Pocos son los equipos del futbol mundial que pueden jactarse de haber contado con los mejores de la historia. Uno de ellos podría ser el Barcelona, que se ha caracterizado por manejar diversas estrategias para firmar a los cracks que este planeta ha visto nacer.

Quizá hayan escuchado aquella historia que inició el 14 de diciembre del año 2000. Era una época en la que el club catalán no veía todas consigo. Venía de ser bicampeón de la Liga con Louis van Gaal pero también tenía que lidiar con la superioridad del Real Madrid en Europa.

Por lo que, el club necesita un cambio; un aliciente que le diera es empuje para ser un referente como lo es hoy en el mundo y ese envión llegó gracias a una simple servilleta.

Cuenta la leyenda (decimos eso por que el mismo Jorge Messi aseguró que NUNCA vio tal pedazo de papel) que Carles Rexach -entonces secretario técnico del club-, junto con los señores Minguella y Horacio Gaggioli luchó contra todo tipo de críticas al firmar a un jovencito llamado Lionel Messi.

La iniciativa de Rexach se produjo de una manera poco casual. Se comprometió a que el niño que venía de Argentina jugaría en el Barcelona mediante una especie de contrato hecho en una servilleta.

¡Tal como lo leen!

Carles Rexach fue el primer en confiar (ciegamente si ustedes quieren) en las habilidades de un pequeño que no medía más de metro y medio a los 13 años de edad y que hoy en día es un gigante del futbol mundial. Unos dicen que el mejor de toda la historia.

Hoy en día dicha servilleta descansa en una caja fuerte y no en el Museo del Barcelona. De hecho, ese simbólico pedazo de papel es propiedad de Gaggioli.

Pues déjenme comentarles que esa táctica no fue utilizada por primera vez con Lionel Messi. De hecho, diríamos que es un sello del Barcelona, a la hora de adelantarse al resto de clubes en la búsqueda de firmar a los mejores de la orbe.

OJO: eso no quiere decir que siempre le haya funcionado.

En la temporada 1986-1987, la final de la Copa de Europa se disputó en Viena, entre el Bayern Munich y el Porto. En esos días, el club blaugrana andaba tras los pasos de un futbolista llamado Paulo Futre, un habilidoso extremo que destacó en los Dragones.

Tras la finalización del partido (Porto ganó dicha copa por marcador 2-1) la cita fue en una popular cervecería del centro de Viena. Allí,  el presidente del Barça, Josep Lluís Núñez y el del Porto, Jorge Nuno Pinto da Costa se sentaron alrededor de una pequeña mesa.

Estaban presentes el gerente azulgrana Antón Parera y el secretario general de la Real Federación Española de Fútbol, Agustín Domínguez.

Núñez consideraba a Paulo Futre como un auténtico crack que dotaría al Barça de un poder ofensivo espectacular. Su Copa de Europa con el Porto fue calificada como sencillamente genial.

Aquella temporada el astro portugués acabó segundo en el Balón de Oro de France Football por detrás de Ruud Gullit que le superó por pocos votos.

Estaba en su plenitud con un cambio de ritmo que poso futbolistas han disfrutado. Acababa de protagonizar uno de esas jugadas ‘maradonianas’ que tras regatear a medio Bayern no acabó en gol de milagro.

Fue un ‘no gol’ que los aficionados del Porto aún recuerdan, tal como le sucedió a Pelé frente a Uruguay en el Mundial de México 1970.

Josep Lluís Núñez llegó a un acuerdo de palabra con Jorge Nuno Pinto da Costa pero no estaba seguro de que el dirigente portugués hiciera caso de alguna de las muchas ofertas que le habían llegado por el entonces joven Paulo Futre. De ahí que se le ocurriera improvisar un contrato en una servilleta de papel.

Para que la cosa fuera legal y seria, Agustín Domínguez firmó junto a los presidentes de Barça y Porto para dar fe del contenido del documento que, posteriormente, debería ser redactado por los abogados del club blaugrana.

El acuerdo se selló estrechando ambos dirigentes las manos y dándose un abrazo. El presidente del Barça guardó con mucho amor el “documento” del fichaje de Futre en uno de los bolsillos de su saco.

Cuando Josep Lluís Núñez le comunicó a Terry Venables el fichaje, el técnico inglés que dirigía al Barça, dijo no al portugués.

De hecho, esa no fue la única negativa que el entonces entrenador catalán tuvo hacia otros jugadores. Que les parece que no quiso recibir a otros llamados Marco van Basten y Hugo Sánchez. El delantero que quedaba libre del Ajax recomendado nada más y nada menos que por Johan Cruyff vía Cor Coster, su suegro (Q.E.P.D.) que era su represente.

Terry Venables decidió llevar al Barcelona a un escocés que jugaba por aquel tiempo en el Tottenham y que respondía al nombre de Steve Archibald.

Núñez estaba eufórico porque se había hecho con los servicios de un grandísimo jugador a un precio relativamente caro pero otro club se le adelantó y terminó fichando al extremo portugués.

El Atlético de Madrid con Jesús Gil y Gil hizo la primera movida, tal y como en un juego de ajedrez y con 500 millones de pesetas para el Porto y 120 para el jugador, se hizo con los servicios de Paulo Futre, una apuesta personal de Gil y Gil para hacerse con la presidencia del club tras la muerte de Vicente Calderón.

Paulo Futre estuvo en el Atlético de Madrid hasta 1993 con un rendimiento muy alto, sobre todo, cada vez que jugaba ante el Barça. El portugués tuvo y vivió con la espina de saberse rechazado por el club blaugrana, a pesar de que el presidente del Porto, Pinto da Costa le había informado del acuerdo firmado en una servilleta de papel.

Y en cada ocasión quería recordarle al Barça el error de no ficharle. Luego, Ramón Mendoza (presidente del Real Madrid) intentó arrebatárselo al Atlético sin lograrlo.

Es fue la primera y última lección que el Barcelona tuvo a la hora de hacer los fichajes servilleta. Posiblemente entre Paulo Futre y Lionel Messi no haya comparación pero lo cierto es que el equipo catalán no quiso cometer el mismo error dos veces, algo muy característico en ellos.

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