Por José Luis Lezama y Ana De Luca

El domingo sonó de nuevo la alerta ambiental en la capital del país; pero lo hizo de manera dramática, un gran recordatorio para hacernos conscientes del aire infectado que respiramos cotidianamente. Más sorprendente aún, porque creíamos o queríamos creer que, con la pandemia, el aire había mejorado. La noticia fue una especie de cubetazo de agua fría a nuestras consciencias domesticadas por una ideología y una mercadotecnia gubernamental que quiere convencernos de que el aire de la ciudad ha mejorado sustancialmente en los últimos años. A pesar de las voces triunfantes de quienes predican su buena calidad, el aire metropolitano sigue siendo motivo de gran preocupación. El aire que respiramos es  uno de los más malsanos del mundo. La autoridad ambiental de la ciudad anunció concentraciones de partículas PM10 arriba de los 600 puntos, algo superior a los peores momentos de inicio de los años noventa cuando caían del cielo pajaritos muertos y la Ciudad de México gozaba el dudoso privilegio de contarse entre las cinco ciudades más contaminadas del mundo.

¿Qué son las partículas PM10? 

Las partículas PM10 son sustancias inhalables suficientemente pequeñas como para penetrar la región torácica del sistema respiratorio. Un principio básico de la toxicología es que la duración de la exposición a un material tóxico, junto con su concentración, determina la gravedad de sus efectos. En otras palabras, cuanto más tiempo esté expuesto un individuo a una sustancia tóxica, más probabilidades tendrá de sufrir daños. Los efectos sobre la salud pueden ser de corto y largo plazo. La exposición a altas concentraciones de PM10 puede resultar en una serie de impactos en la salud que van desde tos y ojos rojizos (efectos de corto plazo) hasta ataques de asma y bronquitis, enfermedades cardiovasculares como presión arterial alta, ataques cardíacos, cáncer de pulmón, derrames cerebrales y muerte prematura (efectos de largo plazo). Nótese, por cierto, que las PM10 son una de cientos de sustancias químicas que inundan nuestros cielos, muchas de ellas ni siquiera reconocidas en la política pública.

Violencia lenta 

Las sustancias tóxicas van depositándose gradualmente y causando daño en los cuerpos a lo largo de nuestra vida. Estos tóxicos van ingresando lentamente en nuestro cuerpo, acumulando daños con el tiempo y haciendo más difícil de localizar la culpa epidemiológica. No porque sea lento, y en ocasiones imperceptible, el proceso deja de ser desastroso e indignante. 

Se ha construido mediáticamente una idea de que los desastres naturales son eventos avasalladores repentinos, con una expresión temporal y espacial acotada de manera estricta. Pero los desastres también pueden ser prolongados por el tiempo, y crear los mismos “mundos de muerte“. Este fenómeno, que Nixon llamó ¨violencia lenta¨, es un tipo de violencia que ocurre gradualmente y fuera de la vista; una violencia de construcción tardía, minuciosa y efectiva, que se dispersa espacial y temporalmente; una violencia de desgaste, una especie de guerra prolongada, que típicamente no se ve, que  invisibiliza su carácter violento. De acuerdo con Nixon, la violencia suele ser representada como un evento inmediato y explosivo. Sin embargo, la violencia lenta —como es el caso de la paupérrima calidad del aire en la CDMX— que va acumulando tóxicos en nuestros cuerpos, sustancias nocivas, también va sedimentando en nuestros cuerpos y en nuestras conciencias la idea de que esto no es un desastre, de que no es violencia, de que estos niveles de contaminantes que tiene la ciudad no son un acto criminal que, además, tiene responsables.  

La contaminación del aire, así como otros desastres ambientales como es el cambio climático, la deforestación, las secuelas radiactivas de las guerras, la acidificación de los océanos y otros que se desarrollan lentamente, se van manifestando gradualmente; deteriorando vidas poco a poco. Nos va preparando para una muerte anticipada. Estas formas de deterioro ambiental son una forma de violencia, una manera en la que estamos siendo quebrantados, nuestros cuerpos vulnerados, y como se van dispersando en el tiempo, no suelen ser identificadas como formas de violencia. A las violencias vertiginosas, que no son lentas las podemos denunciar y señalar, hacer responsables a quienes fueron negligentes. A esta otra, como una carcoma que corroe sin prisa en tiempos dilatados, nadie presta atención; de hecho, se oculta en lo cotidiano y en la normalidad

Viviendo y gobernando la precariedad

La contaminación por ozono sigue violando las normas una gran proporción de los días del año. Las emisiones totales de contaminantes se cuentan por millones de toneladas y, además de los contaminantes criterio sobre los que se toman la parte fundamental de la política de control de la contaminación, están los contaminantes tóxicos que continúan siendo la gran amenaza a la salud de los habitantes de la CDMX y sus alrededores, sin recibir la atención que su gravedad exige. Las normas ambientales, además de laxas, no se cumplen. Nuestras esperanzas para resolver esta contingencia se han degradado a tal punto que terminan puestas en el poder del viento y la lluvia: Ehécalt, dios del viento, y Tláloc, dios de la lluvia, parecieran nuestra única esperanza de salvación. 

La Ciudad de México ha sido de las ciudades más estudiadas con respecto a la contaminación, y de ahí han salido investigaciones que han propuesto una serie de estrategias. Con el conocimiento existente actualmente se pueden tomar decisiones para corregir el problema que no se toman por falta de voluntad pero, sobre todo, por falta de capacidad política para mover las fuerzas sociales y políticas necesarias para enfrentar a los factores de poder responsables del aire malsano que respiramos. Sabemos quienes son los responsable, basta echar una mirada a los inventarios de emisiones para saber cuales son los agentes económicos y sociales detrás de las sustancias químicas que infectan los aires de la metrópoli.

mala calidad del aire

Imagen: Pixabay

Los gobiernos nos han acostumbrado a vivir en la precariedad. Se administra la precariedad; se gobierna la precariedad. Nos acostumbramos a esta aberrante y perversa “realidad” de la Ciudad de México en la que las degradantes condiciones de vida se endulzan con el sabor de una supuesta y manipulada mejora del aire, situación de la que solamente pueden escapar los que gozan del privilegio de las casas de campo, de los purificadores de aire y de otras bondades que obsequian los privilegios. Esta situación legitima y normaliza la degradación perpetua, la muerte cotidiana, la cancelación de toda esperanza

Lo que tenemos hoy en día es una gran representación teatral, una orquestada simulación que oculta la violencia sistemática que supone exponernos a tóxicos de manera prolongada, una puesta en escena que enmascara la negligencia por parte de los funcionarios de todos los partidos gobernantes a través de los años, y que oculta y solapa a los grupos económicos responsables, quienes lucran con los riesgos a los que nos exponen. Se nos trata de ocultar que este aire que destruye nuestra calidad de vida, este aire infestado de tóxicos, nos expone a una muerte minuciosa y certera. 

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José Luis Lezama y Ana De Luca son fundadores del Centro de Estudios Críticos Ambientales ¨Tulish Balam”.

Twitter: @C_TulishBalam

 

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