Por José Luis Lezama y Ana de Luca
Borges lo dice, no sin un dejo de maestra ironía, más o menos de la siguiente manera: hablar del problema judío es suponer que los judíos son un problema. Parafraseándolo, podríamos decir: hablar del problema de la población es suponer que la población es un problema, cuando no es así. La población es un problema y no es un problema. La población como tal es un concepto abstracto, algo inasible, que no dice nada, que no explica nada. Existen poblaciones concretas, un pueblo, una comunidad, una nación ubicada en el tiempo, en el espacio, con una historia, un territorio.
Existe la población rica, la pobre, las mujeres, la población migrante; la población clasificada en razas, unas promocionadas por el odio y la mercadotecnia supremacista como puras, otras impuras, unas superiores, otras inferiores, una buena y elegida, otra mala y pervertida. Asignarle a la población la razón de la catástrofe climática y de la degradación ambiental logra dos propósitos con gran eficacia gracias a esa ambigüedad. Por un lado, que las poblaciones más ricas, extremadamente ricas, no asuman su responsabilidad por esta debacle; por otro lado, que se reafirme el sitio en el que han sido colocadas las poblaciones de los pobres del mundo y se justifique el control de los cuerpos de las mujeres.
Población y consumo
Una población concreta es un problema cuando sus niveles de consumo son de tal magnitud que se traducen en una demanda de naturaleza y de fuerza humana de trabajo que se hace infinita. Esto no es un problema de toda la población sino de la adinerada de los países ricos, y también de las élites de los países pobres, que han acumulado una inmensa, impensable riqueza que les permite consumir los bienes extraídos de la naturaleza y del trabajo humano.
Los pobres del mundo no tienen el poder adquisitivo ni las tecnologías de los ricos para devastar el planeta. La población en abstracto no es responsable de la crisis ambiental, sino que ésta es producto de una economía que nos transforma a todos en consumidores de sus productos superfluos, que nos hace prisioneros de necesidades artificiales, de una economía que no busca el bien de la gente, mucho menos de los pobres, sino que satisface sólo los lujos y las veleidades de quienes comandan el poder económico y político.
Señalando a los menos culpables
Las poblaciones concretas se convierten en un problema, pero en un problema de interpretación, del entendimiento, de quienes asumen que son los pobres, las mujeres del mundo no desarrollado o la gente de piel oscura los causantes del problema y no la pequeña plutocracia que se enriquece con la miseria y el sometimiento de la inmensa mayoría del mundo. Decir que es la “sobrepoblación” la causante del deterioro ambiental es un discurso eficiente, pero su eficiencia no radica en señalar al fenómeno detrás del deterioro ambiental, sino en desplazar la culpa hacia quienes no tienen voz para defenderse, en territorios alejados geográficamente de donde se está originando esta relación devastadora con la naturaleza.
Hablar de la sobrepoblación es una ¨verdad¨ común, que no se impugna y que es la explicación más recurrida en los medios de comunicaciones, en las políticas de una serie de organizaciones ambientalistas e incluso en los gobiernos. La idea de la sobrepoblación enfatiza que hay excesos de población en el mundo y que estos excesos son los responsables del consumo depredador de la naturaleza. Implícito y explícito está también el mensaje de que hay una población que debe ser eliminada, que debe desaparecer, la que estorba, que nos amenaza; es decir, un mensaje a todas luces racista. No son los ricos blancos del norte, o sus aliados del sur, los que deben irse sino los pobres y la gente de piel oscura.
El discurso de la sobrepoblación es un discurso de odio: racista y sexista
Hay una obsesión en el pensamiento ambientalista por atribuirle a la sobrepoblación las causas de la pobreza y la destrucción de la naturaleza. No fue sólo Malthus quien atribuyó al crecimiento geométrico de la población en contraste con el aritmético de los medios de subsistencia la causa de la miseria. Paul Ehrlich, autor de la obra clásica de La bomba P (Population Bomb), atribuyó a lo que consideró excesiva reproducción de la población en los países pobres la causa del agotamiento de los recursos del planeta. No solo culpó a la sobrepoblación de las causas de la devastación ambiental, sino que también señaló que era la causa de la pobreza, de la miseria del mundo, y que además, sería el origen de futuras guerras.
Imagen: Pixabay
Al estar formulado así, el discurso de la sobrepoblación se convierte en un discurso de odio, que alimenta el discurso discriminatorio hacia los pobres. Actitudes racistas se enmascaran de bienintencionadas utilizando la legitimidad de la actual crisis ambiental. Este discurso se alimenta de una absurda, cuando no aberrante, idea de la pureza de la raza, la supremacía blanca, anglosajona, nórdica. Los grupos extremistas de derecha y ultraderecha han construido un discurso del miedo, de la amenaza de la gente de piel oscura, de esa población que es mayoritaria en los países pobres y que han sido discursivamente construidos como razas sin valor, degeneradas, y que están superando en número a la población blanca del mundo. Culpar a la “sobrepoblación” de la degradación ambiental permite que los verdaderos culpables se salgan del apuro.
Lo problemático de esta teoría es que la supuesta “sobrepoblación” puede ser culpada del calentamiento global, la migración, la pobreza, incluso hasta de la guerra; despolitizando a la forma en la que hemos construido esta sociedad jerárquica y desigual. Las causas verdaderas quedan ocultas, se construye un enemigo artificial de la naturaleza y del progreso humano. Nada de lo que es propio del capitalismo patriarcal, de sus minuciosos mecanismos de construcción de pobreza material y moral parece como responsable de las miserias del planeta.
¿Cómo se soluciona la sobrepoblación? Controlando el cuerpo de las mujeres
La lógica simplista de quienes siguen este discurso es que, si la sobrepoblación es la causante de la debacle ambiental, luego entonces los servicios de planificación familiar son la “solución” a la problemática. Sin embargo, estos programas de planificación familiar en nada se parecen a lo que tendrían que ser derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, ya que la única intención es bajar las tasas de fertilidad de las mujeres pobres. Lo peor es que se enmascaran como proyectos de empoderamiento de las mujeres, pero poco hacen por dignificar sus vidas, por romper las estructuras que dan pie a que vivan en la situación de violencia y de eliminar las estructuras sociales de desigualdad. A quienes se señalan, quienes están en la mira, son las mujeres, particularmente las mujeres pobres.
Repensemos el discurso
El día de hoy, la gravedad de la crisis ambiental es innegable y cada vez más hay una consciencia colectiva de la devastación de nuestro entorno. Esta efervescencia debe ser bien encausada y de ahí la necesidad de desmontar el discurso de la sobrepoblación. De otra manera, la legitimidad obtenida por la lucha ambiental se puede convertir en una arena para la puesta en marcha de ciertas agendas que, en su nombre, encrudezcan la injusticia social y ambiental.
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José Luis Lezama y Ana De Luca son fundadores del Centro de Estudios Críticos Ambientales ¨Tulish Balam”.
Twitter: @C_TulishBalam