Por Ana De Luca
El fin de semana los medios estadounidenses anunciaron el triunfo de Biden, luego de unas elecciones que nos mantuvieron mordiéndonos las uñas; vaya, con el “Jesús en la boca”, ante la posible reelección de Trump. Y no solamente en México: los ojos de todo el mundo estaban puestos en esta elección ya que el rumbo que toma Estados Unidos en materia social, económica, política, cultural y científica impacta prácticamente en la totalidad del globo.
Ése es el caso del cambio climático que dejó de ser una amenaza futura y se convirtió en una aguda y letal realidad y que requiere el compromiso de muchos países, pero sobre todo el de Estados Unidos, el segundo país que más emite gases de efecto invernadero. Por lo tanto, lo que haga o deje de hacer nuestro vecino del norte tiene implicaciones planetarias.
El lío que dejó Trump
El 4 de noviembre Estados Unidos abandonó el Acuerdo de París, una promesa de campaña de Trump que apenas se ve materializada. Desde un inicio, Trump declaró la guerra contra las negociaciones internacionales por sentir que otros países, particularmente China, sacarían ventaja de los acuerdos mientras que para Estados Unidos representaba una amenaza a la productividad y a la competitividad económica.
Sin embargo, salirse del Acuerdo de París no fue la única decisión problemática de la administración de Trump en cuanto a temas ambientales. Más de 70 reglas y regulaciones ambientales fueron revertidas o revocadas bajo su mandato. Y además de esto, como negacionista del cambio climático, legitimó un discurso anticientífico que tenía poca fuerza para convertirse en un movimiento con muchos seguidores.
Altas expectativas sobre Biden
Hay altas expectativas sobre el papel que tendrá la presidencia de Biden en temas climáticos a nivel mundial. Este fin de semana pudimos ver imágenes de gente llorando, abrazándose, llenos de esperanza por el futuro que Biden podría construir. No es cosa menor querer un nuevo gobierno que asuma una postura responsable frente al cambio climático, más aún cuando ya se expresan con contundencia los embates del cambio climático y del deterioro ambiental en el propio territorio estadounidense. Ejemplo de ello son los devastadores incendios forestales en la costa oeste de los últimos meses.
No solamente se espera que Biden regrese al Acuerdo de París, como prometió, sino que resuelva la crisis climática a nivel mundial, lo cual es pedirle demasiado a un hombre, aun cuando aparenta ser el más poderoso del planeta.
Y si bien el regreso al Acuerdo de París será de las primeras acciones de Biden, en realidad este acto es más simbólico que otra cosa. El Acuerdo de París pretende limitar los niveles de contaminación para que el aumento de la temperatura global no supere los 2 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales. Sin embargo, no requiere que Estados Unidos haga nada; de hecho, ni siquiera es un tratado. Es un acuerdo no vinculante que invita a los países a desarrollar sus propias estrategias de mitigación y adaptación, y los alienta a que propongan sus propias contribuciones, pero no los puede forzar a cumplir con sus compromisos. Para ponerlo de forma simple: un país podría tener cambios sustanciales en sus prácticas de producción y disminuir sus gases de efecto invernadero sin ser parte del Acuerdo, de la misma forma que se puede ser parte del Acuerdo sin tener un compromiso real. Eso explica que nuestro país o Brasil sean parte del Acuerdo.
Contrario a lo que se cree, las negociaciones y conferencias climáticas lejos de hacernos avanzar hacia cooperación internacional en materia climática son un mero “performance” en donde la ONU funge como el teatro en el que no pueden faltar los “malos” como Trump, Putin, y Bolsonaro, y los “buenos” que en esto caso serían los países pobres que utilizan el discurso de su pobreza para desvincularse de cualquier compromiso robusto contra el cambio climático, y en realidad no terminan por hacer nada ni por la pobreza ni por el cambio climático. Así como en una función de teatro, una vez que termina el espectáculo, los actores regresan a sus casas a seguir con su vida cotidiana.
El reto climático excede las posibilidades de Biden
Depositar nuestra esperanza sobre el futuro climático en el triunfo de Biden sería ingenuo. El reto de Biden es más grande de lo que él podrá y querrá lograr. En primer lugar, no será tarea sencilla que Estados Unidos recupere credibilidad y liderazgo. Después de tener un presidente que no asumió responsabilidad de sus emisiones, que se burló de la ciencia climática, que no quiso cooperar con el mundo, ¿de qué manera podrá ejercer liderazgo, vigilar y hacer demandas a otros países?
En segundo lugar, el plan de Biden está basado en arreglos de mercado y en apostarle a las soluciones basadas en el desarrollo de tecnologías verdes. Es decir, su plan no examina las causas subyacentes del calentamiento global y apuesta por un crecimiento que sigue el modelo de producción y consumo capitalista, el verdadero culpable de la crisis ambiental global en la que nos encontramos.
En tercer lugar, muchos de los países que firmaron el Acuerdo no hacen más que simular preocupación, auto-congratularse por estar alineados moralmente con los temas del siglo, pero a la mera hora hacen poco por llevar a cabo medidas reales para combatir el cambio climático. En ese sentido, los gobiernos demócratas son expertos en empaquetar en discursos políticamente correctos las mismas prácticas que cínicamente llevan a cabo los republicanos.
Para que Biden pueda enfrentar con seriedad la crisis climática, así como otras amenazas contemporáneas, se requieren marcos éticos radicalmente nuevos para cambiar las estructuras existentes que explotan la naturaleza, los animales y los humanos. El reto al que nos enfrentamos como humanidad excede las posibilidades de Biden; sabemos que seguirá apostado por un sistema donde lo económico siempre triunfará por encima de la justicia ambiental y social.
Por último, imaginar que se podría lograr esto sería tarea difícil en cualquier otro momento, pero en tiempos de pandemia y en la post-pandemia será prácticamente imposible: todo adquirirá un carácter prioritario menos los problemas ambientales que aquejan al mundo.
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Ana De Luca es doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Tiene una maestría por la London School of Economics and Political Science en Desarrollo y Medio Ambiente; asimismo, una licenciatura en Relaciones Internacionales por la UNAM. Es parte de la Red Nacional de Investigación sobre Género, Sociedad y Medio ambiente; asimismo, es co-autora y coordinadora de varios libros relacionados a medio ambiente e igualdad de género. Es editora de la sección de medio ambiente de la revista Nexos.
Twitter: @anadeluca21