque no tienen poder ni riqueza que conservar, pero tampoco coinciden en parte o por completo con el modelo del nuevo régimen. Pareciera que fuera de esa pugna, sólo hay vacío, incluso frente a temas de gran importancia como el desarrollo y el medio ambiente.

Esto pasa con las y los progresistas de México, quienes ante la validación de los roles de género que hace López Obrador (“el presidente no es feminista”), ante su entusiasmo por el T-MEC (“el presidente es capitalista”), ante el refuerzo de la política energética fósil (“el presidente no cumple acuerdos internacionales”) y ante sus megaproyectos (“el presidente no es ecologista”), quedamos fuera del nuevo orden. Mala noticia, sobre todo para quienes percibimos con urgencia la crisis social y ecológica del antropoceno, pues es claro que no hay sinergia con este régimen para impulsar una visión ecologista crítica en la nueva década.

El tren maya ni es tren ni es maya

Esta frase se utiliza para mostrar dos características importantes de uno de los proyectos prioritarios del gobierno. Decir que no es un tren es para mostrar que el plan no se limita a una vía de comunicación: hay una idea de ordenamiento del territorio que se desprende de la obra de infraestructura y la sostiene. Atención, porque ésta es la primera oportunidad que tiene este gobierno para diseñar, implementar y gestionar un modelo urbano “nuevo”. La premisa es que en torno a la ruta del tren y sus estaciones se crearán nuevos asentamientos y opciones laborales que ahora sí traerán bienestar al sureste; los incentivos para la inversión en el territorio y la explotación de los recursos ahora sí promoverán una actividad económica justa para las personas y los ecosistemas; la presencia del Estado en las inmediaciones de la ruta ahora sí va a garantizar la seguridad y la integridad de las comunidades de la península.

Foto: Cuartoscuro

Como se puede ver, lo que está en juego no es solamente un tren: es la concepción del desarrollo-bienestar del nuevo gobierno, y por eso su apellido resulta chocante. No es un proyecto maya: la urbanización capitalista, el despojo que forza la migración, la extracción de bienes naturales para su transformación y el intercambio de bienes y servicios a alta velocidad, no son parte de la cultura de esa región ni tampoco fueron solicitados por sus comunidades. Por el contrario, son muchas agrupaciones, asambleas, colectivas e individualidades que habitan y se relacionan con el territorio, las que se pronuncian en contra de este proyecto impuesto desde la Federación. Sostienen que es una afrenta a los modos de vida locales-originarios y a los ecosistemas para, según, atender problemáticas nacionales.

(Se pueden consultar posturas críticas al proyecto aquí, aquí y aquí)

Desarrollo, ¿para quién?

Desempleo, marginación, migración, inseguridad, violencia… son fenómenos que las personas viven de manera dolorosa, pero también son las variables que más les importan a los gobiernos de las últimas décadas. Los gobiernos de la derecha procuran atenderlas facilitando la inversión privada, flexibilizando regulaciones, permitiendo el libre flujo del capital y los bienes, combatiendo ‘criminales’ con fuerza. Argumentan que al fomentar el crecimiento, la riqueza se reparte en la sociedad; la clase media crece y los indicadores de bienestar muestran que nos estamos desarrollando. El nuevo gobierno añade a esta tesis una dimensión de honestidad: el juego capitalista no trajo desarrollo por ser muy corrupto, argumentan. Por ello, basta con llevar los proyectos con honestidad y fomentar una “economía moral” para atender las problemáticas nacionales y lograr el desarrollo-bienestar.

Esto no se sostiene, pues la manera de operar del sistema capitalista es consumiendo recursos y mano de obra baratos. Volviendo al tema del tren en el sureste, si los nuevos centros urbanos en torno sus estaciones son exitosos, las nuevas dinámicas económicas -legales e ilegales- consumirán materia y personas: hombres esclavizados en maquilas y mujeres esclavizadas en las esquinas. Si las nuevas industrias y cadenas de valor potenciadas por el tren son exitosas, lo que se transformará será el entorno y veremos cómo aumenta la intensidad de la explotación de los ecosistemas. La honestidad en el gobierno puede aminorar las tensiones entre dueños y personas explotadas, pero no elimina el sistema de dominación que se ha montado sobre la gente y la naturaleza.

¿Optar entre inconvenientes?

Sea neoliberal u obradorista, el “desarrollo” es insuficiente para lograr el bienestar de los pueblos del mundo porque se basa en principios individualistas, productivistas y autoritarios. Implica la imposición de una visión única de lo que es la vida digna, que es la de la “clase media”: en la ciudad, vendiendo nuestro trabajo por un salario, manejando un coche, comiendo procesados y defecando en el agua entubada. Pasar por encima de particularidades locales para obtener beneficios nacionales o regionales, por medio del poder coercitivo del Estado. Atomizar la comunidad y embriagarla de capacidad de consumo, ya sea con estímulos fiscales a la oferta o con transferencias directas a la demanda. Implica sacrificar el medio ambiente para alcanzar el bienestar.

La frase “la política es optar entre inconvenientes” tiene sentido en esa visión del mundo; donde hay quien gana y quien pierde, pero si queremos otra visión tendremos que postular otra noción de la política; una en la que todxs ganemos. Entonces una tarea para las y los progresistas hoy es crear instancias relevantes fuera de la dicotomía oficial de transformador vs conservador, a la vez que se reta el consenso mundial sobre el desarrollo. Toca estudiar, teorizar e implementar alternativas de vida solidarias y regenerativas; aprender de las colectivas rurales y originarias que defienden el territorio, y que piensan el bien común integrando a toda la red de la vida; integrar eco-nomías que nos permitan subsistir en el presente y en el futuro. En suma, la tarea es quitarnos el embrujo desarrollista para encontrarnos que el bienestar se forja en el presente y en comunidad, siendo conscientes y consecuentes en nuestra interacción con los sistemas ecológicos. Nunca más optar entre el desarrollo y el medio ambiente; es decir, entre la miseria de hoy y la de mañana. Nuestra responsabilidad es tomarlo todo.

Si te interesa el tema, puedes escuchar la voz de los pueblos organizados de la península ante el proyecto del tren: https://diasp.org/p/15710305

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David Lameiras es activista medioambiental.

Twitter: @lameirasb 

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