Este sábado, antes de que la Marcha Republicana en París diera inicio, los jefes de Estado de países como Alemania, España, Italia y la propia Francia, junto a representantes de Estados Unidos y naciones árabes, acordaron reforzar la lucha contra el terrorismo con medidas entre las que se incluye un cambios en sus políticas migratorias y la cooperación abierta entre sus agencias de inteligencia.
A su vez, el presidente Barack Obama, ha convocado a una reunión urgente con miembros de los gabinetes de las potencias europeas para tratar el tema de la “violencia extrema” y las medidas de seguridad que habrán de tomar.
Europa: el exportador de “yihadistas”
No hacen mal los países occidentales en prever medidas para resguardar a sus ciudadanos. No obstante, su perspectiva podría ser equivocada. De acuerdo con diversos análisis, los países occidentales exportan más “yihadistas” de los que importan. No son desconocidos los casos alemanes y estadounidenses, regiones que han reportado la existencia ciudadanos, de ascendencia oriental o caucásica, que militan en las filas de Al Qaeda e ISIS y que tuitean continuamente sus avances en zonas tanto asiáticas como europeas hacia el cumplimiento de su “deber como musulmanes”.
Columnas como Respetando a los caníbales: Europa es cómplice del fundamentalismo islámico de Ilya U. Topper, publicada por El Confidencial documentan la coordinación, y no la importación, de fundamentalistas nacidos y criados en potencias occidentales con los núcleos musulmanes de estos movimientos. La razón, afirma Topper, es la fuerte segregación racial y religiosa dominante en lugares como Austria, Alemania, Francia y España en contra de los musulmanes descendientes, la mayorías de las veces, de inmigrantes. Numerosas familias salen de naciones que han sufrido el continuo intervencionismo de ejércitos miembros de la OTAN con motivos energéticos y militares. Estos ejércitos responden al mando de gobiernos que se encuentran en competencia con naciones igualmente alejadas de Medio Oriente, como Rusia que, por su parte, no actúan de manera diferente.
“Hasta hoy, tener un apellido magrebí en Francia hace desplomarse las oportunidades en el mercado laboral”, señala el analista, para quien el apoyo a la comunidad islámica, que buscaría no satanizar a los musulmanes, resulta más bien un discurso inconsecuente con la realidad económica y política que viven los musulmanes en los países cristianos.
La aguda falta de oportunidades, señalan los que comparten el pensamiento de Topper, es suficiente motivo para que un grupo no cuantioso, pero sí peligroso, encuentre en el fundamentalismo una posibilidad de transformación de sus condiciones
De los bolsillos al fundamentalismo
En 2011, el fenómeno de revueltas heterogéneas tanto laicas como islámicas conocido como Primavera Árabe, se desató con la inmolación de Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante de 26 años de Túnez. Más allá de la idealización que grupos tanto de izquierda radical como yihadistas hicieran del acto de Bouazizi (emulado por otros 63 hombres y mujeres en Túnez, Argelia, Marruecos, Yemen, Arabia Sudita y Egipto en menos de 60 días), las investigaciones emprendidas por la organización empresarial tunecina Utica, en coordinación con académicos internacionales, reveló que los motivos del comportamiento de este hombre respondían a la compleja red burocrática para regularizar y legalizar sus ingresos. Esta situación, aparentemente pueril, le traería más tarde problemas con las autoridades fiscales y de seguridad. El caso de Bouazizi no es aislado, y multiplicado las veces suficientes, nos lleva a comprender la situación económica de diversos países de Oriente Medio. Casos así se viven todos los días en los países en desarrollo, no sólo islámicos, sino de todo el mundo.
Esta observación, traída a cuento por Hernando de Soto, uno de los responsables de la estabilización económica de Perú y de la lucha contra el grupo extremista Sendero Luminoso, en un artículo para The Wall Street Journal titulado El remedio capitalista contra el terrorismo, le sirve para argumentar un punto central: Occidente debe cambiar sus políticas de presión sobre los gobiernos islámicos, que causan el entorpecimiento de sus economías y de sus sistemas burocráticos. El objetivo debería ser, piensa, lograr una simplificación de los modelos económicos en las naciones intervenidas. Este remedio (tan liberal e ingenuo como se quiera) contiene, con todo, un núcleo sensato que es ciertamente menos dramático y menos atractivo en sentido noticioso que los ataques militares y la segregación racial en los aeropuertos.
No sólo Ilya y de Soto piensan que el intervencionismo occidental en Asia funcionan como un caldo de cultivo para el fundamentalismo que hoy aqueja a Europa y que, desde hace mucho, cobra la vida de decenas todos los días en Medio Oriente. El filósofo esloveno Slavoj Žižek, junto a su colega francés Alain Badiou, ha señalado que el surgimiento de movimientos de esta naturaleza coinciden con el entorpecimiento y la obstaculización sistemática que ciertos grupos en el poder ejercen contra movimientos políticos y económicos de oposición.
¿Nos estamos haciendo las preguntas correctas?
La pregunta central no es por qué son fundamentalistas o extremistas todos y cada uno de los miembros de ISIS, Al Qaeda o el Ku Klux Klan, sino cuáles son las circunstancias características que, en un momento determinado, propician la adhesión de numerosos ciudadanos a sus filas. La religión puede, ciertamente, ser un factor, pero no explica con ninguna suficiencia el fenómeno. Los fundamentalismos cristianos, islámicos, judíos o de cualquier otra naturaleza han surgido ahí donde una crisis política o económica (frecuentemente asociada a un problema migratorio, a su vez causado por el intervencionismo, la hiperburocratización y la corrupción en sus países) se agudiza. Bajo condiciones extremas, surgen los extremismos. El problema central no ha de ser el islam como origen del fundamentalismo, sino en fundamentalismo como un fenómeno capaz de presentarse en múltiples formas.
Si la intención es real, Occidente no debería concentrarse en buscar soluciones para el intervencionismo musulmán fundamentalista en sus territorios, sino reflexionar sobre los efectos de sus políticas intervencionistas en países musulmanes. Cualquier trato preferencial o comprensivo hacia los ciudadanos e inmigrantes musulmanes de todo el mundo que no se detenga en este punto es mera hipocresía.
Musulmanes protestan contra el fundamentalismo en Francia
José Manuel de León Lara