En las últimas décadas, hemos sido testigos del empobrecimiento y abandono del campo mexicano, y, al mismo tiempo, cada vez más especialistas nacionales e internacionales coinciden en que el futuro es rural. Detrás de esta aparente contradicción se encuentra la crisis del modelo actual: urbano, industrial, centralizado, globalizado y basado en combustibles fósiles. Sus estragos se observan ya tanto en el cambio climático como en las crecientes tasas de desigualdad y violencia. La lección es clara: para tener un futuro, nuestras sociedades deberán ser más locales, autogestivas, democráticas, diversas y equitativas. Es aquí donde entran las poblaciones rurales, pues poseen una altísima diversidad biocultural y un acervo enorme de recursos naturales renovables. Para mejorar la calidad de vida de sus habitantes y para reducir el impacto al medio ambiente, existe una solución integral: los Sistemas Energéticos Rurales Sustentables (SERS).
Facetas de la problemática
Las zonas rurales han sido marginadas de modo sistemático por el modelo de desarrollo económico actual, y enfrentan por ello diversos problemas.
Notemos en primer término que el sector rural está compuesto por 29 millones de habitantes, distribuidos en más de 200 mil localidades a lo largo y ancho de todo el país. Las poblaciones rurales poseen una enorme riqueza en términos culturales y de biodiversidad. Paradójicamente, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), 57% de la población rural vive en pobreza y 17% vive en pobreza extrema.
Varios factores han contribuido a esta situación. Por un lado, el modelo de desarrollo ha sido de tipo extractivista y las ha convertido en zonas de sacrificio. Esto ha ocurrido no sólo en el caso del agua y la explotación de minerales, sino de manera creciente con grandes empresas de energías renovables, como la eólica y la solar, donde las comunidades aportan sus terrenos, se empobrece su calidad de vida, y no obtienen energía de los proyectos para el desarrollo de sus comunidades.
Por otro lado, el campo ha sido el foco de políticas asistencialistas de parte del Estado, orientadas a mantener en él un estilo de vida y de producción de subsistencia. No se ha trabajado de modo suficiente para garantizar la viabilidad comercial de la actividad agrícola y artesanal de pequeña escala.
Como consecuencia, las zonas rurales son vistas como un reservorio de mano de obra barata, y se han convertido en enclaves del narcotráfico. Dominan en ellos la pobreza, la migración y la violencia, y aumenta rápidamente la cifra no sólo de conflictos socioambientales, sino de defensores ambientales asesinados.
Energía para catalizar un desarrollo más sustentable
La energía proporciona el acceso a servicios básicos capaces de mejorar la calidad de vida de las comunidades rurales. Puede ayudar no sólo a satisfacer necesidades humanas básicas, sino a impulsar usos productivos y cubrir necesidades sociales.
Esto es lo que sabemos de las necesidades energéticas en el sector rural: 72% se cubren con leña, 12% con electricidad y 13% con gas LP. Más aún, en el sector residencial rural los usos térmicos son responsables del 88% de la demanda energética. De dichos usos, 97% corresponde a cocción y 3% a calentamiento de agua.
La situación es muy diversa en distintas zonas del país. En el sur domina el uso de leña para cocción de alimentos, y se relaciona con un menor acceso a electrodomésticos y servicios de electricidad. En el centro los principales usos finales son cocción y calentamiento de agua. Por su parte, en el norte hay una mayor diversidad: cocción, calentamiento de agua, enfriamiento, refrigeración y calefacción.
Las carencias experimentadas por los pobladores rurales saltan a la vista en otros tipos de análisis. Más del 80% carece de acceso a calentadores de agua, y casi 70% usa leña para cocinar en fogones abiertos, lo que ocasiona diversos problemas de salud.
Una solución integral
Garantizar el acceso adecuado a la energía en zonas rurales para mejorar el bienestar colectivo requiere de una estrategia que atienda tanto sus necesidades como los problemas que enfrentan en la actualidad. En primer lugar, serán necesarios proyectos a escala pequeña y mediana, con tecnología nacional, gestionada por las comunidades o cooperativas locales, cuidando los recursos naturales, y garantizando que los beneficios se queden en el lugar. En segundo lugar, su diseño e implementación debe ser participativo, por medio de un “diálogo de saberes”, y su estrategia debe basarse en múltiples fuentes y tecnologías adecuadas a los diversos contextos bioculturales. Por último, los proyectos deben formularse desde un nuevo paradigma que priorice la justicia ambiental y la paz social. Todas ellas son características de los Sistemas Energéticos Rurales Sustentables (SERS).
Los SERS se constituyen a partir de un conjunto de ecotecnologías integradas de manera que puedan generar, transformar, almacenar y distribuir energía para satisfacer las necesidades energéticas en el sector doméstico y productivo de zonas rurales. Su objetivo es conseguirlo de manera eficiente y accesible, respetando los recursos naturales locales disponibles, así como los usos y costumbres de cada localidad. Para ello, consideran esencial la participación de los pobladores locales, desde el diseño hasta el monitoreo.
La gama de fuentes y ecotecnologías empleadas por los SERS es muy amplia. La energía solar puede usarse en hornos, estufas, calefacción, calentadores, secadores de alimentos, baterías y sistemas fotovoltaicos. La biomasa sólida puede aprovecharse en hornos y estufas de leña, calentadores de agua, calefacción y para producir gas a través de biodigestores. Pueden participar también la energía eólica e hidroeléctrica. Esta gama tiene un enorme potencial no sólo para apoyar la actividad agrícola, sino para brindar servicios comunitarios y servicios a viviendas, clínicas, escuelas y centros productivos de pequeñas empresas rurales.
Por último, es importante destacar que los SERS implican mucho más que la instalación de ecotecnologías. Un gran problema de los programas actuales de ecotecnologías energéticas es que están centrados en instalar sistemas y dispositivos en las comunidades sin preocuparse por su posterior uso y mantenimiento. Sin embargo, se ha demostrado que para garantizar la adopción a largo plazo de los dispositivos los programas deben incluir: la identificación participativa de problemas y necesidades; la co-creación, demostración y uso de opciones; esquemas de financiamiento para las familias más vulnerables; el seguimiento, monitoreo, evaluación y capacitación en el uso de ecotecnologías; y la formación de cadenas de suministro y redes locales de fabricantes e implementadores.
Horizontes de una nueva ruralidad
En el futuro, el sector rural tendrá un papel esencial. Entretanto, tenemos mucho que hacer para romper con la inercia del modelo de desarrollo que ha colocado al campo en la situación de pobreza, violencia e inseguridad en la que se encuentra ahora.
Transitar hacia un estilo de vida más local, autogestivo, democrático, diverso y equitativo no será posible si no tomamos medidas en múltiples frentes. Debemos respetar a las instituciones locales y a los territorios, con modelos de gobernanza real local. Es preciso alcanzar un uso armónico del territorio y una relación balanceada entre el campo y la ciudad. A nivel local, y con recursos energéticos locales, se deben generar oportunidades de empleo, educación y mercados. Necesitamos impulsar esquemas de producción agroecológica, con ecotecnologías, y, al mismo tiempo, debemos conservar el patrimonio cultural, el pluralismo y el diálogo de saberes. En este contexto, los SERS pueden ponernos en el camino de una nueva ruralidad sustentable.
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Omar Masera Cerutti es investigador del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la UNAM, donde dirige el Grupo de Innovación Ecotecnológica y Bioenergía, y coordina el Clúster de Biocombustibles Sólidos. En la actualidad, es uno de los coordinadores del Programa Nacional Estratégico de Energía y Cambio Climático de Conacyt.
Andrea González Márquez se especializa en divulgación científica y cultural. Colabora en el Pronaces de Energía y Cambio Climático de Conacyt.