Por Mariana Pedroza
La historia de la humanidad está plagada de prácticas espirituales. De hecho, en la mayoría de las culturas preindustriales podemos encontrar tecnologías de lo sagrado; es decir, métodos para alcanzar estados de conciencia propicios para conectarse con lo divino y, en consecuencia, consigo mismos.
Tal es el caso del rezo, el ayuno o incluso de la flagelación cristiana, cuyo objetivo es alcanzar un estado místico; de la meditación y las técnicas de respiración del budismo, del hinduismo y el sufismo; de los ritos de iniciación o de paso de distintos pueblos indígenas –en donde suele haber privación de alimento, aislamiento o pruebas físicas–, del temazcal o del consumo de las plantas de poder –como la ayahuasca o el peyote– en contexto ceremonial.
Todas estas prácticas tienen al menos tres cosas en común: primero, resultan difíciles, dolorosas o incómodas para quienes las practican; segundo, colocan al individuo fuera de sí, en lo que el psiquiatra Stanislav Grof llamará un estado holotrópico, –que tiende hacia el todo–; y en tercer lugar, forjan el espíritu y vuelven más fuerte a quienes las atraviesan.
En la actualidad, la cultura occidental ha relegado casi por completo esta clase de prácticas. Sin embargo, estamos acostumbrados a ver en el cine personajes que se enfrentan consigo mismos, ya sea como parte de un entrenamiento o una prueba que han de atravesar para devenir héroes o guerreros.
Mi pregunta es: ¿estos episodios por los que pasan dichos personajes no emulan, en última instancia, dichas experiencias espirituales? Veamos algunos ejemplos:
Harry Potter poseído
Como bien se sabe, Harry está conectado psíquicamente con Voldemort, su gran enemigo, quien intenta en varios momentos penetrar su mente, pese a los intentos de Snape por enseñarle a proteger sus pensamientos con oclumancia. En Harry Potter y la Orden del Fénix (2007) hay un momento en el que Harry es poseído por Voldemort y tendrá que hacer uso de su fuerza mental (y conectar con el amor y la amistad, que es lo que lo distingue de Voldemort) para vencerlo.
Si usamos a Voldemort como una metáfora de los demonios interiores, lo que Harry estaría experimentado sería una lucha interna en un estado holotrópico, una especie de prueba que al vencerla fortalece su identidad y lo hace posicionarse frente al mal que lo posee.
Beatrice “Tris” Prior (Divergente, 2014) bajo el suero de la verdad
En la segunda entrega de esta saga (Insurgente, 2015), la protagonista debe someterse a un juicio en donde se le aplica un suero que la obliga a decir la verdad. Tris siente mucha culpa, entre otras cosas, porque mató a uno de sus compañeros en defensa propia en un momento en el que él no era consciente de sus acciones y, mediante este ritual –estando ella fuera su estado mental ordinario–, se ve obligada a confesarlo.
Una vez más, se puede ver la lucha interna en el personaje. Si bien el objetivo del juicio no era darle paz mental sino extraer información, si hacemos la analogía con los procesos de sanación asociados a las prácticas espirituales, en ese encaramiento consigo misma habría una invitación a enfrentar su propia historia, trascender sus sentimientos autodestructivos y reconciliarse consigo misma, como por fin lo hace en su última prueba de simulación en la que ha de enfrentarse contra su peor enemigo: sí misma.
Evey encarcelada (V from Vendetta, 2005)
Evey es capturada, encarcelada y torturada con el fin de que revele el paradero de V. En su tiempo en prisión, lo único que la mantiene con vida es la esperanza que le da una carta que encuentra en su celda en la que una mujer relata su vida. Finalmente, cuando es liberada, descubre que todo había sido un engaño de V para ayudarle a vencer su miedo y, de hecho, lo consigue, pues en ese pasaje se enfrentó con su propia muerte y encontró algo verdadero de sí misma, algo que valía más que su vida.
Las experiencias de muerte simuladas, ritualizadas o contenidas, son un común denominador en las prácticas espirituales. Para vencer un miedo hay que atravesarlo y para ello hay que conectar primero con él.
Se me ocurren muchos ejemplos más, desde Luke Skywalker en su entrenamiento con Yoda (Star Wars: Episodio V, El Imperio contraataca, 1980) en el que, para dominar la Fuerza –elemento ya en sí mismo espiritual– ha de adquirir fe, vencer las limitantes de su propia mente y conectarse con las energías de la naturaleza, hasta tantas pruebas por las que comúnmente han de pasar los superhéroes para poder ser considerados tales.
Estos ejemplos, no obstante, llaman particularmente mi atención porque, aunque estén asociados a peligros reales, son ante todo luchas internas en las que los personajes tienen que enfrentarse con algo de sí mismos y en las que salen de sí para volver después renovados y fortalecidos.
Desde esta perspectiva, vale preguntarnos también si no hemos descartado demasiado rápido las prácticas espirituales pues, más allá de las creencias religiosas suscritas o renegadas de cada quien, puede resultar sumamente útil y sanador enfrentarnos a nuestros propios miedos y conectar con nuestra propia fortaleza en un contexto ritual contenido para, más adelante, ser capaces de encarar de mejor manera las adversidades de la vida.
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Mariana Pedroza es filósofa y psicoanalista.
Twitter: @nereisima