Henrietta Harris y el terror de la identidad.
Uno de los ejercicios más interesantes de la plástica son los retratos. Enfrentarse a uno mismo es una tarea aterradora y para ella hay muchas vías, una es, desde luego, el arte.
Aquellos que pintan retratos buscan domesticar bestias como la identidad, la personalidad y el lugar del ser en el mundo. Aquello que somos es siempre un asunto difuso y las respuestas a la pregunta ¿quién soy? casi siempre provee respuestas más angustiosas que iluminadoras, pero ese procesos es definitivamente catártico.
Henrietta Harris conoce muy bien los confusos caminos del retrato y su exploración alrededor del tema la han llevado a crear imágenes que muestran la identidad rota, la confusión de lo que somos.
Vivimos en un mundo de avatares, de perfiles que son nuestros desdoblamientos, en las redes sociales, por ejemplo. Siempre modulamos lo que somos de acuerdo al lugar en donde estamos o las personas con las que convivimos, somos uno en la escuela, otro en la calle, otro en la oficina y con nuestra familia; somos unos cuando amamos, somos otros en la soledad. El asunto aquí es que la identidad nunca es fija, y eso puede resultar un tanto caótico para nosotros.
Abordar el tema a través del arte es difícil, sobre todo a través de los retratos que, en principio, tratan de ser fiel a la imagen del retratado y, sin embargo, aquellos que se dedican al género, han atravesado esas representaciones con nuevas técnicas para obtener una propuesta diferente en donde el problema de la identidad se complica todavía más pero logra mostrar con más honestidad los accidentes del ser.
Las obras de Harris intervienen los rostros de forma muy interesante. Las caras de los retratados se difuminan o se esconden, parecen querer escapar del cuerpo de la persona: una identidad en fuga permanente.
Los protagonistas de los dibujos y pinturas de Harris son casi siempre jóvenes, gente que precisamente ha desarrollado el hábito de desdoblar la personalidad en un mundo diferente: el digital. Nuestra generación definitivamente lidia con grandes problemas de identidad (ni buenos ni malos desde luego), producto de la globalización y el post-capitalismo.
Mientras la industria cultural nos dicta un modelo estético, la sociedad nos dicta un modelo de convivencia, fórmula del éxito (estudia una carrera, sé creativo, piensa fuera de la caja, obtén un buen trabajo, etc.) y nuestras relaciones personales tratan de acoplarse a un molde contradictorio que ansía el amor ideal pero privilegia las relaciones fugaces. Frente a esos modelos, nuestra propia identidad, miedos y deseos, se impactan todos los días y vivimos en la angustiosa difuminación de lo que somos.
Este sentimiento está hermosamente plasmado en las creaciones de Harris, algunas de las cuales muestran a jóvenes dando la espalda al espectador, es decir, ocultando el rostro, el misterio de la identidad.
Acá pueden ver más obras de la artista.
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Recuerden que siempre pueden proponer nuevos artistas.