El Muro de Berlín fue una barrera mortal durante los 28 años que se mantuvo en pie. Desde que inició su construcción —en 1961—, estuvo vigilado por cientos de guardias fuertemente armados con órdenes estrictas de no titubear si alguien intentaba cruzar, no importando si eran niños o mujeres.
La barrera, que sirvió como separación física e ideológica del mundo entero durante la Guerra Fría, dividió familias enteras, comunidades y hasta jóvenes enamorados.
En un evento considerado como “la mayor fiesta callejera en la historia del mundo”, la muralla fue despedazada, pieza por pieza, por miles de alemanes de ambos lados de la frontera en una gloriosa celebración. La puerta de Brandenburgo estaba abierta. Era un 9 de noviembre de 1989.
Aunque no existen números exactos, se estima que casi 5 mil personas lograron atravesar furtivamente el peligroso Muro de Berlín antes de la caída. Personas de todas las edades se escondieron, excavaron, volaron y nadaron para salir de Alemania Oriental. Como la fecha se aproxima y tenemos que celebrar un año más de este histórico episodio, vamos a recordar algunos de los escapes más impresionantes.
Los que se robaron un tren
Cuando el Muro de Berlín apenas estaba comenzando, un joven ingeniero de ferrocarriles encontró que les faltaba cubrir un pedazo. Harry Deterling cachó una vía abandonada que empezaba en los suburbios del este de Berlín y terminaba en el corazón de Berlín Occidental. Inmediatamente convenció a su familia y amigos apara que lo acompañaran en su aventura.
Una mañana de diciembre, reventó los frenos de emergencia del tren y avanzó a toda velocidad hacia su destino. Los guardias en la frontera nomás se alejaron del ferrocarril en movimiento. Al día siguiente, las autoridades de Alemania Oriental cerraron el paso.
El que modificó su convertible
Esta es una historia de amor. El austriaco Heinz Meixner se decidió en sacar a su adorada Magarete Thurau —y a su suegra—, de Alemania Oriental.
Entró con un permiso de trabajo pero ahí adentro modificó su auto convertible: le quitó el parabrisas y le bajó el aire a las llantas para que quedará bajito. Con su enamorada y su suegra acostadas en el asiento trasero, llegó al punto de revisión para la salida y le pisó a fondo. Nomás agacharon la cabeza. El coche pasó justo por debajo de la pluma y no los volvieron a ver en Berlín Oriental jamás.
En un colchón inflable
Ingo Bethke era un guardia fronterizo de Alemania Oriental que se rajó de la misión y decidió buscar mejores condiciones en Berlín Occidental.
Como se las sabía todas gracias a su tiempo de policía y conocía las fallas del patrullaje en el río Elba, una noche agarró vuelo para escaparse junto a uno de sus mejores amigos. Esquivó campos minados, saltó por rejas con púas y al final, a bordo de un colchón inflable —el bote más silencioso que encontró— remó calladito durante la penumbra nocturna.
En una tirolesa
Cuando Ingo Bethke se peló de Alemania Oriental, las autoridades sospecharon y acosaron a su familia… así que su hermano, Holger, tuvo que planear un escape y —si nos preguntan— salió tan brutalmente espectacular que dejó a su carnal en ridículo. Encontró un edificio alto cerca de la frontera, subió al techo y disparó desde su arco una flecha con una cuerda amarrada.
En el otro lado su hermano lo esperaba y amarró la cuerda a su automóvil. Ayudado con una polea metálica, Holger se lanzó en tirolesa y sorteó el puesto fronterizo levantando las patitas.
En aviones falsos
Tres hermanos, tres escapes impresionantes. Aunque no tenían mucha planeación —¿por qué cuernos no salieron juntos?—, la sangre aventurera corría por la sangre de los hermanos Bethke. Después del escape de Ingo y el de Holger, faltaba rescatar al menor, Egbert.
Los dos hermanos en Alemania Occidental aprendieron a pilotear y consiguieron dos aviones que pintaron con estrellas soviéticas. Se vistieron con uniformes militares de fayuca y llegaron campantes a un aeropuerto donde ya los esperaba su hermano. “Pensé que nunca los vería de nuevo pero llegaron del cielo como ángeles para llevarme al paraíso”, narró Egbert Bethke, el hermano rescatado.
En cuerda floja
“No podía vivir sin el olor a circo”, contaría unos meses después de su escape, el trapecista Horst Klein. Como era un crítico fuerte del comunismo, le prohibieron hacer presentaciones públicas y salir de la ciudad, así que utilizó sus talentos una noche de diciembre de 1962.
En la madrugada, escaló un poste de luz cercano al Muro de Berlín y comenzó a caminar —pasito a pasito— por un cable eléctrico que ya no se estaba usando sobre las. La noche y el frío le ganaron la batalla: perdió el balance y se cayó rompiéndose los dos brazos. ¿El lado bueno? Cayó en Berlín Occidental.