No encontramos en las afueras de los vestidores del Castelao, esperando a que comience la ‘zona mixta’, en donde los jugadores de la selección nacional saldrán a dar sus palabras después de la derrota frente a Brasil.   Las televisiones colocadas por la FIFA repiten una y otra vez las mejores jugadas del partido:  Neymar abre el marcador con un golazo de bolea, Neymar hace un sombrerito, Neymar finge 38,765 faltas y Neymar hace una gran jugada para dejar atrás a Hiram Mier y al ‘Maza’ Rodríguez antes de poner el servicio que decretaría el segundo gol del partido.

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Un periodista mexicano se voltea y me pregunta ¿te imaginas si tuviéramos a un Neymar?

La verdad es que, aunque nunca me he considerado especialmente seguidor del flamante fichaje del Barcelona, hay que decir que con sus actuaciones dentro del terreno de juego se está convirtiendo en la gran figura de la Copa Confederaciones.  Sin embargo, la verdadera lección que parecen estar dándonos los brasileños no se jugó en la cancha del Castelao, sino en sus alrededores.

A estas alturas, todos sabemos que el tema de la semana han sido las protestas de los ya denominados ‘indignados brasileños’ quienes han encontrado en la Copa Confederaciones el escenario ideal para exigir  a su gobierno una mejor calidad de vida y es en estas manifestaciones en donde he encontrado realmente algo que sí me gustaría tener en mi país, y por supuesto que NO me refiero a los violentos choques de manifestantes contra policías ni mucho menos, sino a la solidaridad mostrada por el pueblo que sin importar ciudad, género, raza, religión o posición política ha decidido salir a las calles con la ilusión de “Cambiar a Brasil”.

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Según canales locales, al día de hoy estas manifestaciones se habrían replicado ya en 220 municipios de Brasil, convocadas no por un político ni por un partido, sino por los propios ciudadanos brasileños.

“No necesitamos ser de un partido para indignarnos y protestar”  decía una de las pancartas con las que se convocaba a las marchas y tal vez, es ahí donde en México solemos darnos de topes,  porque los políticos siguen creyendo que la voluntad del país se puede controlar comprando noticieros, contratando agitadores o  metiendo infiltrados a movimientos ciudadanos.  Lo mismo ocurre con esos ‘ciudadanos’ que a las primeras de cambio, terminan por traicionar a sus ideales pero sobre todo a las personas que secundaban sus demandas.  ¿Les suena el nombre de la Sra. Wallace?

Aquí no se pretende estereotipar o cuestionar la legitimidad de los manifestantes, diciendo si son de un partido u otro, si estudian o son desempleados, si son de familias acomodadas o de barrios humildes. Tal vez porque saben que el origen de la protesta es genuino, y es que ¿cómo estar en contra de exigir mejoras a los sistemas de salud, de educación y de transporte en un país que se encuentra en vías de desarrollo?

Y no es que los brasileños sean unos malagradecidos con los gobiernos izquierdistas que han sacado de la clase baja a más de 30 millones de personas en los últimos diez años,  simplemente son congruentes pues es difícil pensar que se han gastado más de 15 mil millones de dólares en la remodelación de estadios de fútbol, cuando en los hospitales la gente tiene que esperar meses para conseguir una cita con el doctor.    ¿Cómo permitir que la FIFA se quede con gran parte de las ganancias que generan la Copa Confederaciones y el próximo mundial de fútbol, cuando al mismo tiempo se restringe el presupuesto federal para mejorar las precarias escuelas?

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Cuando veo estos reclamos sólo puedo pensar en las decenas de gobiernos estatales en México que a la fecha siguen invirtiendo millones de dólares o condonando impuestos a diversos equipos de fútbol, sin ningún tipo de  remordimiento.   En un rápido recuento, puedo pensar en los Tiburones Rojos del Veracruz, en la mudanza del Necaxa a Aguascalientes, en el Puebla, los ya desaparecidos Jaguares Chiapas, la mudanza del Atlante a Quintana Roo, el San Luis, y más recientemente el ‘reforzado’ Querétaro, que pese a haber descendido en el terreno de juego, rápidamente pudo comprar la franquicia de Chiapas gracias a los ‘apoyos’ del gobierno estatal.

Si se fijan, en varios casos se trata de estados con altos índices de pobreza:  Veracruz, Chiapas, o Quintana Roo.

Cierto es que a todos nos gusta el fútbol.  A mí me apasiona y es una de las cosas que más disfruto, pero ¿podemos seguir permitiendo que la popularidad de algún gobernador, dependa de si es capaz de tener fútbol de primera división en su estado?   ¿De verdad podemos dejar que el fútbol siga siendo una de las herramientas más poderosas para distraernos de las verdaderas prioridades del país?   Y más importante aún,  ¿podemos seguir viendo cómo los gobernantes se pasean el dinero público de un lado a otro, sin que pase absolutamente nada?

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La actitud de los seleccionados brasileños respecto a las marchas también debe resaltarse, y es que mientras en México estamos acostumbrados a ver cómo los jugadores suelen rehuir de cualquier posición social que pueda comprometerlos, aquí  Luis Felipe Scolari declaraba abiertamente que su equipo estaba con los manifestantes, pues antes que futbolistas, sus jugadores eran parte del pueblo brasileño.  La gran figura, Neymar, reforzó las palabras de su entrenador al declarar que “llevaría en la mente a todos los manifestantes” durante el partido contra México.

Durante los noventa minutos del partido vi cómo millones de mexicanos reclamábamos una y otra vez el ‘cobarde’ planteamiento del Chepo.  En nuestro universo, todos creíamos que México tenía equipo para echarse adelante y salir a atacar.  Tal vez el fútbol es un reflejo de lo que sucede en nuestra sociedad:  Millones de mexicanos que queremos salir adelante, ‘atacar’ y demostrar al mundo que podemos competir con cualquiera pero que al mismo tiempo nos terminamos perdiendo entre nuestros miedos, juicios  e inseguridades.

Nadie sabe a dónde va y en qué terminará el movimiento brasileño surgido apenas hace unos días, sin embargo, el día de hoy el gobierno ha dado marcha atrás en sus aumentos al transporte público.

Para mí, hoy Brasil nos ha dado dos grandes lecciones.  Una dentro del campo de juego, pero la más importante y contundente ha sido fuera de él.

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