Por Iván Cervantes Martínez y David Lameiras
El agua es un recurso, un bien común, un derecho, una sustancia y un medio. En la Zona Metropolitana de la CDMX es, también, un problema. Especialmente cuando la preceden palabras como disponibilidad, acceso o uso. No podemos dejar de pensarla en cuestión de su escasez, las disputas que origina y la falta de justicia en su distribución y uso.
Aquí nos tocó vivir
Con la fundación de Tenochtitlán en el siglo XIV, inicia un proceso de transformación social y del territorio por parte del pueblo Mexica. Su entendimiento del agua como bien común, parte del entorno y como pieza fundamental de su cultura determinó la manera de gestionarla, haciendo de las chinampas y grandes obras hidráulicas piezas clave para lograr vivir sobre el lago. Sin embargo, con la Conquista los pueblos y el territorio se volvieron sujetos de una nueva transformación. Los vencedores, además de imponer un cambio sociocultural, realizaron un ejercicio de “terraformación” al volver un espacio lacustre en uno seco.
Increíblemente, incluso tras 200 años de independencia, esta visión y el conflicto con el agua permanecen tal como con otros tantos traumas de la Colonia. Durante la dictadura de Porfirio Díaz continuaron las obras de desagüe del centro, a la vez que se importaba el agua potable de Xochimilco para satisfacer la paradójica alta demanda de agua. Después, a mediados del siglo XX, la creciente sed se atendió con el agua de la cuenca del Lerma, dejando claro que el modelo era extraer el agua, expandirse sobre el terreno seco y traer más agua de otros lados. Así, la ciudad creció de 80 km2 a 7954 km2 entre 1940 y 2000 (casi 99 veces), requiriendo a su vez nuevas fuentes de agua para abastecerse, tal como el sistema Cutzamala.
Agua pasa por mi casa…
Este texto se escribe desde Ecatepec, donde se aloja parte de la infraestructura del Gran Canal de desagüe. Los ductos abiertos, que funcionan parcialmente, están rodeados por el espacio urbano; la pestilencia y las emisiones de gas metano y ácidos afectan directamente a quienes ahí habitamos. Más aún, en este municipio el acceso al agua potable se ha complicado, pues, por falta de presión en el sistema de distribución, ahora sólo es posible extraer agua de la red mediante una bomba. ¿Es casualidad que en Ecatepec ejercer el derecho humano al agua sea más difícil que en Santa Fe o la Del Valle?
En otros lugares de la megalópolis, como Iztapalapa, Tlalpan o Nezahualcóyotl, la falta de acceso al agua corriente se alivia con pipas, servicio que requiere que alguien reciba el servicio a la hora que se le ocurra llegar. Esta tarea suele ser llevada a cabo por las mujeres, volviéndose uno más de los trabajos de cuidado no remunerados que sistemáticamente les son asignados. Por si faltara más, por lo general el precio del agua de pipa es mayor al que se paga por el servicio de agua corriente, además que el consumo está muy restringido por esta cuestión de disponibilidad.
Uniendo los puntos, podemos ver que la desigualdad en el acceso al agua y su uso se entrelaza con la desigualdad de ingreso y la desigualdad de género, creando condiciones de precariedad y vulnerabilidad alarmantes. Vemos que esto deja de ser un problema de técnica hidráulica y empieza a moverse en el ámbito de las desigualdades, de la gestión, del ordenamiento del territorio. Sin embargo, se continúan las políticas extractivas y de consumo lineal para unos suficiente y para otras no, los cambios de uso de suelo predominantemente impermeables, y los mega-proyectos de desecación, como el NAICM.
Así, como desde hace quinientos años, seguimos peleándole el lugar al agua y viéndola como un recurso que sólo disfrutan quienes pueden pagar, a pesar de las consecuencias sociales y ambientales tan evidentes. Ni hablar de las económicas, como el costo de traer agua que se encuentra a 120 km de la ciudad, o las pérdidas por los daños materiales y los colapsos del transporte público y privado por las inundaciones.
La lucha contra el agua no sólo no la hemos ganado a pesar de todo lo invertido, sino que las batallas se vuelven cada vez más riesgosas. Y aunque atender estos riesgos hoy son cuestiones técnicas, también requiere que nos cuestionemos cambiar cómo se piensa, planea y gestiona el agua; que decidamos dejar de pelear y empezar a convivir con ella, que la veamos como un elemento de múltiples aristas.
Considerándola como componente fundamental de los ecosistemas del valle, y no sólo como un recurso, se puede migrar a medidas que prioricen su reciclaje, por ejemplo. Esto ayudaría a evitar su contaminación y problemas de salud, por un lado, y a mantener la estabilidad del suelo, por el otro. También sería benéfico para recuperar cuerpos de agua superficiales, fundamentales para otras especies y la nuestra, pues ayudaría a regular el clima y tener temperaturas más estables, así como capturar partículas suspendidas de contaminantes. Todo esto, sin poner en riesgo el acceso al agua de quienes habitan la megalópolis, incluso, al contrario. Aprender de otros modelos de gestión como los esquemas cooperativos en el municipio de Coyotepec y Tecamac o la experiencia en la regeneración del lago de Chalco nos pueden alumbrar este camino.
Decir que el agua es vida, más que un cliché es un intento por transmitir su importancia en tantos niveles. Por ello, decidir gestionarla es una responsabilidad tan grande y con distintos actores: con las sociedades en general, pues el agua es un derecho cuyo ejercicio de todas y todos debe garantizarse; con comunidades indígenas en particular, por su relación con el agua y el territorio a nivel social y cultural, y con los ecosistemas y la diversidad de vida que en ellos coexisten y que dependen de este elemento. Además, estas responsabilidades deben asumirse tanto para el presente como para el porvenir, pues es y será la base sobre la que la vida sucede. El agua es la vida, y aún podemos decidir si queremos luchar contra o por ella.
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David Lameiras e Iván Cervantes Martínez son miembros de Wikipolítica CDMX Wikipolítica Edomex organizaciones políticas sin filiaciones partidistas.
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