Desde el pasado 31 de octubre y hasta mañana, 12 de noviembre, se ha estado llevando a cabo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2021 en Glasgow. Esta conferencia de partes es conocida como COP26 y, a lo largo de las últimas semanas, ha estado en el centro de la conversación pública global: lo mismo por discursos de líderes mundiales que por protestas que se llevan a cabo simultáneamente o por cuestionamientos a la efectividad de mecanismos como éste que parecen más carnaval que otra cosa. La conclusión generalizada, sin embargo, es casi la misma. Para poder sobrevivir la crisis ambiental del planeta son necesarias acciones contundentes para mitigar los efectos del cambio climático que cada vez recrudecerán más. Estas acciones deben ser individuales al mismo tiempo que colectivas e impulsadas desde el gobierno y los grandes capitales.

En ese contexto, llama la atención uno de los últimos acuerdos firmados en el marco de la COP26, uno relacionado con la industria automotriz. Al menos 30 países, 40 gobiernos locales y 11 fabricantes de automóviles acordaron acelerar la transición a vehículos eléctricos que sean 100% libres de emisiones para 2040—2035 en economías desarrolladas. La idea de la declaración conjunta es que industria y gobierno puedan trabajar de la mano para enfocarse a alinear a este sector de la economía con los objetivos de los Acuerdos de París, en el menor tiempo posible. El tema no es menor. El transporte a nivel mundial significa entre 10% y 20% de las emisiones globales. Incluso así, vale la pena preguntarnos si acuerdos como el presentado hace unos días tienen un potencial real de contribuir a mejorar el medio ambiente.

La COP26 y los autos eléctricos

En el “combate” al cambio climático se debe entender, de saque, que toda aportación es valiosa. No hay una solución única. De hecho, si algo hemos aprendido en las últimas décadas es que la única forma de sortear la crisis ambiental es con esfuerzos simultáneos que abarquen a absolutamente todas las esferas del planeta—aunque, aceptando, que hay responsabilidades compartidas pero diferenciadas; o sea, del tipo “el que contamina, paga”. En ese sentido, el esfuerzo de la COP26 por poner en sintonía a gobiernos e industria para empujar la transición hacia la venta exclusiva de autos eléctricos hacia 2040 es loable; sin embargo, como parece ser la norma en estos esfuerzos, sobresalen los países y empresas que deciden mantenerse al margen casi lo mismo que quienes adquieren el compromiso.

Mientras que compañías como Volvo anunciaron que, de hecho, su proceso de transición completa a vehículos eléctricos se completará para 2030, por ejemplo, Volkswagen, BMW y Toyota decidieron abstenerse de firmar. Igualmente, tres de los países más importantes de la industria automotriz—Estados Unidos, China y Alemania—rechazaron la propuesta. Tampoco se trata de satanizarlos. De hecho, trasciende que parte de la reticencia de sumarse a la propuesta elaborada en la COP26 tiene que ver con el hecho que no existe aún la infraestructura necesaria (incluso en países europeos) para poder expandir adecuadamente el uso de autos eléctricos, ni tampoco para que su producción sea eficiente a nivel global; por supuesto, sin siquiera mencionar que los precios actuales exceden la cartera de la gran mayoría de las personas del mundo.

¿Y qué tan “verdes” son los autos eléctricos?

Entendiendo que casi todo cambio puede contribuir a mejorar la situación de crisis en la que nos encontramos, vale la pena mencionar también que no todos son iguales. Por supuesto que lo ideal sería transitar hacia modelos que sean todavía menos dependientes del uso de automóviles personales; es decir, privilegiar al peatón, al ciclista y al usuario de transporte público en el diseño urbano de cualquier pueblo o ciudad. Pero mientras eso no suceda, el auto particular seguirá siendo utilizado de manera exhaustiva. Y, en ese escenario, la transición hacia vehículos eléctricos que sean 100% libres de emisiones es una estrategia que puede tener un impacto positivo—o, por lo menos, menos negativo—en el medio ambiente. Considerando eso, la pregunta que muchos se hacen es si de verdad los autos eléctricos son tan “verdes” como se publicita en medios de comunicación. 

La respuesta a esa pregunta no es tan directa como se podría pensar. Hay estudios muy interesantes no sólo sobre qué tanto contaminan los autos eléctricos, sino también sobre los estudios que evalúan ese desempeño. En general, la conclusión más aceptada es que los auto eléctricos, en efecto, contaminan muchísimo menos que los vehículos que utilizan motores de combustión interna; sin embargo, estas “ganancias” sólo son reales en la medida que esos automotores sean producidos adecuadamente—en fábricas que empleen energías renovables y que sigan procesos eficientes de reciclaje de materiales sensibles, por ejemplo—. Todo eso sin siquiera contemplar problemas que surgen a partir de la minería necesitada para producir las baterías de esos autos: uso excesivo de agua, violación a derechos humanos, etcétera. Por otro lado, este impacto “positivo” sólo es posible si la electricidad que se usa en el país donde es usado viene de fuentes limpias. 

La clave estará en los materiales

Considerando todo lo anterior, al final del día un auto eléctrico contamina más o menos dependiendo del país en el que se produce y se utiliza. Esto tiene que ver también con la forma en que se extraen, utilizan y reciclan materiales de alta especialización para la fabricación de sus componentes. El litio—que a últimas fechas ha sonado muchísimo en México por el interés del gobierno de nacionalizar su producción—que es fundamental para elaborar las baterías que usan autos eléctricos no está libre de polémica. Por ejemplo, si se llegan a contaminar mantos acuíferos alrededor de yacimientos de este mineral, los impactos en comunidad aledañas pueden ser catastróficos. Algo similar sucede con el cobalto, que suele ser extraído en condiciones infrahumanas, empleando muchas veces mano de obra infantil, y cuya presencia en el ambiente puede resultar letal para un ser humano.

No se trata nada más de empujar una transición hacia la producción y venta de autos eléctricos, como parece querer el documento firmado en la COP26. Estamos frente a una industria compleja que no puede ofrecer una solución única. La así llamada “electromovilidad” requiere de esfuerzos que vayan mucho más allá de cambiar hábitos de consumo. Se necesita transitar hacia modelos de producción y manufactura genuinamente “verdes”, más allá de etiquetas y buena publicidad. Para que no salga, como se dice coloquialmente, más caro el caldo que las albóndigas. 

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