Por José Ignacio Lanzagorta García
Desde la mirada de los incondicionales entusiastas del gobierno, las encuestas más recientes siguen mostrando que no existe tal cosa como la polarización. Para ellos, al parecer ésta sólo podría definirse como la división aritmética en partes iguales de voces intensamente a favor y voces intensamente en contra de algo. No se explica entonces por qué ocuparían tantas energías, adjetivos y partes de sus días en ridiculizar, exhibir, denostar y, en el mejor de los casos, responder, a los críticos. Se explica, en cambio, el esfuerzo constante por negar la polarización: hacerla menos. Porque el problema de la polarización es que implica inestabilidad, sobre todo cuando es real. En este caso, hablamos de muy buena parte de las élites –ésas que a veces llaman poderes fácticos– que no terminan de congeniar –cooptar, contribuir o tolerar– con el nuevo gobierno.
En consecuencia, tenemos Neymars todo el tiempo en todos lados, dando los alaridos de un fémur fracturado ante el simple rozón en la manga de la playera. En las plataformas digitales de conversación, todo acto de gobierno, toda crítica, todo es llevado al absurdo, a un extremo moral inaceptable. El espectáculo es grotesco y, sin duda, creo que tiene el efecto de silenciar la mesura –que no la neutralidad, que, nunca sobra decirlo: no existe–.
Del lado de los opositores o críticos probablemente alcanzamos un nuevo clímax esta semana tras el anuncio de que el lema maderista “Sufragio efectivo, no reelección” sería retirado de los membretes de la papelería oficial, luego de que fuera nombrado este año como conmemorativo de Emiliano Zapata. Era de no dar crédito leer a personas influyentes en muchas esferas y que han construido un prestigio de razonables, viendo en ello la confirmación de las pretensiones napoleónicas de López Obrador. Un membrete. Por un año conmemorativo.
En este clima donde el fin del mundo empieza con el cambio de las leyendas oficiales de los membretes por motivo de simples años conmemorativos, todo se relativiza. La publicación de un libro testimonial y comercial de una diputada donde señala que un historiador cercano al erario estuvo a cargo de campañas de desprestigio del entonces aspirante a la presidencia es tomado como persecución política totalitaria de un tirano. Y al mismo tiempo tenemos el nombramiento de una nueva ministra en la Suprema Corte, cercana al presidente, claramente no apta para el cargo y con potenciales conflictos de interés con proveedores de la administración actual. Es difícil tomar en serio el necesario, legítimo y urgente reclamo que hagan sobre esto quienes denuncian persecución política sólo por las líneas del libro de Tatiana Clouthier.
La mesura es importante, porque el engrudo merece atención fina. Por ejemplo, esta misma semana Santiago Nieto anunció que investigaría una triangulación de recursos que podría involucrar al erario en la producción de la ¿presunta? –ya nunca entendí si existía o no– serie Populismo en México, cuya publicidad fue lanzada en pleno periodo electoral y que incluía una imagen de López Obrador con la banda presidencial y comparándolo, para variar, con Hugo Chávez. Si alguien pretende jugar a que no se trataba de una pieza de campaña negra, sino del documental que todo México esperaba, sugiero no jugar con él o ella. Pero no es condenando la existencia de campañas negras en periodo electoral, como, creo, este anuncio debe ser valorado. Parece que es un poco complicado.
Por un lado, los detractores más desesperados de López Obrador acusan esto como un intento de coartar la libertad de expresión. Desde mi perspectiva, todo lo que implique investigar y castigar las incontables corruptelas de la administración anterior, deberían ser más que bienvenidas. No se trata, entiendo, de censurar el presunto documental, sino de documentar su financiamiento público irregular. Pero claro, ¿qué pasa con el borrón y cuenta nueva que prometió el Presidente a los priistas corruptos? ¿Por qué aquí sí amerita una investigación y, bueno, caray, a todo lo demás le toca el perdón? Sabemos que la capacidad del Estado será siempre limitada y selectiva, pero el problema de anunciar amnistías a corruptos es que todo lo demás se vuelve persecución y uso faccioso de las instituciones a los ojos de los Neymar.
Esto es la polarización. Que cualquier asunto menor o no tan menor pueda ser enmarcado como catastrófico por quienes sí tengan cualquier poder de desestabilización. Que la respuesta para sofocarlo esté enmarcada en parámetros igual de catastróficos. Y entonces comienza un ciclo en el que ambas partes legitiman sus arbitrariedades. El ruido es ensordecedor y, ciertamente, la voz de la mesura es muy bajita.
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José Ignacio Lanzagorta García es politólogo y antropólogo social.
Twitter: @jilanzagorta