A dos años de la revolución egipcia, los jóvenes han vuelto a salir a las calles para reclamarle al presidente Morsi su impopular “transición democrática”.

Los manifestantes, en su mayoría seculares, se han pronunciado en contra de la constitución recién votada que tiene una evidente inclinación islamista. Los jóvenes tomaron las calles de nuevo para denunciar una “democracia islamista”  que no es más que el dominio de los Hermanos Musulmanes en la política egipcia.

“Hoy, el pueblo egipcio continúa su revolución”, dijo Hamdeen Sabahi, un líder opositor que terminó en un cercano tercer lugar en las elecciones presidenciales de junio. “Le está diciendo ‘no’ a la Hermandad (Musulmana)… Queremos una constitución democrática, justicia social, traer de vuelta los derechos de los mártires y las garantías para elecciones libres”.

Durante la manifestación hubo choques entre las fuerzas policíacas y los civiles, más de 200 personas resultaron heridas en el choque.

Los Hermanos Musulmanes dijeron que preferían conmemorar el aniversario haciendo servicios sociales, literalmente “ plantando árboles y ayudando a los enfermos”. La oposición ha visto estos señalamientos como un vulgar populismo antes de las elecciones parlamentarias de abril.

La historia nos ha enseñado que el territorio fértil post-revolución se presta a constantes luchas intestinas, los analistas ya habían advertido que el pueblo egipcio tardaría mucho en amalgamar sus objetivos. Si bien, los islamistas han logrado de una manera u otra estar en el poder, ahora el descontento de grandes grupos es evidente. Esto no debe verse como signo de una inestabilidad estéril  al contrario, el hecho de que la oposición (vista no sólo como los jóvenes seculares, sino como la facción crítica opuesta al poder establecido) siga  levantando la voz y exigiendo un lugar en la creación de las leyes, es un síntoma de sanidad democrática siempre y cuando el presidente atienda a estas voces, pero lamentablemente no se ve mucho avance al respecto.

Porque es cierto que el presidente Morsi tiene gravísimas cuentas pendientes con el pueblo egipcio, el terrible Ministerio del Interior es formado aún por sus denostados miembros, y los altos cargos policiales (que causaron la muerte de 850 personas durante la revolución) no están pagando ninguna condena.

El dictador tras las rejas

La estabilidad tan deseada no llega entre estas luchas intestinas y cuarteaduras políticas. El problema es que (otra vez) la oposición no ha logrado enunciar ni su objetivo ni sus planes. Sí desconocen la constitución y sospechan de una presunta “democracia islamista” pero no hay unidad en sus filas (compuestas por liberales, comunistas, nacionalistas y socialdemócratas).

Egipto tendrá elecciones parlamentarias en abril mientras el mundo musulmán se ve convulsionado por la escalada de los islamistas en el poder en las jóvenes democracias de medio oriente y los extremistas en el Norte de África.

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