Por Ana De Luca y José Luis Lezama
La mañana del 22 de abril, el Día de la Tierra, a Joe Biden le invadía una especial ansiedad; no era para menos, todo un mundo de expectativas, de promesas, y de fantasías parecían a punto de hacerse realidad. Biden sabía que el mundo aguardaba por él, que todos esperaban su palabra. Esa mañana era su gran Gala, daría ese anuncio esperado por el mundo, Urbi et Orbi. La cumbre climática virtual convocada y liderada por Estados Unidos en el Día de la Tierra fue el momento idóneo para que Biden le compartiera al mundo de manera triunfante el compromiso de su administración de reducir las emisiones de CO2 de Estados Unidos a la mitad para 2030. Para Biden, este día no era un evento más, su anuncio fue el testimonio de un hombre mostrándose decidido a salvar al planeta de la catástrofe anunciada, del fin del mundo. Sabía que con este acto sería el retorno de su país a la ruta del “bien” y se posicionaría como el presidente bueno, en oposición al malo de Trump, convirtiéndose así en el nuevo mesías climático.
Este acontecimiento, junto con el regreso al Acuerdo de Paris en el primer día de su mandato, es un intento de Biden de tomar por asalto a la comunidad internacional y posicionar a Estados Unidos como líder en la lucha climática y, por tanto, como un nuevo líder moral. A simple vista esto tendría que ser necesariamente una buena noticia, Biden nos estaría encaminando hacia la ruta correcta de salvación ante la inminente debacle climática, quizá esta vez Estados Unidos habría aprendido de sus errores históricos, ¿no? ¿Qué más querríamos nosotros que creer incrédulamente en este discurso y poder dormir mejor de noche? Es tiempo de quitarnos los anteojos de la ingenuidad y reconocer que estamos en la antesala de una nueva era ecológica del capital y una forma en la que Estados Unidos ha enverdecido su manera de dominar.
La agenda climática de Biden: una agenda económica
Durante esta cumbre climática, reunión preparativa para la COP26 en Glasgow, además de compartir su gran anuncio, Biden invitó a los líderes del mundo a seguir sus pasos, a sumarse a su gran cruzada por la salvación planetaria, incitándolos a mayores ambiciones en sus propuestas climáticas para evitar la subida de la temperatura promedio planetaria en no más de 2 grados Celsius respecto a los niveles preindustriales y, de ser posible, lograr el sueño imposible: la gran meta aspiracional del 1.5.
La promesa de Joe Biden de disminuir a la mitad las emisiones de GEI es uno de los objetivos más ambiciosos para un país desarrollado. La Unión Europea ha ofrecido reducciones del 55% con base a 1990 y el Reino Unido 68% a 2030 y 78% a 2035; China aún no se ha expresado para 2030, proponiendo cero carbono para 2060. Además de esto, en la cumbre, Biden prometió duplicar la ayuda financiera para los países en desarrollo que ya están sufriendo los embates climáticos. Parte de esta ayuda implica “trabajar” con estos países para promover energías renovables. Ahí es en donde empieza a parecer menos la propuesta desinteresada y más el negocio de un mundo enverdecido por el capital. Y es que, para Biden, su agenda climática es su agenda económica, y la reactivación económica va a estar basada en crear empleos a través de la infraestructura, gran parte de ella dedicada a la creación de energías renovables. Las energías renovables en la propuesta de Biden no son para evitar el calentamiento global, ni mucho menos para salvar al planeta; son una propuesta para salvar al sistema capitalista cuyo principal beneficiario son los consorcios económicos a los que con tanto esmero sirve la clase política de Estados Unidos.
Enverdeciendo el dominio
La agenda climática del presidente Biden no es en esencia una agenda ambiental, es en realidad una propuesta de reactivación económica post-pandémica. Su intención no es cambiar el sistema que está dando pie a la debacle ambiental, sino darle continuidad a la agenda económica del capital puesta en escena por medio de una poderosa agenda política cuyo fin es apuntalar y perpetuar el sistema capitalista, un sistema capitalista coloreado en verde para reafirmar y reproducir in aeternum el poder y la supremacía estadounidense. Su gran proyecto pretende, por una parte, el mantenimiento y reproducción del orden capitalista y su relación utilitaria con la naturaleza y, por otra parte, que esto continúe ocurriendo bajo la égida del imperio americano. La sostenibilidad que Biden tanto procura, implica “sostener” el sistema moderno de relación y explotación de la naturaleza de humanos y no humanos. Su intención es modernizar este sistema para con ello asegurar el aprovisionamiento de materias primas que demanda de manera infinita, para alimentar un sistema febril de producción y consumo de manera perdurable, comandado por la economía estadounidense, por sus consorcios globales, sus grandes empresas trasnacionales que han convertido a todos los ciudadanos del mundo en consumidores de sus productos y servicios, extrayendo riqueza de todos los rincones del planeta, y haciendo de todos nosotros siervos de un novedoso orden feudal moderno. Esos nuevos señores feudales que rigen y simbolizan la economía del periodo actual como Bill Gates, Jeff Bezos, Elon Musk, M. Zuckerberg, que se hacen más ricos y proliferan a costa de la gente, de la naturaleza, que se benefician de este momento de crisis, que quieren mantener este mundo incendiado de tanto progreso material vacuo, benéfico sólo para unos cuantos. No es accidente que se han hecho más grotescamente ricos en la pandemia.
Las propuestas del presidente Biden, que siguen y amplían las del expresidente Obama, son hoy día las que más convienen y mejor representan los intereses de la economía americana, constituyen la propuesta estadounidense para el periodo ecológico del capital, para capitalizarlo. Se trata de enverdecer el discurso y la economía, enverdecer la política, enverdecer la ideología, enverdecer la gran narrativa del periodo actual de la modernidad, enverdecer el sometimiento que padecen humanos y no humanos, enverdecer la pobreza, enverdecer la vida precaria y miserable que viven miles de millones de seres en el mundo.
Esta nueva era de Estados Unidos con Biden, aparentemente distinta a la administración anterior, como bien lo argumenta Lohmann, pasó de pensar en los mexicanos y en los Otros como el enemigo externo a pensar que el CO2 es el enemigo que hay que combatir. Emergiendo el CO2 como el gran satán, un enemigo que se proyecta con números y tablas y se resuelve con tecnologías, es decir, con los mismos métodos que provocan la crisis, en realidad nada hace por proponer nuevos mundos, por dinamitar los sistemas sociales, económicos y políticos que nos han llevado a este estado de precariedad, de deshumanización, y de infinita barbarie y su exitosa producción de miseria.
La agenda climática del presidente Biden —es decir, su agenda económica— constituye la puesta en escena de ese gran proyecto modernizador ambiental para hacer rentable la economía verde, para continuar con los mismos valores que destruyen a la naturaleza y para adaptar el capital a los tiempos ecológicos y a los valores del siglo y hacer durable la relación devastadora del capital con la naturaleza. Con esta agenda, la economía estadounidense florece, renueva su dominio global; lo que aparenta ser un proyecto bienintencionado de cooperación internacional, de amistad, de esperanza para el futuro, en realidad afianza el poder y reafirma el control de Estados Unidos sobre el resto del mundo.
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José Luis Lezama y Ana De Luca son fundadores del Centro de Estudios Críticos Ambientales ¨Tulish Balam”.
Twitter: @C_TulishBalam