Por Esteban Illades

Te habrás enterado, querido sopilector, que el expresidente Vicente Fox volvió a dar de qué hablar este fin de semana. No por el hecho de que alguien lo fotografió en piyama en la fila del bufete de un hotel de Las Vegas, sino por el escándalo que armó respecto a su seguridad.

Fox recurrió a su medio de comunicación favorito, Twitter, para denunciar que un “comando armado” –después dijo que dos– había intentado entrar a su casa. De paso, aprovechó para intentar raspar a Andrés Manuel López Obrador y culparlo en caso de que sucediera algo.

Horas más tarde se supo la verdad: los dos supuestos “comandos armados” no eran tal. Uno se trataba de los guardaespaldas de los novios que iban a celebrar una boda en el rancho de Fox –que se renta para bodas, bautizos y casi cualquier cosa–, y el otro era un cazatesoros –tal cual– que buscaba un baúl enterrado en la propiedad del expresidente.

Fox, sin embargo, obtuvo protección de López Obrador, quien le había quitado la seguridad a todos sus antecesores vivos: Luis Echeverría, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña –aunque este último nunca la tuvo, porque al momento de convertirse en expresidente AMLO decretó el fin de la protección.

Cuando se le regresó la seguridad, Fox cambió de tono: de insultar casi diariamente al presidente, agradeció la respuesta de una manera no característica, con sensatez.

Sirva este episodio para entrar a un tema que hay que discutir: el papel de los expresidentes mexicanos.

Luis Echeverría no figura por tener 97 años y llevar décadas alejado del ojo público. En varios intentos, distintas organizaciones no gubernamentales buscaron llevarlo a juicio por la matanza de Tlatelolco, pero sin éxito alguno. En los primeros años después de su presidencia mantuvo influencia política, pero poco a poco fue desapareciendo. Hoy sólo aparece en las noticias cuando se rumora que ha muerto, como ocurrió el año pasado.

Carlos Salinas ha resurgido por ser el villano favorito de López Obrador. Para AMLO, Salinas es básicamente responsable de todo lo que ha salido mal en México desde 1988 hasta la fecha. “El innombrable”, como le dice López Obrador, no obstante, no ha entrado a la discusión. Periódicamente publica libros de casi 1,000 páginas sobre temas de política nacional, pero ni les hace promoción ni regresa al espacio público. Hoy en día vive en memes de derecha.

Ernesto Zedillo se fue de México después de la transición, y encontró trabajo como académico en Yale, universidad en la que se doctoró y en la que hoy dirige el Centro de Estudio de la Globalización. Asimismo es directivo de Citi, uno de los nueve bancos más importantes a nivel mundial. Apoya causas como la despenalización de las drogas, pero en general mantiene un muy bajo perfil.

Vicente Fox es quizás el más polémico de nuestros expresidentes: se ha aprovechado y servido con la cuchara grande de las pensiones a expresidentes y las ayudantías que se les otorgaban. Fox, como discutimos una vez aquí, empleó a los ayudantes –adscritos al gobierno, pagados con impuestos mexicanos– como agentes de ventas en su centro. También estuvo y está inmerso en diversos escándalos de enriquecimiento ilícito, al grado de que en la Fiscalía General hay un expediente congelado con su nombre. (Para mayor información, vale la pena leer Fox, negocios a la sombra del poder de Raúl Olmos.)

Aunque el otro que no se queda atrás es Felipe Calderón, quien también ama Twitter a niveles foxianos. Calderón vive en la red social, y últimamente la ha utilizado para pelearse con el gobierno actual, en particular con Manuel Bartlett, director de la CFE, la Comisión Federal de Electricidad. Retuitea y contesta todo el día; cuando no está ahí se le ve en eventos sociales o deportivos, como la Fórmula 1.

Por último está Enrique Peña Nieto, quien lleva tan poco tiempo fuera del poder que no ha tenido espacio para causar controversia aún. O bueno, quizás sí: se especuló en medios de comunicación que se había mudado a España, a la finca de un empresario español. Peña, por lo pronto, no da declaraciones ni utiliza sus redes sociales. Tampoco es que quiera hacerlo, de reaparecer en público sería un gran recordatorio de por qué tanta gente votó por AMLO.

El contraste entre los expresidentes es notorio: los que vienen de escuela priista se han alejado de los reflectores, porque así ha sido la tradición. Han sido raros los casos en los que ellos se hayan mantenido en el ojo público. Quizás el más notorio fue Gustavo Díaz Ordaz, quien fue nombrado embajador ante España, lo cual generó una crisis en el cuerpo diplomático mexicano.

En cambio, los expresidentes panistas caminan otro camino: ellos siguen opinando sin recato sobre la actualidad nacional. Serán sólo dos, pero Calderón y Fox hacen más ruido que todos los demás juntos.

Foto: AP

¿Es necesario que un presidente se retire al terminar su mandato? En Estados Unidos así lo dicta la costumbre: salvo para temas de gran trascendencia –como la catástrofe gubernamental que es Donald Trump–, los expresidentes se hacen a un lado de la esfera pública y participan en cuestiones privadas o iniciativas mundiales que persiguen causas de interés trasnacional: fin de la pobreza, fin del calentamiento global, por ejemplo. Su papel es más bien ceremonial en estos temas, pero el hecho de que apoyen, en particular si tienen altos índices de popularidad, ayuda.

Todos, por la misma tradición de Estados Unidos, inauguran su biblioteca presidencial a los pocos años de concluir el encargo. Ahí muestran papeles, documentos y objetos relacionados con su período en la Casa Blanca, entre otras cosas.

No así en México, como decíamos. Aquí es en parte porque los legados no han sido positivos. Ningún expresidente –tal vez Zedillo con la causa de la despenalización de las drogas, Calderón un poco con cambio climático– ha aprovechado su situación para promover causas en verdad trascendentales, o al menos no lo ha hecho con el poder que podría.

Al contrario, los expresidentes mexicanos, los que se alejan de la vida pública, se refugian en los bienes adquiridos tras su paso por la administración federal. Pero no parecen tener mayor interés en servir. Se declaran retirados y ya.

Y es válido, aunque decepcionante. Los que se quedan callados pasan al olvido, y los que abren la boca lo hacen para sostener rencillas, no para algo más provechoso. Siguen siendo ciudadanos, siguen teniendo derechos políticos como el resto de la población. Pero después de haber llegado a lo más alto del poder, nos muestran que sólo son hombres. Con los mismos intereses y las mismas limitaciones que cualquier otra persona. Con mayor influencia y por ello mayor decepción: están viendo y no ven, como dice el clásico.

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Esteban Illades

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