En las últimas semanas, la iniciativa de reforma constitucional en materia energética concentró los reflectores del país. En esta coyuntura y en el debate que se desarrolle a partir de ella, es preciso tener presente que uno de los objetivos de la transición energética que estamos por atravesar debe ser la democratización del acceso a la energía. Tenemos que hacer frente a la creciente escasez de combustibles fósiles a nivel global, y necesitamos combatir la crisis social y ambiental que experimentan sociedades y ecosistemas. En este contexto, una de las estrategias que pueden ayudarnos es la generación distribuida. La propuesta es que, como usuarios domésticos y pequeñas industrias o negocios, podamos convertirnos en productores y consumidores de nuestra propia energía, y promover al mismo tiempo una mayor participación de fuentes renovables en la matriz energética. La forma más común es instalar paneles solares en los techos de las casas, pero hay muchas otras alternativas, en particular para las comunidades rurales aisladas.
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¿Dónde nos encontramos?
En México, 10 millones de personas no tienen un acceso adecuado a la electricidad y 28 millones no disponen de tecnologías para cocción sin humo. Más aún, 75% de la población rural vive en condiciones de pobreza energética, pese a contar con abundantes recursos renovables locales como energía solar, eólica y biomasa, entre otras. Pobreza energética significa que se carece de fuentes de energía y tecnologías adecuadas para cubrir necesidades básicas tales como la cocción de alimentos, el calentamiento de agua, y la calefacción, así como electricidad para iluminación, refrigeración, confort térmico, bombeo de agua y otros usos.
La desigualdad en el acceso a la energía es resultado del modelo de generación centralizado basado en grandes plantas que queman sobre todo combustibles fósiles y, en los últimos años, de dar prioridad al desarrollo de megaproyectos de energía renovable que sólo han beneficiado a grandes empresas y corporaciones internacionales. Este modelo ha demostrado su incapacidad para satisfacer las necesidades energéticas de los sectores más vulnerables, produce enormes cantidades de gases de efecto invernadero, y, por su naturaleza extractivista, promueve la destrucción y el deterioro de cientos de especies y ecosistemas.
Entretanto, hace falta desarrollar las abundantes fuentes locales y renovables de energía para impulsar actividades productivas a nivel comunitario. Esto es importante, pues al no poder generar empleos en sus lugares de origen, los habitantes de muchas localidades se han visto forzados a migrar y a aceptar pésimas condiciones de trabajo para subsistir.
¿Qué es la generación distribuida?
La generación distribuida es la que produce energía en el sitio donde se consume, mediante múltiples fuentes. Una de sus principales ventajas es que se trata de sistemas no centralizados, capaces de aprovechar una amplia gama de energías renovables. Esto es posible gracias a ecotecnologías como cocinas solares, aerogeneradores, bicimáquinas, termas solares, ruedas hidráulicas, paneles solares, bombas solares e hidráulicas, biodigestores, aerobombas y deshidratadores solares, entre muchas otras.
Este esquema de generación de energía tiene un enorme potencial para atender algunas de las problemáticas y necesidades más urgentes de esta época. En México, implementar la generación distribuida basada en fuentes renovables contribuiría a mitigar los efectos del cambio climático; frenaría la destrucción del medio ambiente derivada de la extracción de combustibles fósiles; mejoraría la salud y calidad de vida de la población; promovería la autogestión y la autonomía de comunidades tanto en el campo como en la ciudad; serviría como herramienta para garantizar el acceso a la energía de sectores que hoy viven en condiciones de marginación; y reduciría los montos de las tarifas eléctricas.
Sin embargo, para que los sistemas de generación distribuida respondan verdaderamente a las necesidades de las poblaciones, se debe producir un diálogo de saberes. En otras palabras, los usuarios finales deben participar en la formulación, diseño, construcción, implementación, capacitación de uso, mantenimiento, retroalimentación y validación de los proyectos. Si los sistemas de generación distribuida se implementan en condiciones de horizontalidad y co-construcción, individuos y comunidades podrán satisfacer necesidades domésticas y productivas, se apropiarán de los conocimientos tecnológicos, fortalecerán su autonomía, y serán más resilientes frente a la variabilidad climática.
En México, más de 213 mil casas, negocios y pequeñas empresas generan energía distribuida, de acuerdo con los datos sobre “Centrales Eléctricas de Generación Distribuida” de la Comisión Reguladora de Energía (CRE). La capacidad instalada de los sistemas de energía distribuida de electricidad es de 1.5 GW, el equivalente a aproximadamente dos centrales grandes de generación termoeléctrica de la CFE. Esta cifra representa un 20% de la energía solar fotovoltaica, y menos de 1% de toda la energía en la matriz energética.
Energía y electricidad para todos
En distintas partes del mundo, la generación distribuida va en aumento. Su creciente popularidad está relacionada con el hecho de que dispositivos como los paneles solares se han hecho más baratos en las últimas décadas, y a que se han resuelto las limitaciones técnicas y legales de las que depende su implementación.
Además de democratizar el acceso a servicios energéticos basados en fuentes renovables, la generación distribuida ha demostrado ser capaz de fomentar el desarrollo de “comunidades de energía”. Prueba de ello son cooperativas como Som energia, en Cataluña, España, la cual fue fundada hace más de diez años con el objetivo de ofrecer a sus socios energía de fuentes cien por ciento renovables a precios similares a los de la energía convencional. Hoy, Som Energia tiene proyectos de autoproducción en 9 regiones de España.
En el caso de México, el debate actual sobre el modelo energético abre una valiosa oportunidad para impulsar la generación distribuida basada en fuentes renovables. Hacerlo nos beneficiará a todos, mejorará la salud de los ecosistemas, y nos permitirá caminar hacia una transición energética justa y sustentable.
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Omar Masera Cerutti es investigador del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la UNAM, donde dirige el Grupo de Innovación Ecotecnológica y Bioenergía, y coordina el Clúster de Biocombustibles Sólidos. En la actualidad, es uno de los coordinadores del Programa Nacional Estratégico de Energía y Cambio Climático de Conacyt.
Andrea González Márquez se especializa en divulgación científica y cultural. Colabora en el Pronaces de Energía y Cambio Climático de Conacyt.