Por Ana De Luca y José Luis Lezama

 

Retonta por desvalida, por inerme,
por estar ofreciendo tu canasta de frutas a
los árboles,
tu agua al manantial,
tu calor al desierto,
tus alas a los pájaros
Poema de Jaime Sabines a Rosario Castellanos

En las tardes del arduo invierno, cuando el frío aprieta y los campos y bosques de Asís y de la indecible Umbría emergen en toda su desolación, escaseando las flores y sus néctares, es posible imaginar a San Francisco caminar por los confines del pueblo, llevando su tarro de miel para dar de comer a las abejas. En este acto de humildad, de redención y unidad existencial, San Francisco les devolvía a las abejas el más preciado de sus productos que nosotros les arrebatamos, suponiendo, a conveniencia, que lo producen para nosotros. San Francisco, tal vez sin saberlo, efectuaba mediante un gesto de hermandad interespecie, un acto ecológico de restitución ecosistémica para que la naturaleza pudiera seguir proveyendo de alimentos a humanos y no humanos.

Foto: Pixabay

Cuidar a las abejas, lo mismo que cuidar a la naturaleza, significa cuidar al sistema de la vida que incluye a humanos y a no humanos. Al colectar y procesar miel, las abejas no sólo efectúan la reproducción individual de su especie, sino que también llevan a cabo una reproducción ecosistémica, que resulta crucial para el mantenimiento del sistema de la vida.  La agricultura no existiría sin la función polinizadora de las abejas. Toda la producción agrícola del mundo resultaría afectada severamente si faltaran los polinizadores. Es tal su importancia que podríamos aseverar que la misma especie humana estaría en peligro de extinción si las abejas desaparecieran de la faz de la tierra.

Lamentablemente, hoy en día, los abejorros y abejas están siendo diezmadas por el mismo sistema de producción agrícola que tanto las necesita para su funcionamiento. La invasión y destrucción de los ecosistemas ha disminuido dramáticamente las áreas de floración en el mundo; además de que los pesticidas tóxicos, diversas enfermedades y el cambio climático han puesto a estas criaturas en peligro de extinción; con ello, amenazando la seguridad alimentaria a escala mundial.

Estamos perdiendo a las abejas

Las abejas llevan a cabo una función crucial para la existencia del sistema de la vida que se está viendo amenazada por un fenómeno doble. Por una parte, el número de abejas silvestres y de cultivo está disminuyendo provocado por las enfermedades, las técnicas productivas y el cambio climático. Por otra parte, la escala masiva de la agricultura en Estados Unidos y el mundo ha aumentado la demanda de abejas en un 300 por ciento, lo que resulta en una escasez de polinizadores que, a su vez, redunda en escasez de ciertos alimentos, haciéndolos más caros, y causando déficits nutricionales. 

Estudios recientes han mostrado que la disminución del número de abejas en Estados Unidos está afectando la producción de manzanas, cerezas y arándanos. Los resultados de un estudio en 131 campos de cultivo estudiados por científicos de Canadá, Estados Unidos y Suecia encontró una estrecha asociación positiva entre el número de abejas en los campos de cultivo y la producción agrícola: a mayor número de abejas las cosechas resultaron más abundantes.

Foto: Pixabay

El declive de las abejas no sólo ocurre con las especies melíferas, sino también con las silvestres, como es el caso de los abejorros, quienes en los hechos son polinizadores más eficaces, polinizando cerca de un tercio de los cultivos en Estados Unidos. Éstos han sido particularmente afectados, llegándose a detectar un descenso de su población en algunas de sus razas de hasta un 90 por ciento, como es el caso del Bombus affinis, en las últimas dos décadas. Esto último llevó a Estados Unidos a incluirlos en su lista de especies en peligro de extinción en 2017.

El descenso de la población de abejas y abejorros para la polinización en los campos de cultivo ha hecho florecer el negocio de la producción masiva de colmenas para ser rentadas como polinizadores en los inmensos campos agrícolas en todo Estados Unidos. Ése ha sido el caso de California, en donde se produce el 80% de las almendras del mundo, sitio en donde ahora los apicultores prestan sus colonias de abejas para polinizar a las almendras. Sin embargo, las abejas mueren a tasas dramáticamente altas derivado de la exposición a los pesticidas, por enfermarse con parásitos y por la pérdida de su hábitat. 

Las abejas y ¿el capitalismo? 

El caso de las abejas es un ejemplo de la relación de devastación de la naturaleza, una relación patológica con el mundo humano y no humano, que ocurre cuando la naturaleza se pone al servicio de la economía y del mercado. Este mercado consume recursos insaciablemente y destruye al mismo tiempo sus fuentes de sustento. Su producción de gran escala demanda abejas y demás polinizadores en una medida que la naturaleza no podrá jamás satisfacer.

Este mercado explota a los cuerpos humanos y no humanos cosificándolos y mercantilizándolos.  El abuso hacia las abejas es un reflejo de la manera en la que tratamos a los humanos también. En el capitalismo las personas están puestas en estado de servidumbre por el capital, ya sea como seres explotables o como consumidores. Pero el mundo no humano se pone también al servicio del capital, ya sea en su forma clásica, como fuerza energética y como materias primas. Y ahora en sus expresiones ecosistémicas, como capital genético. 

Las abejas, cuya forma tradicional de explotación se centraba en el aprovechamiento de algunos de los procesos mediante los cuales reproducen su vida, como la extracción de la miel, el polen, la cera, ahora se añade la función ecosistémica que desempeñan: la polinización. Este es actualmente un codiciado espacio de negocios para los dueños de los apiarios, quienes rentan a sus abejas en los campos de cultivo en los que esa función ha adquirido un alto valor económico.

Darles miel a las abejas como una consciencia ambiental 

La relación moderna instrumental con la naturaleza nos ha querido colocar en un lugar aparte de ella, situarnos alejados de otros seres vivos, humanos y no humanos, y esta separación es lo que explica la dominación y explotación con el mundo natural: una explotación que va desde las abejas, las vacas, los delfines hasta las personas.  Éste es un mundo hostil que no es apto para que vivan un gran número de especies, pero tampoco idóneo para gran parte de la vida humana.  Nuestro mayor desafío civilizatorio implicará tener una nueva consciencia ambiental que nos reconozca como parte (y no aparte) del mundo material. 

Esta conciencia ambiental es un acto de humildad y un deseo de tener una relación respetuosa con otros seres. Es el reconocimiento del derecho a ser, del derecho a existir de todo aquello que constituye el sistema de la vida. Es decir, conciencia ambiental es conciencia de la interrelación, de la interdependencia de estos mundos, de su mutua necesidad de existencia. 

Si les regresáramos a las abejas su miel como lo hacía San Francisco, no solamente les estaríamos regresando sus medios de vida, permitiéndoles el derecho a vivir en hábitats protegidos, no contaminados, abundantes de flores, capaces de reconstruir sus equilibrios y de sobreponerse a fenómenos como el cambio climático, sino que podrán dar miel a los humanos y hacer posible su tarea polinizadora que es constructora de vida humana y no humana. 

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José Luis Lezama y Ana De Luca son fundadores del Centro de Estudios Críticos Ambientales. Sus correos: joseluis@centroambiental.org y ana@centroambiental.org

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